La desdentada momia del franquismo no se resigna a morir, ah no, la monstruosidad de aquel régimen de sangre, sufrimiento y mierda se agarra como puede a nuestra vida de cada día, a nuestra salud y a nuestra continuidad, a la decencia de nuestra sociedad pacífica, a la civilización edificante y al progreso que nos enriquece y nos mejora, que nos estimula. Venga, levántate y anda. El franquismo es todo lo contrario de Lázaro, el resucitado; de hecho es un vampiro muerto en vida, como todos estos militares, jueces, médicos, funcionarios, todos estos africanistas rapaces, todos estos ociosos que todavía viven de las rentas de la Victoria del general, que viven de los muertos de la Guerra Civil pero sobre todo de los muertos de la represión posterior y de la venganza, y que saben perfectamente que el tiempo se les ha acabado. Que no durarán más, que se están manteniendo en el tiempo contra la ley de vida y que el inmovilismo esta vez no los salvará. Algunos dicen que el independentismo ha despertado a todos estos fachas que invernaban en el sueño eterno de la campaña de Rusia, bajo la nieve de Volkhov y, ciertamente, para eso sirven las revoluciones o las más modestas revueltas, para eso estamos vivos y precisamente para esto somos propietarios de nuestro destino, para eso respiramos, para hacer ruido, para molestar, para gastar, para latir con la vida, con el tiempo que nos ha tocado vivir y, sobre todo, para no vivir como vampiros, que los vampiros no viven, que están fuera del tiempo, atrapados en el anacronismo, en la autarquía, en el camuflaje militar, en la inoperancia, en la incompetencia. El franquismo es un grupo de vampiros que quieren morir matando, que están dispuestos a enviarnos a todos al otro barrio, a morir definitivamente, a morir de una puñetera vez, si es que así nos arrastran a todos los demás. Dicen también que la envidia es el gran mal de España y, quizá por ello, hoy podemos ver que los que se han quedado sin vida no hacen otra cosa que maquinar contra los vivos. De hecho lo que más se parece a un vampiro es un virus, porque el virus, así lo certifican los biólogos, no es un ser vivo. Mata si puede, y mata todo lo que puede, pero no está vivo. Cuando la ciencia y la literatura terminan hablando de lo mismo es que el problema lo merece.
No se puede vivir en una democracia mientras no se pode des de la raíz el poder judicial
España, a diferencia de Alemania, no se desnazificó. Por no tener no tenemos ni una palabra que signifique lo mismo, desinfectarnos del franquismo, de Falange, del nacionalcatolicismo y, en cambio, lo que sí que hemos tenido son propuestas para desinfectarnos del independentismo catalán, como pedía Josep Borrell, ese gran amigo de los indios americanos. Si España hubiera abordado honradamente una desnazificación habría acabado enfrentándose a la cuestión que plantea la famosa película Judgment at Nuremberg (Los juicios de Nuremberg), dirigida por Stanley Kramer en 1961. Es una cuestión importante. Que no se puede vivir en una democracia mientras no se pode des de la raíz el poder judicial, mientras no eliminemos de nuestra sociedad la arbitrariedad de un poder absoluto que vive en la cruel fantasía de que no necesita justificarse. Que se dedica, sin contrapeso y sin control, a la persecución política, ayer contra el president Torra y hoy contra el flamante, temible, candidato independentista Joan Canadell. Que quiere volver a juzgar a Arnaldo Otegi, para intensificar la injusticia contra un dirigente político vasco partidario del final del terrorismo armado. Que hoy sigue persiguiendo a más de tres mil personas independentistas por los hechos del Primero de Octubre de 2017. Que ahora quiere volver a juzgar al rapero Valtònyc, por un imaginario delito de odio contra la Guardia Civil. Que ha condenado a Dani Gallardo a cuatro años y medio de prisión por la protesta contra la sentencia del Primero de Octubre en Madrid por unas supuestas lesiones leves, siguiendo el descomunal criterio del caso Alsasua, digno de un juicio de guerra. Un poder judicial que se niega a investigar la participación de los servicios secretos españoles en los atentados islamistas de Barcelona y Cambrils. Y que, cuando el Consejo General de la Abogacía plantea a la Audiencia Nacional la indefensión de sus clientes al negarse a abordar la cuestión de fondo, se crea una cortina de humo y se reduce el conflicto a abordar el exceso verbal del juez Guevara, siempre tan temperamental. El presidente de la Audiencia Nacional ha dictaminado que “en el ánimo de Guevara no estaba de manera consciente y voluntaria faltar al respeto y consideración debida a los letrados”. ¿Y eso cómo lo puede saber el señor juez? ¿En nombre de qué justicia se hacen juicios de intenciones desde la arbitrariedad de un poder que se exhibe como absoluto, imprevisible y desprovisto de cualquier respeto por los administrados? ¿Qué partido político que no sea independentista ha planteado acabar de una vez por todas con esta impunidad judicial, digna de la dictadura? De la de Franco.