Sandro Rosell sabe ahora lo que es la cárcel, que antes no lo sabía. Antes hablaba por aproximación, como hablamos la mayoría, sin saber muy bien de qué hablamos. Ahora los presos políticos también saben lo que son los barrotes, lo que son los desgraciados, lo que son los marginales y los indeseables, que antes no lo sabían demasiado. Ahora los presos ya tienen amigos procedentes de la parte más baja de la sociedad. Ahora todos lo sabemos todo un poco mejor y ahora todos nos conocemos mejor. Ahora sabemos quién es Oriol Junqueras, en todo su esplendor, y ahora tenemos una imagen más nítida de Jordi Sànchez, ahora sabemos más exactamente lo que son las instituciones españolas, ahora sabemos que la justicia sirve para reprimir y no para restituir, y no para reparar un delito. Ahora ya nos hemos hecho todos un poco más adultos. Una vez visto lo que ha pasado, creo que la mayoría preferimos a estos políticos que han sufrido la cárcel, a estos hombres y mujeres importantes que han conocido la miseria, la persecución, la dureza de la represión. Porque tienen más empatía. La gran diferencia entre los líderes políticos independentistas y los de España es ésta, que los hay que hablan por aproximación y los hay que hablan por convicción y desde el conocimiento exacto. Yo no contrataría para la cocina de un restaurante ningún cocinero que no tuviera experiencia de los fogones ni a ningún vendedor que nunca hubiera sido estafado. Mirar las cosas desde el otro lado es fundamental, como acaba de aprender Boris Johnson, 55 años, primer ministro, padre de un niño y pareja de la señora Carrie Symonds. Johnson también es autor de una importante biografía de Winston Churchill. Y por lo que dice todo el mundo nunca, hasta ahora, había tenido ningún aprieto ni había vivido ninguna situación grave como una guerra.

Una cosa es freír un huevo y otra, muy diferente, es pensar, imaginar, suponer, que fríes un huevo. Los presos políticos catalanes son los primeros políticos en mucho tiempo que han conocido la cárcel, los primeros que conocen el percal, los primeros que tienen una experiencia de la parte incómoda de la existencia. Los primeros dirigentes que tienen relaciones personales con gente de la parte incómoda de la sociedad. Boris Johnson es ahora mejor político de lo que era antes, precisamente porque ha sufrido la enfermedad del coronavirus y, porque como él mismo ha reconocido, ahora sabe de qué va la brutal enfermedad. Ahora sabe lo que es estar a las puertas de la muerte, ahora conoce el enorme valor de la sanidad pública. Un lugar a donde vas tocado de muerte y, normalmente, sales de allí totalmente recuperado. Quizá por eso de la experiencia, las sociedades antiguas preferían a dirigentes políticos cuanto más viejos mejor, porque aseguraban un cúmulo de experiencias, imprescindibles para el buen gobierno, para la correcta gestión de los asuntos públicos. De ahí nace el senado romano, que no significa sino una asamblea de ancianos, de personas que saben de la vida y que ya han pasado por todo. Hoy nuestra sociedad prefiere ignorar la presencia intimidatoria, inevitable, de la muerte y la celebración sistemática de la juventud, como en el caso del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. No estaría de más exigir a los nuevos dirigentes políticos un certificado de salud mental, un perfil académico y profesional. Y también una plena conciencia de las cuestiones esenciales de la vida, como el memento mori. Cuando sabes que te puedes morir en cualquier momento, cuando no te olvidas de la muerte, probablemente te conviertes en más humano, en menos sectario, en más partidario de la vida. De la buena vida de los demás, de la gente que te ha votado.