Esos que afirman que no saben nada de derecho y que, por lo tanto, no pueden pronunciarse sobre el espectáculo televisivo del juicio contra los presos políticos, esas mismas personas son las primeras que se atreven a opinar de lengua y de sociolingüística. Hablan y dan la impresión de un escopetazo. Sentencian y se quedan tan anchos, arrellanados en el asiento mientras se terminan su quinto. Las mismas personas que nunca le llevan la contraria a su médico parece que quieran desquitarse después con temas que parecen más fáciles de abordar. Al fin y al cabo, nunca querrán hacer el esfuerzo de entender qué diablos es el bosón de Higgs pero de lengua todo el mundo sabe y como somos catalanes, sí, señor, somos catalanes, parece que todo el mundo tenga derecho a sostener la primera tontería que se le ocurra. Normalmente son opiniones de una ingenuidad colosal, rebozadas de tan excelentes intenciones como pobres conocimientos sólidos, unas opiniones que, de hecho, no pretenden analizar ni comprender nada, sólo quedar bien, quedar ante todos como buenas personas, altruistas, justas, bienintencionadas y edificantes. Les repugnan el dinero pero no dejan de acapararlo. Ven muchas retransmisiones deportivas pero cogen siempre el ascensor y no suben escaleras. Son personas siempre partidarias de la paz universal, de la protección del medio ambiente, personas que afirman que hablando se entiende la gente, sostienen que todas las opiniones son respetables, que el alioli no debe picar, que debería hacer calor, pero no tanto, que el frío debería ser preferentemente más benigno, que debería llover, pero sin exagerar, y sólo por la noche, cuando están durmiendo y así no se mojarían nunca, que lo encuentran muy molesto. Son personas que repiten los tópicos que han oído toda la vida, que no se calientan nunca el seso, que no quieren mirar la vida cara a cara para no pegarse nunca ningún susto.

Estas personas son partidarias de la fruta sin pepitas y de las rosas sin espinas. Y naturalmente repiten como loros que el bilingüismo de nuestra sociedad es una riqueza y que en Catalunya se debería estudiar en las dos lenguas, mitad y mitad, ni para ti ni para mí. Mar y montaña. Así, a medias, todos contentos y engañados. Como si en Catalunya sólo se hablaran dos lenguas y no más de doscientas, como ocurre en realidad. Como si esta riqueza tan extraordinaria que, supuestamente, nos aporta el bilingüismo, no fuera una quimera que no se ve por ninguna parte. Hablando el catalán penoso que hablamos todos, ¿realmente en qué consiste esta riqueza? Teniendo en cuenta que después de cuarenta años de democracia el catalán no deja de retroceder en todos los ámbitos, y que cada vez tiene menos hablantes, ¿hay motivos objetivos para sentirse razonablemente satisfechos? Excepto en algunos territorios en los que el catalanismo político ha sido capaz de aplicar tímidas políticas de discriminación positiva en favor de la lengua catalana, lo cierto es que el español es una plaga expansiva que devora todos los territorios donde se instala. Van pasando los años y estas personas que se consideran encantadas de la vida siendo bilingües cada vez son menos numerosas, van pasando los años y el español va colonizando territorios y ámbitos sociales que pertenecían a las lenguas catalana, vasca, gallega, asturiana, aranesa y aragonesa. España continúa, incansable, su proyecto político de uniformización lingüística a la francesa y ya ha conseguido que la lengua y cultura castellanas se hayan convertido en la lengua y cultura españolas por antonomasia. Ser español es ser castellano. Del bilingüismo precario estamos pasando al monolingüismo en español salpimentado, eso sí, de algunas concesiones al folclore local como el pantumaca y la Generalitá. Es imposible vivir en Catalunya sin saber español y, en cambio, perfectamente factible nacer y morir en esta tierra sin decir un bon dia nunca jamás. Innumerables colonos nos lo demuestran cada día, nunca se ensucian su boca con nuestra indeseable lengua. Conviven con nosotros pero no tienen la más mínima empatía por este país ni por la batalla que reclama vida, futuro, para la lengua y cultura catalanas.

La Assemblea Nacional Catalana acaba de publicar un vídeo que se atreve a mirar el problema a la cara. Pero es sólo un vídeo en un océano de propuestas audiovisuales y políticas. Si Gabriel García Márquez aprendió catalán para leer Mercè Rodoreda y Picasso aprendió catalán para jugar con los chicos de su edad cuando se trasladó a Barcelona, hoy ¿qué sentido tiene el catalán cuando los catalanes, siempre queriendo quedar bien, somos los primeros que abandonamos nuestra lengua? El ejemplo de los chiquillos que jugaban con Picasso es muy ilustrativo. No le hablaban en español porque no lo sabían. No porque fueran militantes de nada. No tenían esa falsa riqueza del bilingüismo y de esa ignorancia del español se beneficiaba la salud del catalán. Mientras en los países de lengua catalana no volvamos a tener territorios absolutamente monolingües, tan monolingües como Sevilla, como Burgos, como Santa Cruz de Tenerife, el catalán no tiene nada que hacer, está desprovisto de futuro. Sí, hay que vestir a un santo desnudando a otro, ya que saber bien el catalán significa no saber bien otras lenguas, y no todo el mundo puede trabajar como traductor jurado, no todo el mundo puede saber bien dos idiomas o más. Vivir en catalán significa no vivir en chino mandarín. Los colonos españolistas con los que convivimos nos demuestran cada día que hablar siempre en tu lengua es legítimo, si ellos lo hacen, ¿por qué no podemos hacerlo nosotros? Y si no me quieren creer, recuerden al menos la sentencia de Pompeu Fabra: la normalización del catalán es un ejercicio de descastellanización. ¿Queremos reintroducir el oso pardo en el Pirineo pero no queremos reintroducir el catalán, no sea que alguien se enfadara? Dejemos de soñar despiertos o el catalán se nos quedará por el camino.