Volvemos al tópico de Napoleón que dejó dicho: "Cuando quiero resolver un problema, nombro a un responsable, pero cuando quiero que se eternice, nombro una comisión". La primera reunión de la llamada mesa de diálogo se plantea abordar el (supuesto) conflicto catalán, "sin prisas y sin plazos". Aunque lo parezca, no es poco. La mesa de diálogo es el primer paso, hecho de común acuerdo entre el PSOE y ERC, para desconflictivizar la situación y volver a la normalidad política previa al proceso soberanista. Mucha gente lo agradecerá, otra se avergonzará y no serán pocos los que se sentirán aliviados y avergonzados a la vez. En cualquier caso, si de verdad hay un conflicto entre dos partes, sólo un acuerdo entre ellas puede resolverlo.

Recuperar aquella normalidad de antaño es una necesidad sobre todo para los socialistas, porque en aquella situación ganaban siempre las elecciones generales ―prioridad para el PSOE―, las municipales y casi nunca las catalanas, lo que también le iba bien al PSOE. (De hecho en Madrid aún recuerdan como una pesadilla los tripartitos de Maragall y Montilla).

Volver a la normalidad también es la opción estratégica que ha adoptado ERC para consolidarse como principal partido de gobierno y como el interlocutor catalán del Estado, en sustitución de la CiU de Pujol, Roca y Duran. Es una apuesta más arriesgada para el partido republicano, porque a diferencia de CiU, ERC sólo puede interlocutar con el PSOE. Y sobre todo porque las ansias independentistas de su clientela natural no casan demasiado con los halagos que reciben los líderes del partido por parte de la opinión publicada y patrocinada.

La mesa de diálogo es el primer paso, hecho de común acuerdo entre el PSOE y ERC, para desconflictivizar la situación y volver a la normalidad política previa al proceso soberanista

La iniciativa de la mesa de diálogo se presentó con el objetivo de "resolver el conflicto político” entre Catalunya y España. Ciertamente hubo un conflicto cuando la gente se movilizó para ir a votar y el Estado respondió con aquella represión. La cuestión es: ¿qué conflicto hay ahora? No se puede negar, tal como dijo Pedro Sánchez, que en Catalunya no existe ahora la tensión política que había hace un año. Sin duda ha contribuido el indulto de nueve presos políticos y también el desencanto generado por el navajeo entre ERC, Junts y la CUP. No son pocos los que han desconectado. De 2015 a 2020, los jóvenes de 18 a 24 años han pasado de ser el grupo de edad más independentista a ser el que menos lo es de todas las franjas de edad.

Dicho de otro modo. En la mesa de diálogo se sientan la delegación española y la delegación catalana. La parte catalana quiere "negociar" la amnistía y la autodeterminación. Como cuando se negocia no se llega nunca al 100%, no queda claro en qué puede consistir, en el mejor de los casos, el 70% de cada cosa. Y aún más, ¿a cambio de qué? ¿Qué le puede dar Aragonés a Pedro Sánchez? El apoyo de ERC a los presupuestos del Estado ya está comprometido. Va a cuenta de los indultos. ¿Qué necesidad tendrá el Gobierno de Pedro Sánchez de satisfacer la reivindicación soberanista? ¿Qué capacidad tiene el Govern de Catalunya de forzar al Gobierno del Estado? Vicens Vives lo describió como la "impotencia coercitiva" de los catalanes. Porque resulta que el gobierno español, y el Estado en su conjunto, sí tiene capacidad de forzar al gobierno catalán. Le controla el dinero, las comunicaciones, las infraestructuras, los tribunales y la interpretación de las leyes, etc. Así que de vez en cuando Pedro Sánchez anunciará algún gesto electoralista para demostrar que la mesa funciona y que ellos hacen cosas concretas que benefician a los catalanes, mientras los teóricos independentistas no consiguen la amnistía ni la autodeterminación y se pasan el día peleándose a ver quién es el más valiente.

La situación se ha complicado mucho por varias razones, pero fue determinante que en algún momento, cuando la cuestión era un problema democrático como el derecho a decidir de los catalanes, previsto por la Constitución y tumbado con malas artes por el Tribunal Constitucional, alguien decidió animar a la gente a su favor pasando directamente a abanderar la independencia. Pero una cosa es querer la independencia y luchar por ella ―todos tiene derecho― y otra muy diferente prometerla y excitar a la gente cuando no tienes ninguna intención ni instrumento para conseguirla. A eso, no hay derecho.

