Un fantasma recorre nuestras stories de Instagram. Entre imágenes de lugares idílicos y bronceados perfectos aparecen, de vez en cuando, fotografías de libros. No es cosa, solo, del verano: en las redes sociales, enseñar y hablar de libros es una forma de no resignarse a la superficialidad y a la homogeneidad —como mínimo— estética a la que el escaparate nos condena. Es una forma de explicar que mostrarse en internet es una opción, porque detrás del perfil en cuestión todavía hay alguien capaz de concentrarse. Todavía hay alguien que no es "como el resto". Todavía hay alguien especial que puede ofrecer un poco de fuerza intelectual —y moral, y espiritual— contra una corriente que, en realidad, arrastra a casi todo el mundo. Me parece que publicar fotografías de libros en las redes —si no se es un perfil específico sobre la cosa— siempre tiene ese punto de ostentación de una libertad que en realidad no acaba de ser del todo cierta. Es, pues, una forma de destacar, de adquirir el capital social que te permite diferenciarte, aunque sea un poco. Que te permite explicar que sabes estar solo, que tienes sed de conocimiento, que eres un ser capaz de pensarse al margen de la exposición de internet. Reflexiono porque, hasta cierto punto, en este lucimiento me reconozco.
No es cosa solo del verano, pero precisamente porque en las vacaciones muchos encuentran el espacio y el tiempo para leer que no tienen durante el curso, es entonces —ahora— cuando aquello a lo que me quiero referir se revela con más claridad. No es solo la proclividad a maquinar un feed en el que se manifieste el hábito lector, sino también la proclividad a publicar fotografías de unos libros concretos. De vez en cuando sucede que todo el mundo quiere explicar que está leyendo un libro, y este libro es siempre el mismo. Hay un libro que, de repente, parece que tiene que ser leído si uno no quiere dejar de recibir el capital social que otorga el explicar que lees libros en Instagram. O donde sea. No es solo que el libro en cuestión, como objeto, sea un complemento estético: es que también es aquello que explica que estás vinculado a la actualidad cultural del país y que anhelas ser reconocido por todos aquellos que también están vinculados a la misma.
A menudo, el libro pasa a ser un objeto más con el que hablar de nosotros a los demás, con el que construir de forma calculada cómo queremos ser percibidos
De repente, hay una semana en la que parece que todo el mundo que lee, lee el mismo libro. Cuando eso sucede, no puedo evitar pensar que existe algo íntimo y esencial del hábito lector que se ha perdido por el camino. Que en este ánimo de ser reconocidos como parte del grupo de los que "no son como el resto", o de los que tienen acceso al conocimiento para saber "qué hay que leer", o de los que tienen contacto con el círculo cultural que decide qué corresponde, en realidad solo se está creando otra forma de pertenecer a la misma homogeneidad. Se pierde una parte esencial del hábito lector porque el criterio para decidir cuál es el próximo libro a leer no bebe de nuestro gusto —forjado a base de muchos años y libros, o no—, o de nuestro arbitrio, o de nuestra sencilla curiosidad poco o nada adulterada. Se pierde una parte esencial del hábito lector, supongo, porque se pierde la parte en la que la lectura es algo que uno hace desde uno mismo, para uno mismo. El libro pasa a ser un objeto más con el que hablar de nosotros a los demás, con el que construir de forma calculada cómo queremos ser percibidos. El grado en que la obra nos ha transformado o nos ha permitido observar algo desde una perspectiva renovada pasa a un segundo plano, porque lo que importa es que ser asociados a la obra en cuestión transforme cómo somos percibidos a ojos de los demás.
Cuando escribo sobre libros, o sobre literatura, o sobre el mundo de la culturita de una forma inconcreta, me ocurre que me cuesta distinguir si las dinámicas que leo son las típicas de cualquier sistema literario o cultural, o si es que presentan algo único por ser catalanas. Normalmente, concluyo que todo lo que nos sucede, sucede en cualquier otro sistema literario o cultural del mundo, pero que en nuestro caso son dinámicas que se acentúan por el hecho de escribir o leer en una lengua minorizada, o de ser "pocos", si nos comparamos con otras lenguas u otros sistemas culturales. El hecho es que en el sistema cultural catalán parece más fácil observar y ser observado que en otros entornos. Quizás sea una percepción sin ninguna base, pero a veces pienso que eso es lo que hay detrás de todas las instantáneas del mismo libro que circulan estos días por Instagram. O, como mínimo, eso es lo que agudiza el fenómeno. No me gustaría que se leyera esta columna como una condena a las recomendaciones literarias, que muchas veces son el antecedente de grandes descubrimientos. Cuando las "recomendaciones" son homogéneas, no obstante, o cuando están hechas desde la voluntad de pertenencia, sin capacidad de crítica y sin una mirada propia sobre el libro en cuestión, el resultado es la rebaja del valor de ese mismo libro. Supongo que por eso la fotografía del libro puede ir entre la fotografía de un paisaje y la de un plato de restaurante, como una cosa más. No obstante, la capacidad de la buena literatura de llegarnos hasta el tuétano siempre contrastará con la ligereza del gesto de deslizar una fotografía con el dedo.