Vivimos en un estado en el que te puedes cambiar de sexo pero no puedes mantener tu identidad cultural. La persecución contra la identidad catalana se hace más nítida en aquellos territorios en los que la fuerza del catalanismo político es débil, poco sólida, incluso marginal. Baste observar las zonas del extrarradio de Barcelona donde el PSOE gobierna ininterrumpidamente desde el advenimiento del régimen de 1978 para constatar que, más allá de la ruidosa propaganda de los partidos, existe la evidencia de una Catalunya castellana, de otra Catalunya, de nueva planta, concurrente. De una Catalunya inmigrante que no solo ha decidido no integrarse en el conjunto de la sociedad catalana sino que aspira a mantenerse en el tiempo y a sustituir cultural y lingüísticamente, nacionalmente, identitariamente, a los catalanes, a hacer de nuestro país una minoría nacional dentro de la propia Catalunya. Del mismo modo que hicieron los colonos castellanos y andaluces en las nuevas tierras de la América hispana, en los territorios que querían asimilar y poseer, despojando a sus antiguos propietarios. De ahí el fenómeno electoral de Ciudadanos, y el anticatalanismo práctico de muchos dirigentes del PSC, compañeros de viaje político del españolismo de Vox y otros fenómenos de aculturación que sufre nuestro pobre país. Se sienten legítimamente esperanzados porque en los territorios donde el catalanismo político no tiene mucho predicamento han barrido el hecho vivo de Catalunya, como en la zona de administración colonial francesa, o como ocurre en otros territorios económicamente emergentes como las Illes Balears y el País Valencià. Territorios que eran solo catalanes hasta la llegada de la economía del crecimiento perpetuo.

Analizar el ámbito general de los Països Catalans nos ayuda a constatar las fortalezas y sobre todo las debilidades de nuestra identidad, a valorar dónde estamos exactamente hoy más allá de la efervescencia independentista, centrada siempre en el convulso Principat. Noticias locales pueden darnos una perspectiva muy útil de la estrategia que el anticatalanismo fabrica, incansablemente, para borrarnos definitivamente del mapa. Como la que me hace llegar un buen amigo desde Alacant para ilustrarme con la fuerza de unos hechos nítidos. En el municipio de Sant Joan d’Alacant, la concejala de Vox, Gema Aleman, hace pocos días ha acusado a los representantes de Compromís de vulnerar su derecho fundamental de participación política cuando usan la lengua catalana-valenciana en los plenos municipales. Reclamando así un inexistente derecho, el derecho a la ignorancia manifiesta y, concretamente, a la ignorancia de la lengua propia del antiguo Regne de València. Gema Aleman desconoce el catalán-valenciano, no lo entiende, no, y considera que, como es costumbre, los sumisos valencianets le facilitarán ese trabajo, deben traducirse a ellos mismos, tienen que abandonar la lengua del País Valencià para que los plenos municipales puedan hacerse sólo en español, una lengua forastera a la que califica de “lengua oficial del municipio”. Los valencianos no deben molestar. La señora de Vox alega en un escrito que para “garantizar y proteger su derecho fundamental de participación política durante los próximos plenos”, de acuerdo con el artículo 23 de la Constitución, “se dirijan a ella en la lengua que todos hablamos y conocemos”, porque no cuesta nada seguir con la fantasía de que España es una sola nación y una sola cultura. El bilingüismo es una tragedia como sabemos. Especialmente cuando los bilingües somos siempre los mismos. Cuando nos dejamos perder el respeto en nuestro país. Cuando estas actitudes no nos sorprenden para nada. Después nos quejamos si nos tratan como a súbditos, como a ciudadanos de segunda, si nos quieren hacer pagar todas las facturas.