El castellano como español, como lengua común de todos los súbditos de la monarquía española, es una de tantas mentiras que no deja de repetir el imperialismo de la meseta ibérica, siempre grosero y nervioso, siempre enemigo de la cultura. Una fantasía política como lo es la Reconquista peninsular que nunca fue, ni existió, o como el fraternal encuentro con los pueblos de América, que salieron del fuego del imperialismo azteca, maya e inca para caer en las brasas del imperialismo católico de los Austrias castellanos. Un imperio mucho más intolerante, racista e inhumano precisamente porque era europeo y más civilizado; porque Walter Benjamin tiene razón, los nazis fueron peores porque eran los más civilizados de todos, los más competentes. También a la hora del crimen. En definitiva civilización y barbarie no son antónimos, sino las dos caras de la misma mismita moneda. Los más civilizados son los más bárbaros cuando se lo proponen y el españolismo no ha hecho más que radicalizarse, que hacerse más criminal a medida que la tecnología le permitía imponerse más abusivamente. La vieja controversia entre hutus y tutsis solo se torna dramática cuando es técnicamente posible exterminar al adversario y no dejar a ni uno. Además de esto, el españolismo vive permanentemente acomplejado frente al modelo francés. Quieren construir una nación monolítica como la francesa y no lo consiguen, quieren hacer y rehacer París a orillas del Manzanares y solo consiguen un Madrid que no les satisface. El académico murciano Arturo Pérez-Reverte, en una conversación con Joaquín Sabina, del 2016 para el diario El Mundo, afirmaba: “Como soy jacobino, ese tema lo habría solucionado en el siglo XVIII. ¡Chas, chas, chas, chas! Ahora ya no tiene solución”. Añadiendo que “hubo momentos en los que se podía pasar una población entera a cuchillo, en el siglo XI, pero no en el siglo XXI”. Sabina, que quizá parece achispado, añade, fraternal con los catalanes: “me adhiero a la propuesta de mi compañero”.

 

El español o castellano no es una lengua superior a las otras. Y pido perdón por escribir esta obviedad que el supremacismo españolista olvida todos los días de la semana. No es verdad que la expansión del castellano se explique por una presunta y fabulosa habilidad de la lengua castellana para hacerse más amable que otras ante nuevos hablantes. El castellano es la lengua más importante de la Península solo porque el reino de Castilla fue el más importante y extenso. Aquí se acaba la historia. Del mismo modo que el gallego-portugués y el catalán-valenciano son las segundas lenguas más importantes del territorio de acuerdo con la extensión más reducida de las coronas de Portugal y de Aragón. Un reino medieval de Aragón que hablaba muy mayoritariamente catalán y que no era un colectivo castellano de baturros. Tampoco el inglés hoy es la primera lengua del planeta para que sea especialmente fácil o difícil de comprender. El inglés es la primera lengua del mundo porque el imperio británico fue antes de la Primera Guerra Mundial el imperio más extenso jamás levantado por la raza humana y que la primera potencia económica del mundo es una antigua colonia británica, los Estados Unidos de América.

El español de España solo es fácil para los españoles de España que ya lo hablan de casa y que, como es notorio, tienen siempre tantos problemas para aprender lenguas extranjeras. Ciertamente, el breve sistema vocálico de la lengua castellana puede estimular la fantasía de que es una lengua asequible para todos. Pero, en realidad, es aproximadamente el mismo vocalismo del vasco —y del japonés— pero con el regalo adicional de tres mil verbos irregulares, y nadie que no sea hispanohablante ve ninguna facilidad en eso. La exageración ya sabemos que es propia de determinadas culturas. También dicen que la lengua castellana es muy hablada porque es una lengua de cultura. Exactamente ¿de qué cultura están hablando? Porque para los que hablamos catalán, hijos de la primera lírica del mundo, la de los trovadores, herederos de March, Llull, Martorell, Corella, Verdaguer, primeros importadores y divulgadores europeos de Dante, Petrarca y Boccaccio, francamente, nos cuesta un poquito que nos impresionen con cuatro espejuelos y cuatro campanillas como si fuéramos aquellos pobres indígenas del Caribe.