Cuando en las tertulias oigo o leo en los diarios como algunos comentaristas, con toda la frivolidad, anticipan que si la sentencia nos condenará a tantos o cuantos años de prisión, no puedo dejar de pensar en mis padres. Es instintivo, es inmediato y me duele mucho por ellos. No por como frivolizan sobre nuestro, mi, futuro como si fuera una apuesta y sin que tengan una información precisa o alguna, sino por el daño que deduzco que les puede hacer a ellos, a mis padres, que, como todo el mundo, saben sumar y restar.

Esta semana mi padre hará 79 años y dentro de un mes los hará mi madre. Su estado de salud es delicado, pero me siguen transmitiendo una fortaleza interior que me contagian y que me ayuda a mantener la mía. Pero sé que sufren en silencio por mucho que lo quieran disimular. A estas alturas no nos podemos engañar, ni ellos a mí, ni yo a ellos. Con una mirada cuando pueden venirme a ver una vez cada mucho, o con el tono de voz de la llamada semanal, nos basta para saber cómo estamos.

Una de las cosas más crueles de un encarcelamiento injusto es la separación de las personas queridas. Tengo la suerte, la inmensa suerte, de que entre estas está toda mi familia. Toda. Dicen que a la familia no la escoges, "te toca". En mi caso, como tanta y tanta gente, me siento un afortunado, porque podría volver a nacer las veces que hiciera falta que siempre escogería de nuevo a la misma familia que me ha tocado. Padres, hermanos, tíos, primos, suegros, cuñados, sobrinos, y, cómo no, mis abuelos, en paz descansen, que muchas veces los recuerdo aquí en prisión. Y no hace falta decir mi mujer y mis hijas, que sin ellas no soy nada.

En toda esta oleada de solidaridad y de apoyo hacia nosotros, los presos y nuestras familias, que nunca en la vida podremos agradecer como correspondería, nunca, pienso en como nuestros padres, por su sufrimiento en silencio y por no poder participar o vivir en directo todo lo que se hace, son los grandes olvidados en las crónicas sobre las derivadas de nuestro encarcelamiento. Eso no es ningún reproche a nada ni a nadie, ¡Dios me libre!, pero sí que en mi sentimiento de estar en deuda con ellos, que ahora desde la prisión pongo mucho más en valor, me hace sentir en la necesidad de reivindicarlos, si bien en el fondo, es la excusa para poder dejar testimonio por escrito de cuánto los añoro, los admiro y los quiero.

Me siento afortunado porque gracias a los valores y actitudes en los que me supieron introducir mis padres, hoy afronto mucho mejor estos difíciles momentos de un injusto encarcelamiento

Mis padres forman parte de esa generación que tan grande ha hecho nuestro país. De esa generación que recibió y supo transmitirnos unos valores y sobre todo unas actitudes que ahora me ayudan tanto y tanto a soportar esta injusta situación. Esa generación que con “una sabata i una espardenya” fueron capaces de hacer mucho. Son de esa generación de expresiones que desdichadamente han quedado muy olvidadas: "¡Tienes que tener fuerza de voluntad!", "Si quieres eso, te tienes que privar de lo otro. ¡Todo no se puede tener!", "Las cosas se ganan a base de agachar la espalda, y no pareciendo que tienes un hueso en la espalda", "A base de currar desde que sale el sol hasta que se pone", "¡Nada viene regalado!" porque "nadie te sacará las castañas del fuego". Que la exigencia "empieza por uno mismo antes que en los demás". Esa generación "se privó" de muchas y muchas cosas, pensando siempre en el futuro de sus hijos. Esa generación que todo lo que hacía, sus esfuerzos y sacrificios, encontraba sentido en sus hijos. Esa generación que empezaron a trabajar a la edad que ahora estremece solo de pensar porque eran niños. Esa generación que querían tener siempre "algo en la manga", por lo que pueda pasar. Forman parte de esa generación que nos enseñó a conocer y amar Catalunya en el sentido más amplio. Esa generación que sin buscar protagonismos ni gesticulaciones nos transmitieron aquello de "sufrir por los que sufren" y a implicarnos en entidades que "ayudan a los otros". Esa generación que venía “d’un silenci antic i molt llarg” ―que cantaba Raimon― y que a ellos les tocó romperlo a base de hacer grande desde el anonimato “aquella remor que se sent” que definía Miquel Martí i Pol. Esa generación que "salvó mucho más que las palabras". Y en mi caso, como en el de muchos, esa generación que nos quiso enseñar el Evangelio, en el mejor sentido de la palabra, el de la Iglesia "de base" que decían. Es así, sobre estos valores y sobre todo estas actitudes de no caer nunca en la resignación, que esa generación hizo tanto, y no sé si se lo hemos reconocido lo suficiente. Creo que no.

Creo que fue el añorado y admirado Carles Capdevila que dijo aquello que "los hijos no siguen los consejos de los padres, sino que siguen su ejemplo". ¡Cuánta razón! Y ojalá hubiera seguido más intensamente su ejemplo en muchos temas. Pero al mismo tiempo, y visto en perspectiva, me siento afortunado porque gracias a los valores y actitudes en los que me supieron introducir mis padres, y esa generación, hoy afronto mucho mejor estos difíciles momentos de un injusto encarcelamiento.

Ahora que se habla tanto y que hay tanta competitividad con los currículums académicos y profesionales, de los políticos entre otros, ahora que a menudo se habla más de la aptitud que de la actitud, quiero dejar constancia que, en mi caso, lo mejor que puedo y quiero exhibir en mi "currículum" acumulado a lo largo de mi vida no es que tengo este o aquellos estudios, o que he tenido esta o aquella responsabilidad, lo mejor que quiero exhibir porque es lo que me ha dejado un poso a lo largo de la vida, es que hace 52 años que soy hijo de Mingo y Dolors de Parets.

¡Por muchas felicidades! ¡¡¡Os quiero y os quiero!!!

 

Jordi Turull i Negre,

Preso político