A veces parece que los Monty Python sólo hicieron La vida de Brian y todo el mundo la ha mencionado alguna vez para hablar de las divisiones políticas absurdas. Pero pueden recuperar también alguna de las versiones del loro muerto. Les hará más gracia que la explicación que ahora sigue, pero me resulta útil para entender también cómo funciona la política.

Ahí vamos. El cliente insatisfecho John Cleese quiere presentar una queja al vendedor de la tienda de animales, que está a punto de cerrar para irse a comer. El loro comprado hace media hora está muerto. Pero el empleado Michael Palin —coautor del gag junto con Grahan Chapman— lo niega. "Ah, sí, el noruego azul, ¿qué le pasa?". "Que está muerto, esto es lo que le pasa". Pero, según el empleado, el loro no está muerto, está "descansando". Primer eufemismo. El comprador sabe diferenciar, obviamente, entre un loro muerto y un loro que descansa. Pero el vendedor insiste en que el loro descansa y desvía la atención hacia el magnífico plumaje del animal. El cliente acepta el reto y trata de despertar al loro a gritos. Pero el loro, claro, sigue muerto. El vendedor da un golpe en la jaula para simular que el animal se ha movido. Pero el cliente no se deja engañar. Lo saca de la jaula, se lo acerca a la boca, grita y lo golpea contra el mostrador. Incluso lo tira al suelo y cae a plomo. Pero ni así convence al vendedor de loros. Que ahora dice que el animal está simplemente “aturdido”. Tanto le intenta engañar que el comprador se da cuenta ahora de que, de hecho, el loro ya estaba muerto cuando lo compró, que lo habían enganchado con un palo al columpio para simular que era algo que no era. Pero, quizás por la ilusión de tener un loro, el cliente se creyó al vendedor, que le dijo que si no acababa de verlo sano era porque estaba cansado después de leer la Odisea. Aquella que habla de Itaca.

Piense en el informe PISA, el procés, el funcionamiento de la administración o lo que hace cualquier partido político y aplíquelo donde le apetezca

¿Y ahora? Ahora se ve que el loro añora los fiordos, que le gusta descansar con la espalda en el suelo y que claro que estaba clavado, para evitar que se cayera del columpio. Pero no, el loro está muerto, ha dejado de existir, se ha ido con su creador, está difunto, es un cadáver, descansa en paz, ha bajado el telón, se ha unido a un coro invisible, es un exloro —y todos los eufemismos relativos a la muerte propios de la cultura británica— y todo ha sido un engaño.

Al final, después de mucho protestar, el vendedor admite que el loro necesita un recambio, pero le dice que a él ya no le quedan. Que si quiere una babosa. Pero una babosa no habla, así que al final le ofrece ir a la tienda de su hermano en Bolton, que allí sí encontrará un loro. Pero cuando va a Bolton, a la Tienda de Mascotas Similares, el vendedor, sospechosamente parecido al hermano, le dice que se ha equivocado, que ha ido a Ipswich. Quizá haya sido un error del tren, así que el cliente acude a la estación y en reclamaciones le aseguran que sí, que están en Bolton. Así que le han ha mentido. La culpa no es del tren. Y vuelve a la tienda, pero ya sin ganas de reclamar ningún loro. Ahora piense en el informe PISA, el procés, el funcionamiento de la administración o lo que hace cualquier partido político y aplíquelo donde le apetezca. Básicamente, se trata de negarse a admitir la verdad de forma permanente a pesar de la evidencia.

De propina, recupere el gag que se adelantó a Twitter. El de un señor que va a una oficina donde ofrecen discusiones. Eso sí, de pago. Elon Musk no es ningún visionario.