Si las elecciones sirven para que la sociedad exprese su estado de ánimo, el 20D ha sido una saludable catarsis colectiva. Muchos han aprovechado la ocasión para volcar sobre la urna todas las frustraciones, cabreos, desengaños, ilusiones rotas y proyectos de vida arruinados tras ocho años de plomo que han sido mucho más que una crisis económica. Y otra parte ha querido creer, y decirlo también en la urna, que todo el problema era cambiar a los partidos viejos por partidos nuevos y han acudido a votar impregnados de ilusión por esta cultura neocrática (el gobierno de lo nuevo, o la novedad como un valor en sí mismo) que nos ha invadido.

Pero si la función de unas elecciones es obtener una mayoría parlamentaria de la que salga un gobierno, el 20D ha sido un fracaso sin paliativos. Podemos engañarnos diciendo que se abre un período en el que serán necesarios los acuerdos, el diálogo, la flexibilidad política para buscar soluciones imaginativas… Pues no, nada de eso. Lo que estas elecciones han arrojado es un lío colosal, un parlamento ingobernable y un período asegurado de inestabilidad y de incertidumbre.

Lo que las elecciones del 20D han arrojado es un lío colosal, un  parlamento ingobernable y un período asegurado de inestabilidad y de incertidumbre

Un voto quizás terapéutico, pero claramente malogrado como decisión colectiva para orientar el futuro del país. Por eso es muy probable que haya que convocar nuevas elecciones: simplemente, porque estas no han cumplido su función política. Reconozcámoslo cuanto antes: es imposible que de ese parlamento salga un gobierno estable capaz de hacer frente a los problemas del país. Lo más que puede salir –y aún eso es dudoso– es un precario pastiche provisional, políticamente hipotecado hasta las cejas y que tendrá los días contados.

Decía Antonio Gramsci que la crisis consiste en que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Y añadía: “En ese momento se verifican los fenómenos morbosos más diversos”. Una buena descripción del panorama resultante de estas elecciones. Si la crisis económica alcanzó su momento más paroxístico en la última fase del Gobierno de Zapatero y la crisis social se hizo dramática en los dos primeros años de Rajoy, lo ocurrido desde las europeas del 2014 hasta las generales del 2015 ha sido la implosión de la crisis política inducida por las dos anteriores, con el 20D como la traca final. Lo que queda, de momento, es una gran nube de humo que hace muy difícil vislumbrar el futuro inmediato. Me temo que durante una temporada este país va a caminar políticamente a tientas.

Las elecciones fundacionales de la nueva etapa de España serán las próximas, se celebren cuando se celebren (todo indica que será pronto)

Las elecciones del 20D no han sido las primeras de nada, sino las últimas de la crisis. En ellas ha predominado lo emocional sobre lo racional, el ajuste de cuentas con el pasado sobre la visión de futuro. Las elecciones fundacionales de la nueva etapa de España serán las próximas, se celebren cuando se celebren (todo indica que será pronto); en ellas prevalecerá la necesidad de elegir un gobierno, y de ellas saldrá, esta vez sí, un nuevo mapa político con tendencia a estabilizarse. Cabe esperar que entonces las cosas empezarán a estar un poco más claras y el chocolate un poco menos espeso.

Mientras tanto, las fuerzas políticas tienen que realizar una doble tarea: gestionar de la mejor forma posible el endiablado escenario resultante de esta elección y comenzar desde ahora mismo a preparar las próximas. Y todas ellas tienen problemas estratégicos que resolver:

Empecemos por el PSOE, que, según su costumbre, se ha apresurado a situarse voluntariamente en el epicentro del terremoto. Tiene dos problemas inmediatos: uno de espacio político y otro de liderazgo.

Los socialistas tienen que hacerse rápidamente a la idea de que se acabaron sus cuatro décadas de hegemonía en el espacio de la izquierda. Quienes conocen bien a ese partido saben la profundidad del cambio cultural que ello implica. La izquierda española ha quedado dividida en dos bloques de tamaño aproximado y aún está por definir cómo se establecerá en el futuro la relación entre ambas. ¿Será posible una rivalidad convivencial o asistiremos a una lucha sin cuartel por una hegemonía ya imposible para ambos, que es el camino de la destrucción mutua asegurada?

Quince meses después, el consenso no explícito pero muy real en la clase dirigente socialista es que la elección de Pedro Sánchez fue un error

Un problema aún más inmediato: qué hacer con el liderazgo del PSOE. Quince meses después, el consenso no explícito pero muy real en la clase dirigente socialista es que la elección de Pedro Sánchez fue un error. Lo que ahora se discute entre bambalinas es simplemente cuándo y cómo reparar ese error sin cometer otro aún mayor. De esto se ha enterado ya todo el mundo excepto el interesado, pero los que mandan en ese partido parecen dispuestos a hacérselo saber de modo inequívoco.

El Partido Popular también tiene un problema grave de espacio político. Tras ocupar durante más de veinte años todo el espacio entre la extrema derecha y el centro-derecha, ha perdido el centro. Los siete millones de votantes que le han quedado son los que se sitúan más a la derecha, lo que en parte devuelve al PP a sus orígenes.

Tiene, además, un problema demográfico con su electorado. No se puede resistir mucho tiempo como partido mayoritario refugiado exclusivamente en la adhesión incondicional de los mayores de 65 años.

Y por supuesto, tiene también que resolver la cuestión del liderazgo. La gran mayoría de los casi cuatro millones de votantes que han abandonado al PP lo han hecho renegando de Rajoy. Cuando pierda la votación de investidura, ¿qué va a hacer Rajoy y qué va a hacer el PP con Rajoy?

La gran mayoría de los casi cuatro millones de votantes que han abandonado al PP lo han hecho renegando de Rajoy

Supongamos que hay elecciones en mayo. ¿Otro debate entre Rajoy y Sánchez con Campo Vidal de florero? Puaf.

Pablo Iglesias podía haber elegido formar un fuerte frente de izquierdas con Alberto Garzón para competir con el PSOE. No quiso hacerlo y los 900.000 votos de IU se han quedado en la cuneta sin que nadie los aproveche. A cambio, decidió formar un frente populista-nacionalista ligando su suerte a una ensalada de partidos nacionalistas de izquierda radical. Ha sido una jugada electoralmente exitosa, pero con una hipoteca política que le va a pesar. De momento, es rehén de su compromiso con el referéndum de autodeterminación en Catalunya y eso le ata las manos para negociar con el PSOE.

Y Ciudadanos tiene que repensar su lugar en el mundo. Era el novio más cotizado del baile, el que todo el mundo quería llevarse a la cama, y a la hora de la verdad ha pegado un gatillazo del que no se sabe cómo se recuperará. 40 diputados son muchos para un partido que hace 10 meses prácticamente no existía fuera de Catalunya; pero parecía tener la llave del castillo y ahora le ha quedado una habitación –espaciosa, eso sí– en la zona de servicio.

Y lo que es peor: una bajada de 5 puntos y 250.000 votos menos en Catalunya entre septiembre y diciembre. De la segunda a la quinta posición. Cuando se pierden 3.000 votos diarios en dos meses en tu plaza más fuerte, es que algo has hecho muy mal. Pero eso es para otro artículo.