Ahora que los primeros campos de arroz empiezan a segarse y el Delta, poco a poco, amarillea. Ahora que el calor afloja y el retorno al colegio se acerca. Ahora que la rutina inicia su progresivo retorno a nuestras vidas y cambiamos la ropa de los armarios. Ahora que la piel morena se va decolorando y vuelven los meses con erre. Ahora que ya somos un verano más viejos y todavía una Navidad más jóvenes, volvemos a hacer propósitos y promesas como si septiembre fuera enero, como si el inicio de curso fuera el fin de año y saltamos en el tiempo como si tuviéramos prisa, como si volviendo a un mes concreto o saltándonoslo, volviéramos o llegáramos antes a una persona, a un momento, a algún sitio.

Ahora que aprovechando las vacaciones hemos leído varios libros y aun así nuestra lista de lecturas pendientes no ha disminuido y que empezamos a llenar la despensa de caldo y el sofá de mantas. Ahora que se alternan escaparates con rebajas y abrigos y que las playas se van vaciando de parasoles. Ahora que afilamos la chimenea y escondemos el ventilador. Ahora que la enésima reposición de Verano Azul ya se ha acabado y que Chanquete ha muerto por decimoquinta vez. Ahora que ya no damos la misma importancia a aquello que antes parecía irrenunciable y que convertimos resignación en aceptación para, finalmente, sentir agradecimiento y seguir caminando soltando lastre y poniendo orden. Vaciando repisas y llenando vidas.

Ahora que los pájaros empezarán a emigrar y la albahaca dejará de perfumar balcones y alféizares. Ahora que tendría que volver la lluvia y que esperamos como el santo advenimiento el álbum de fotos del viaje. Ahora que hace casi dos años que personas inocentes están en la prisión. Ahora que los sobrinos y los hijos se marchan a estudiar fuera y ya no les va bien la ropa. Ahora que de aquí a poco cambiarán la hora y surgirá de nuevo el debate de si sirve de algo: que si el ahorro energético, que si los bioritmos, que si se hace de noche demasiado pronto o de día demasiado tarde. Manipulamos el tiempo como si existiera cuando probablemente existe sólo porque nosotros lo hemos creado.

Porque nuevas vivencias llegan hay que hacerles sitio en casa. En el alma. Sería como aquello de 'dejad salir antes de entrar'. Liberar espacio. Dejar fluir. Hay meses, personas, recuerdos, instantes, imágenes que son como una cerilla. Y cada cerilla es diferente. Las hay que parece que nunca se apagan, como si fueran una zarza incandescente, y su luz dura y se deshilacha. Otros –la mayoría– son de combustión corta: si cuando el fósforo se agota no sueltas la cerilla te quemas los dedos. Todo tiene su final, también el verano y los meses sin erre. Sin embargo, si no acaba como querías quizás es que todavía no es el final definitivo.