Juan XXIII fue un papa que tenía que durar poco, un pontífice de transición. No sólo convocó el Concilio Vaticano II sino que dejó perlas de vida, frases motivacionales que podrían estar en las tazas del té y del café. Aparte de las más emotivas o con toque de humor, el conocido como "papa bueno" era un hombre muy humilde. Estaba convencido de que cualquiera puede llegar a ser papa (para muestra, él mismo, repetía), y tenía mucho miedo a los excesos del ego: "Tengo que huir de los pronombres yo, me... como si fueran serpientes". Resuena Juan XXIII en muchas de las demandas pastorales que está haciendo últimamente el papa Francisco. Él también huye del autobombo como de las serpientes. En una homilía reciente, ha dedicado un buen rato a recordar que el cristianismo no es una carrera de méritos. No lo es: no va de objetivos, incentivos o comisiones, sino que es un don, un regalo. "Ser cristiano no se compra", evidencia el Papa argentino. Cada vez nos restringen más las opciones libres, y el cristianismo lo es. "Nadie tiene que ser forzado a ser cristiano, ni se puede pagar para serlo", ha exclamado. El Papa, en sus homilías improvisadas en Santa Marta, la residencia intramuros en el Vaticano donde escogió vivir cuando lo escogieron, ha regañado a los mosenes que buscan influencias y se libran desenfrenadamente al carrerismo dentro de la Iglesia. No dudo de que mientras pronunciaba el sermón tenía a muchos en la cabeza, como yo los tengo ahora mientras escribo. La única carrera posible tendría que ser la del servicio, pero servicio y poder no se entienden siempre como un binomio paradójico sino como antitéticos.

Ser escogidos sin méritos nos tendría que hacer pensar en la bondad de los momentos de gracia en que las cosas pasan sin que nosotros tengamos nada que ver. No somos los protagonistas de nuestra historia

El papa Francisco ha insistido literalmente en la idea: "No es cristiano buscar influencias para crecer en la carrera eclesiástica". La gratuidad empieza a ser una excepción. Todo se paga, todo tiene un interés. Te llama un amigo y ya te preguntas qué quiere, porque no puedes ni presumir que quizás no quiere nada. En un mundo en que nos hemos creído eso de "te lo mereces", entender que quizás no nos merecemos nada, que la gratuidad es un valor, es difícil de captar. Incluso sospechamos de quien nos ofrece alguna cosa sin nada a cambio, porque vivimos en la mercantilización de las relaciones. Nuestros amigos nos han escogido, y no tenemos ningún mérito, lo han hecho porque sí. La Biblia está llena de ejemplos en los que Dios escoge a gente que no se lo merece nada, y de hecho, no tiene en cuenta a los pobres cumplidores, justos, pacientes, buenos. Ser escogidos sin méritos nos tendría que hacer pensar en la bondad de los momentos de gracia en que las cosas pasan sin que nosotros tengamos nada que ver. No somos los protagonistas de nuestra historia. Hay muchos factores que hacen que las cosas pasen.

Gratuito, escribe Francesc Torralba, es aquello que no buscamos, lo que no esperamos, que está fuera de los cálculos racionales y que nadie prevé que pasará, hasta que, finalmente, ocurre: "Es lo inesperado, aquello que ocurre contra pronóstico, que irrumpe en la propia vida y la cambia de lleno". Y eso no se va planificando con sangre fría, porque no se crea. Se acoge. Y se agradece.