Hace tres semanas presentamos en el teatro Victoria una propuesta para Barcelona. El diagnóstico era claro: necesitamos una nueva cultura política, y esta nueva cultura política sólo puede llegar si nos abrimos a nuevas maneras de tomar decisiones, tanto para escoger personas como sobre todo para construir proyectos. Unas elecciones primarias sirven para hacer las dos cosas: escoger y afilar candidatos (tanto el primero de la lista, como los otros) y escoger y afilar ideas de ciudad.

A diferencia del Parlament, en las elecciones de Barcelona quien gana las elecciones, aunque sea por un voto, acaba gobernando. Tanto ERC como el PDeCAT podrían ganarlas solos, pero ni las encuestas ni, en especial, los resultados del 21-D hacen pensar que eso sea fácil, mucho menos con la degradación creciente a la cual están sometidos los dos partidos.

Eso, claro, beneficia a la alcaldesa Colau, que podría volver a ganar con muy poco esfuerzo, con una hoja de resultados sin ningún éxito relevante, y con menos votos que los que tradicionalmente sacaban los partidos cuando perdían las elecciones. Pero también beneficia a Cs, que fue el partido con más votos en Barcelona el 21-D (y en 16 de las ciudades más pobladas del país), y que, si repitiera los resultados, podría gobernar. Incluso por un voto. Dejar la capital al azar es una irresponsabilidad.

Pero ir juntos por ir juntos no sirve de nada. Al contrario: gobernar y reproducir a escala municipal los mismos vicios que tiene el resto de nuestra política vertería Barcelona todavía más en la irrelevancia y condenaría a sus ciudadanos a una lenta decadencia personal, económica y cultural. Por eso, la propuesta del día 20 no era para hacer una lista unitaria, sino para hacer unas primarias que pongan el proyecto de ciudad en el centro, y obligara a los políticos y los ciudadanos a un nivel de exigencia superior. Que, a través de debates, todo el mundo se viera obligado a afilarse las herramientas, y ser mejor.

Las primarias me harían mejor a mí, como ciudadano y como potencial político, y sobre todo harían mejor a los candidatos, tanto el primero de la lista como los otros

En la conferencia del día 20, además, dije que yo me presentaría a estas primarias. Conozco las limitaciones de enfrentarse a aparatos de partidos —serían unas primarias, al fin y al cabo, contra el candidato de ERC, Alfred Bosch, contra el ganador de la contienda entre Carles Agustí y Neus Munté, y contra el candidato de Demòcrates (todavía por escoger), aparte de quien se quisiera presentar, de fuera de los partidos—, y aunque pienso que unas primarias donde primara el proyecto y las ideas y el debate me darían una oportunidad de ganarlas, no me importa perderlas. Perdiéndolas, las primarias me harían mejor a mí, como ciudadano y como potencial político, y sobre todo harían mejor a los candidatos, tanto el primero de la lista como los otros. La obligación de participar en un proceso electoral como este (proponía como mínimo un debate para cada uno de los 10 distritos de Barcelona, más un debate final, delante de los votantes y, por qué no, en los colegios electorales del 1-O), hace que los discursos vacíos y autocomplacientes de la política se vieran forzados a enfrentarse a la verdad de los barrios y a la crítica de los adversarios y votantes. Todo el mundo saldrá ganando, y la lista y propuesta resultante de las primarias sería, sin ningún tipo de duda, la más votada y, por lo tanto, el soberanismo gobernaría Barcelona con el mejor candidato o candidata y con las mejores ideas disponibles, afiladas por la gente. Al fin y al cabo, un candidato que no pueda ganar unas primarias dentro del soberanismo tampoco puede ganar unas elecciones fuera del soberanismo. ¿Qué candidato no querría toda la fuerza del soberanismo a su lado?

Para evitar los personalismos, —recordad que son primarias abiertas: puede votar y se puede presentar todo el mundo, incentivando así la aparición de nuevos actores políticos que no tengan que pasar por el enderezador servil de los partidos— propongo también que los que se presenten en las primarias y las pierdan, pero saquen más de un 15% del voto, vayan directamente a listas. Así garantizamos pluralidad —nuestra verdadera fuerza— y garantizamos también que, como pasa en otras latitudes, los concejales salidos de las primarias deban su fuerza a los electores, y no a las direcciones de los partidos, de manera tal que si un concejal es necesario que plante cara a su alcalde lo puede hacer en nombre de los votantes, y no tiene que callar para garantizarse la supervivencia política, como pasa ahora. Además, así tendríamos en la lista los representantes de espacios sociales e ideológicos reales, que tendrían su concreción en un debate político real en el consistorio. Es, como decía, una nueva cultura política, la que se parece al tipo de prácticas que todos hemos visto en la sociedad civil, en la calle, en los CDR, en las manifestaciones. Debates reales sobre preocupaciones personalísimas, y un incentivo para poner el talento primero, y la obediencia después. Añado que este mecanismo no está pensado para garantizarme un lugar en una lista, porque lugares en listas ya me han ofrecido, en estas elecciones y en otras.

