No nos acordamos de cuando los trenes eran puntuales porque ahora lo normal es que lleguen tarde. Tampoco nos recordamos de cuando la independencia reunía poquita gente en las calles (y en los escaños) porque llevábamos tantos y tantos años siendo centenares de miles de personas que aquello, el éxito, nos parecía de lo más convencional. Nos había hecho olvidar las derrotas, a pesar de que el 11 de septiembre conmemoráramos una. Como las generaciones de jóvenes, que quizás piensan que el fútbol femenino siempre ha triunfado porque solo han visto la época dorada actual. Solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.
Cuando la Renfe anuncia que hay "normalidad en el servicio" se debe querer referir a que todo va bien, pero en realidad su normalidad es la incidencia continuada y la frase acaba significando lo contrario de lo que ellos querían decir. Cuando un hecho se vuelve habitual, sea agradable o pernicioso, se convierte en normalidad (aunque podríamos debatir sobre las mil aristas que tiene el concepto de 'normal') y entonces se nos olvida cómo eran las cosas antes y el mérito que tiene seguir estando, combativos y conscientes. Sí, también a pesar de los trenes.
¿Probablemente ahora se manifiesta menos gente que antes? Sí. ¿Y qué movimiento social no ha sufrido un bajón? No solo por el desengaño o el cansancio (impulsado, no nos engañemos, por la misma clase política que bien nos espoleaba), también la pandemia nos desmovilizó a todos (¡qué bien le fue al poder!) y, por descontado, la represión española, infame y desmesurada. Que gato escaldado del agua fría huye. Y a pesar de todos estos pese a, el grito de independencia ha seguido resonando fuerte por todo el país, manteniendo y alimentando el hilo conductor de siglos de resistencia y anhelos de libertad. Catalunya a veces llameamos, otras parecemos más apagados pero no somos fuego de virutas, somos brasa continua que mantiene el calor y si hace falta lo quema todo.
Si miramos quince años atrás veremos que hoy la línea desciende un poco. Si la gráfica, sin embargo, la observamos con perspectiva de décadas, nos daremos cuenta de que el independentismo catalán ha crecido extraordinariamente
Pocas semanas antes que el Plan Hidrológico Nacional (PHN) de Aznar y Pujol se presentara oficialmente —septiembre de 2000— la amenaza sobrevolaba una adormecida sociedad ebrense y la entonces Coordinadora Antitrasvase —histórica entidad— convocaba una reunión para valorar la posible reacción. En aquella sala de Tortosa eran tres y el astrólogo. El movimiento estaba inmóvil y nada hacía presagiar que, dentro de no mucho, nacería la Plataforma en Defensa del Ebre (PDE), un milagro de lucha, unión y persistencia. Aquella revuelta ciudadana de dimensiones descomunales que consiguió detener el trasvase era la heredera natural de aquella coordinadora en horas bajas que supo mantener la llama encendida durante años mientras se esperaban tiempos mejores. Y llegaron y ganamos.
Así también, la Assemblea Nacional Catalana (ANC), va apretando la aventadora para que la chimenea continúe proporcionando luz y calor a la estancia. Para que la chimenea siga expulsando fumata blanca. Gracias a su incansable e insobornable tarea (y a la de Òmnium, el Consell per la República, el CIEMEN y tantos otros) la causa continúa en pie, aunque desgraciadamente tampoco se haya podido liberar de las miserias internas que carcomen el asamblearismo de nuestro tiempo. Sea como sea, si miramos quince años atrás veremos que hoy la línea desciende un poco. Si la gráfica, sin embargo, la observamos con perspectiva de décadas, nos daremos cuenta de que el independentismo catalán ha crecido extraordinariamente y ha adquirido una robustez que perdura. Construimos sobre los fundamentos que otros empezaron a construir y nuevos vendrán que seguirán levantando el edificio que nosotros no podemos abandonar, a pesar de algunos derrumbes.
La juventud, que no conocía muchas derrotas, ahora conoce una (la del 1 de octubre). Pero ¡ojo!, no una derrota en las urnas sino en la implementación de quien tenía que hacer los deberes y no los hizo. Acabar el trabajo. De eso también se aprende. El día 11 de septiembre de este año había mucha juventud. Un gozo. También compañeros de siempre. Ahora sabemos que aquella simbiosis de representantes políticos y pueblo quizás tampoco era tan normal, que las manifestaciones se suelen convocar contra los gobiernos o el capital, no para que los altos cargos se hagan un baño de masas. Que puede haber coincidencia de opiniones y empatía, pero cada uno tiene que defender su propia trinchera y la nuestra, la de los activistas, la de la ciudadanía, es tener el objetivo claro, trabajar y empujar hasta conseguirlo (votando en consecuencia, a pesar de las decepciones) y eso pasa por continuar, también cuando el camino hace subida. La normalidad se crea actuando. Tenemos más motivos que nunca.