Febrero era el mes en que Artur Mas podía volver a ejercer la política. La fecha desencadenó una serie de artículos y entrevistas sobre y al expresident en las que se aventuraba su paso al centro. Febrero es ahora muy lejano, y es la situación que nos ha hecho sentir que entre finales de marzo y el 29 de febrero hay un abismo la que nos revela algo innegable: Artur Mas no puede volver a la primera línea política. Ni siquiera tendría que ejercer ninguna tarea dentro del PDeCAT.

Al menos no lo tendría que hacer hasta que no se aclare el papel de los recortes, en cumplimiento de las políticas de austeridad impuestas tanto por el gobierno central como la Unión Europea, en aspectos clave para la gestión sanitaria de la actual pandemia, como la contratación de personal o la renovación de los equipamientos. Hay quien apunta que el gobierno encabezado por José Montilla ya había iniciado algunos recortes. Es por eso que, cuando esta situación acabe, haría falta que un grupo de expertos independiente de los partidos realice un estudio sobre las políticas sanitarias en Catalunya desarrolladas desde el restablecimiento de la democracia, y cómo han determinado la preparación del sistema sanitario para excepcionalidades como la actual. Se entiende que se trata de una situación que sobrepasa cualquier sistema sanitario, la cuestión es averiguar cómo reducir este impacto.

Si ya existe, que este estudio sea una de las bases para establecer un consenso en Catalunya sobre sanidad. Para que el sistema sanitario ofrezca una atención universal de calidad; para que esta atención no se vea empeorada por la austeridad; para que esté preparada, en la medida de lo que sea posible, para la excepcionalidad, y para que evitemos disyuntivas como la actual, en que el equilibrio entre preservar la economía y preservar la vida, el eterno rifirrafe entre producción y reproducción, genera más contradicciones y dilemas que coincidencias. Me da igual si se tiene que nacionalizar todo el sistema; si se tiene que invertir más o menos; si se mantiene la colaboración publicoprivada; si seguimos con los consorcios. Nos tenemos que basar, exclusivamente, en lo que sea más eficaz. Es necesario que los partidos dejen de hacer demagogia con la sanidad. Todos han hecho.

Que el Govern no pueda hacer nada más que rogar al gobierno central medidas que cree fundamentales demuestra hasta qué punto ha sido negligente fomentar un discurso republicano y soberano basado en un simbolismo repleto de conceptos cuyo significado se llena en función de las estrategias partidistas de turno

La pandemia actual demuestra, también, que el sistema de promoción interna dentro de los partidos está muy bien durante el autonomismo, cuando cada una de las formaciones construye capillitas en los medios, las instituciones, la academia y las entidades. En cambio, el nepotismo, la pelotería y tener como único mérito haber militado en un partido son mal negocio cuando se afrontan crisis que marcan el devenir de un país. Con o sin titulaciones universitarias, vengan de la clase social que vengan, es ya un imperativo social que todos los cargos, de confianza o no, estén ocupados por las personas más válidas para realizar el trabajo de gestión de los bienes comunes que se le encomienda. Y eso pasaría por devolver a la función pública el prestigio que se merece, aplicando medidas que fomenten la innovación, la eficiencia y la inquietud de sus trabajadores; que den alas a su creatividad y que aprovechen su talento. No siendo un campo de burocracia esclerótica donde quien más vive es el que más tiempo pasa repantingado en la silla sin hacer mucho ruido.

La base de cualquier nación soberana y democrática es la fiscalización de sus gobernantes y trabajadores públicos. Se tiene que hacer dejando de lado los partidismos que, sin ir más lejos, abordan la cuestión de la financiación de la sanidad pública como un choque binario entre las políticas de la extinguida Convergència y las del tripartito. Es una tarea difícil. Nos hace falta información, pero nos encontramos que incluso medios que dicen ser críticos y no tener dueño son de los que más afinidad muestran hacia uno de los actores políticos que actualmente cortan el bacalao quizás no en Catalunya, pero sí en la capital; y que hay editoriales que se empeñan en eximir de responsabilidades a la formación de Pablo Iglesias en la gestión de la pandemia, mientras consideran que las políticas del PSOE para frenar el coronavirus parten de errores enmendables y no de una visión concreta del Estado.

La gestión de la Generalitat se tiene que evaluar. Durante la primera fase de la pandemia, por su reacción tardía. Teniendo en cuenta el entramado digital que países como Corea del Sur han utilizado para frenar el avance del virus, ¿el Departament de Polítiques Digitals podría haber hecho más con los recursos que tiene? ¿Dónde está Cultura? La comunicación de la Generalitat con la ciudadanía es diaria y constante, pero se echa de menos más presencia mediática, más rendición de cuentas, de las conselleries que no son Presidència, Salut e Interior. El Govern tiene que visibilizar que va a la una.

Ahora, hay que estar atentos a cómo el gobierno catalán practica aquello que pide a Madrid. Por ejemplo, la Intersindical-CSC ha denunciado que varios gobiernos municipales, formados por JxCat, ERC y alguno del PSC, tienen previsto hacer recuperar las horas no trabajadas por la suspensión de la actividad laboral. Este no es el criterio de la Generalitat, formada por la coalición JxCat-ERC. El gobierno de Torra tan sólo suspenderá los contratos de obra y servicios dependientes de la Generalitat y de su sector público si el contratista lo solicita. Lo hace en cumplimiento del Real Decreto del gobierno central, cierto.

No obstante, la Generalitat tiene que tener en cuenta hasta qué punto, cuando aplica de mala gana medidas que considera nefastas para la gestión de la pandemia, no acaba siendo corresponsable de las consecuencias que generan. Es en situaciones donde la vida de las personas está en riesgo donde la desobediencia, la soberanía y la unilateralidad son más necesarias que nunca. Que el Govern que se promocionó como el que haría efectiva la República no pueda hacer nada más que rogar al gobierno central medidas que cree fundamentales demuestra hasta qué punto ha sido negligente fomentar un discurso republicano y soberano basado en un simbolismo repleto de conceptos cuyo significado se llena en función de las estrategias partidistas de turno, y no para expresar una política de país. Las muertes por coronavirus, simbólicas, no lo son.