Pedro Sánchez, Pedro Farsánchez, Pedro Nada, ni tiene convicciones, ni tiene principios, ni tiene palabra, ni tiene herencia política que transmitir. En contraste con Felipe González, con José María Aznar, no dejará ninguna frase memorable para la historia, ninguna declaración pública, ni opiniones que representen, que expliquen de alguna manera el periodo de su gobierno. Ni siquiera una frase particularmente divertida o absurda, como “lo más importante que se puede hacer por vosotros es lo que vosotros podáis hacer por vosotros”, que un día espetó Mariano Rajoy a los vecinos de Lorca, para decir que el mejor gobierno posible es el que no hace nada, el que nunca se desgasta, el que deja a los ciudadanos a la intemperie y que espabilen. Sálvese quien pueda, esto es la guerra, que aquí los gobernantes no están para hacer nada, solo para figurar y solucionarse la vida. Como mucho, los gobernantes están donde están para frenar al pueblo, para impedir cualquier cambio o mejora, para asegurarse que no harán inventos. La vida como letargo, la historia como gran bostezo, es claramente la antipolítica para una mentalidad contemporánea pero, con toda seguridad, no para la tradición política otomana, musulmana, española, que ha hecho de la repetición, del inmovilismo, una especie de identidad monstruosa, una manera de ser y de sobrevivir en el cosmos.

Todo es y será siempre lo mismo. Los cambios son solo ilusiones del espíritu, nos dicen. Pedro Sánchez no cree en nada ni piensa nada, pero como presidente del gobierno de España no tiene más remedio que hacer de presidente, y hacer de español. En este sentido, su aventura personal fue primero la de un luchador generacional que reclamaba su lugar frente a los viejos que se eternizaban en el poder. Y, ahora que ya tiene su puesto, es la aventura del gobernante que se quiere mantener a caballo, a cualquier precio. Entendiéndose con quien sea, si es necesario. Del mismo modo que denostó a Pablo Iglesias y a Podemos para, después, abrazarse con él, ahora que ya ha decidido que, de mayor, quiere durar tanto como Angela Merkel, o incluso más, ha decidido abrazarse con los que pueden ayudarle. Ahora que ya se ha hecho imprescindible en el PSOE, y no perderá su trabajo presidencial, es el momento de entenderse con la vieja guardia de su partido, con Felipe González, con el Ibex 35, con los hijos moderados de José María Aznar, con un Pablo Casado arrepentido de nazismo y que ya no se da el pico con Santiago Abascal. No sé si ustedes vieron la entrevista que el socialista Évole hizo al Aznar eterno, al españolísimo que no quiere ser enterrado, como el Cid, que al morir quiere fundirse con el paisaje de Castilla, con la meseta castellana. Fue una manera de decir que Aznar y el aznarismo se inoculan o que, de hecho, ya se han expandido, como un virus, por la atmósfera española. Y que Pedro Farsánchez, poseído por el Alien, romperá con Podemos, ganará las próximas elecciones y presidirá una gran coalición con un Partido Popular amansado. Una gran coalición españolista que se enfrentará al independentismo, un independentismo unido o desunido, eso no lo sabe nadie, ni siquiera el preso político Oriol Junqueras.