Recuperar aquella normalidad de antaño es una necesidad sobre todo de los socialistas, porque en aquella situación ganaban siempre las elecciones generales ―prioridad para el PSOE―, las municipales y casi nunca las catalanas, lo que también le iba bien al PSOE

Sostengo la teoría de que el proceso soberanista se explica como una provocación del estado español cuando por la corrupción y la crisis financiera el régimen hacía aguas por todas partes y necesitaba el conflicto con Catalunya para envolverse con la bandera de la unidad. No ha sido la primera vez en la historia. Ya lo hizo Alfonso XIII para distraer y evitar el levantamiento revolucionario. En mi opinión, los soberanistas catalanes cayeron en la trampa de lleno, mordieron el anzuelo, y, como reconoció Clara Ponsatí, se inventaron un "farol". No para ganar la independencia, sino para forzar una negociación (del autogobierno) con el Estado. Lo han reconocido todos los implicados. El Estado se dio cuenta rápidamente de que Catalunya jugaba sin cartas y con todo su poder aprovechó para rebobinar muchos de los avances de la Transición del 78 en nombre de la unidad.

La frivolidad de políticos catalanes ha sido muy criticada por independentistas y no independentistas, pero buena parte de los valientes hipercríticos con el independentismo han callado cobardemente ante la crueldad del Estado y la arbitrariedad del poder judicial. Incluso políticos, periodistas y medios de inequívoca trayectoria democrática han puesto en evidencia, practicando un oficialismo propio de otras épocas, la decadencia moral de un país que vuelve a tributar honores a fascistas como Millán Astray. No merece el mismo nivel de crítica la ingenuidad política de unos cuantos dirigentes que lo han terminado pagando con cárcel y exilio que la encarnizada represión y la regresión democrática del Estado.

Dicho esto, sí hay que decir que el año 2017 todos los actores políticos del momento sabían que la independencia ―la separación siempre suele terminar con violencia armada― no la podía resolver Catalunya con unas cuantas manifestaciones modélicamente pacíficas y sin romper nada. Y sin aliados internacionales, sin estructuras de Estado, en 18 meses y con los Mossos dispuestos a detener al president...

Así que, ingenuidades aparte, la reivindicación independentista por parte de los partidos ha sido utilizada por ERC, Junts y la CUP no para ganar la independencia, sino para disputarse el poder autonómico como única prioridad. Y esto fue así incluso en los momentos más dramáticos del 26 y 27 de octubre, cuando el juego sucio y desleal de una parte provocó el desastre definitivo y abrió una herida ―prisión y exilio― que difícilmente cicatrizará nunca.

"El arte de la guerra ―escribió Sun Tzu hace 2.500 años― se basa en el engaño", pero quería decir que hay que engañar al adversario y no al revés. Y también escribió que sólo hay que luchar cuando la victoria está asegurada. Aquí se ha hecho todo empezando la casa por el tejado y ahora convendría un reset

ERC y Junts gobiernan juntos porque la gente vota de buena fe por la independencia verbalizada y contra la represión. Y no hay de momento alternativa a la mayoría soberanista. Sin embargo, ERC y Junts seguirán haciéndose mutuamente la vida imposible desprestigiando la causa que dicen defender. Así que dado que los que tenían prisa ya no la tienen, que "a tocar" no hay nada y que el objetivo siempre ha sido llegar a un nuevo acuerdo con el Estado sobre el grado de autonomía, lo lógico y lo más honesto sería que se centren en gobernar, que dialoguen, que pacten con quien sea, que resuelvan Rodalies, que vacunen a la gente que falta y que inauguren infraestructuras. Que hablen de lo que hacen... y no de lo que no harán. Que no hablen de independencia, primero porque no se lo creen; segundo, porque es contraproducente: mientras la parte catalana abandere la independencia, el gobierno español se verá obligado a demostrar que no claudica ni en Rodalies ni en nada de nada. Y tercero, porque para conseguir la independencia no basta con proclamarla ni con tener razón. Implica hacer una revolución y la revolución requiere un trabajo y unos sacrificios mucho más incómodos que gestionar la autonomía. Y, por qué no decirlo, difícilmente hará ninguna revolución quien todavía teme perder lo que tiene y esto vale para los que mandan y los que les presionan con propuestas mágicas ("President, haga la independencia"). La prueba es que, por si acaso, los partidarios de la independencia se apresuran a pagar las multas.

No se trata de renunciar a nada. "El arte de la guerra ―escribió Sun Tzu hace 2.500 años― se basa en el engaño", pero quería decir que hay que engañar al adversario y no al revés. Y también escribió que sólo hay que luchar cuando la victoria está asegurada. Aquí se ha hecho todo empezando la casa por el tejado. Siempre resultará más eficaz trabajar por la independencia y negarlo rotundamente, que proclamarlo y no hacer nada. Las urnas del 1 de octubre son un buen ejemplo. La consigna borbónica para castellanizar Catalunya siempre fue "conseguir el efecto sin que se note el cuidado". De un tiempo a esta parte, la inteligencia catalana se ha esforzado en que "se note el cuidado" para no conseguir ningún efecto, así que convendría un reset.