No propongo desterrar los partidos, sino fortalecerlos con las personas e ideas más potentes de la sociedad civil, del tejido asociativo, de los nuevos espacios sociales que han aparecido los últimos años

Tanto Neus Munté como Xavier Trias me han reprochado que los partidos son importantes. Me parece una enmienda importante y, de hecho, estoy de acuerdo. Los partidos son animales políticos hechos de gente y de ideas y de intereses, hechos de gente formada en la administración y la negociación política, y tienen un papel relevante, que hay que preservar. Por eso, el resto de la lista electoral, la que no se cose a partir de los candidatos con un 15% de las primarias (que serían máximo 5 y probablemente 2 o 3, por razones aritméticas), habría que componerla con un pacto entre los partidos y los ganadores de las primarias, que tendría que componer un equipo. No propongo desterrar los partidos, sino fortalecerlos con las personas e ideas más potentes de la sociedad civil, del tejido asociativo, de los nuevos espacios sociales que han aparecido los últimos años. Al mismo tiempo, propongo mantener la pluralidad y, por lo tanto, su espacio ideológico, sin diluirlos en una falsa unidad folclórica, que nos vuelve acríticos e insensibles. Se trata de concentrar la fuerza para ganar, mientras potenciamos la pluralidad y el talento en el interior de esta confluencia. Repito: una nueva cultura política.

Alfred Bosch me ha pedido que primero plantee un proyecto de ciudad para Barcelona, y después miramos si podemos sumar. Cuando quiera. Propongo hacerlo ante las cámaras y con público. Y que, después, la gente vote. Propongo, eso es, unas primarias. Dicho de otra manera, no quiero pactar con Alfred Bosch un lugar en su lista: quiero pactar con la gente, quiero que entre todos pactemos una lista y unas propuestas de ciudad, que las conjuguemos con deliberación y en detalle, no sólo a base de conferencias que son monólogos sin réplica, ni a base de negociaciones de despacho. Dicho esto, en la conferencia del día 20 hablé mucho de modelo de ciudad, expliqué por qué la ciudad tal como se entiende ahora desde el Ayuntamiento no puede ser una capital global, expliqué por qué la política tal como la hemos hecho hasta ahora tampoco no saldrá adelante, y propuse incorporar en la manera de tomar decisiones el tipo de libertad y creatividad que nos permiten ser flexibles y escoger las mejores ideas disponibles, y rectificar si encontramos mejores. Puse ejemplos sobre el mercado laboral y cómo la revolución tecnológica nos afectará, señalé el conocimiento y la industria tecnológica en torno al cambio climático como ejemplo de sector clave para Barcelona, que la puede poner en el centro del mundo, hablé de las instituciones culturales de la ciudad, sus déficits y posibilidades, y como eso se relaciona con el turismo, hablé de transporte público y movilidad, y hablé de educación 0-3 años, y el impacto que tiene en nuestro tejido social, en la igualdad económica y entre hombres y mujeres, y en la influencia que tiene a largo plazo para la prosperidad de los barceloneses, la seguridad y la vida plena. Nada me gustaría más que discutir estas ideas con Alfred Bosch y, sobre todo, con candidatos nuevos que aparezcan de la sociedad civil.

Pero hice un esfuerzo para separar mi propuesta de ciudad de la propuesta de primarias. Porque una cosa es que creas que Barcelona necesita un revulsivo, que nuestra política necesita un revulsivo, y otra es que creas que nuestras ideas sobre Barcelona son este revulsivo. Hace meses que trabajamos con un grupo de gente desligada de los partidos para ofrecer propuestas concretas y tangibles sobre urbanismo, vivienda, comercio, industria, turismo, conocimiento, educación, mercado laboral, cultura y un largo etcétera. Y sobre todo para poner sobre la mesa el lugar que Barcelona ocupa y tiene que ocupar en el mundo global, que es un mundo de ciudades. Lo presentaremos poco a poco, a medida que la necesidad de tener un debate robusto sobre la ciudad en el interior del soberanismo se haga más y más evidente. Sin prisa, sin pausa. El proyecto existe, y lo queremos poner a prueba ante todos los otros candidatos, para mejorarlo, para mejorarnos. Para Barcelona.