No es un título pesimista. Es realidad. Se dice que un pesimista es un optimista bien informado. Más bien no. Un optimista bien informado es alguien que encara el futuro con esperanza, determinación y se procura medios adecuados.

Personalmente procuro ser optimista. No en vano soy hijo de multitudes que hemos creído en la idea de progreso y no estamos dispuestos a salir de esta vía que, ciertamente, ni es recta, ni plana, ni sin asperezas. Cualquier otra, en perspectiva, va hacia la edad de piedra. No está escrito en ningún sitio que la vida tenga que ser fácil, aunque parece que sería coherente con esta sociedad de consumo dorado, ajena al riesgo y vividora -la acomodada, claro está. La vida es dura y la visa no lo es, ni mucho menos, todo.

Con la pandemia de la Covid-19, se ha instalado la idea, fruto de falta de información y del lógico cansancio del confinamiento, de que eso ya está superado, que hemos llegado a la cumbre. Un poco de precauciones (distancia social, lavarse a menudo las manos y mascarilla) y listos, encaramos la normalidad. Sea dicho de paso: la expresión nueva normalidad es la amenaza de que la normalidad no volverá.

Nada de eso. Y eso no es ser pesimista. La pandemia no se vencerá más que de dos maneras. O la inmunidad social -con una previa infección enorme de la población mundial- o una vacuna. Mi apuesta es por la segunda, sin duda.

Hasta ahora se ha superado el primer capítulo con los instrumentos de que disponíamos: poca información de la Covid-19, pocos medios, después de la devastación neoliberal del sistema de salud pública y una fuerza de voluntad inconmensurable por parte de sanitarios, otros grupos críticos -nuestros súpers, por ejemplo- y los ciudadanos, y muy especialmente, de los menores, a los cuales no hemos oído. Ciudadanos de primera. ¡Bravo por ellos!

Hacía falta, para no reventar el sistema, vencer la curva. La curva parece vencida, pero es gracias a la voluntad de los sanitarios y al confinamiento. Clínicamente con pocas herramientas se han salvado muchas vidas, a oscuras y dando palos de ciego. Sin embargo lo más difícil queda por hacer. Hará falta mucho más que la buena voluntad y un gran esfuerzo en el futuro inmediato.

Recordemos que la famosa gripe española en una primera oleada causó entre tres y cinco millones de muertes. Creyendo que se había vencido, se bajó la guardia y vino la segunda: entre veinticinco y cuarenta millones más de cadáveres. Así que cuidado.

Las pestes, pandemias o como le quieran llamar se han combatido siempre con confinamiento, con profilaxis y el arsenal clínico previo a la infección, por definición insuficiente. Como: uno por otro, y la casa sin barrer. Quien no se ha confiando (Suecia) o lo ha hecho tarde (Reino Unido) ahora lo están pagando. Pero que pasara una segunda vez sería terriblemente ridículo.

De la Covid-19 sabemos muy poco. Y, hoy por hoy, no tenemos vacuna, ni es esperable que la tengamos hasta dentro de muchos meses. Los milagros en ciencia no existen. En ciencia hacen falta inteligencia, perseverancia y capital. Los milagros, en otros negociados, a Lourdes, por ejemplo, pero ahora no se puede ir: está cerrado.

No es, al fin y al cabo, un tema de curva, de vencerla, un tema puntual y necesario; es mucho más. Es una cuestión radical de conocimiento: sabemos poco, del virus. De más de siete mil millones de personas, la Covid ha infectando, a día de hoy, a unos cinco millones, menos del uno por ciento. Eso, dicen los científicos, poca información nos ofrece. Tenemos poca información porque la obtenida de los test también resulta insuficiente. La gravedad de la sintomatología, los efectos secundarios, o no tan secundarios, la reinfección, el papel de los menores en la transmisión, los asintomáticos y muchas otras cuestiones contienen muchas incógnitas esenciales para un tratamiento satisfactorio.

Como afirman los profesores Haugh i Bedi en ​The New York Times, con un test de anticuerpos con un 90% de acierto hecho sobre el 5% de la población da un porcentaje de como máximo un 32% de fiabilidad. Con eso no podemos ir seriamente ni a la esquina.

Dado que la ratio de infección es muy baja, la falta de patrones hace temer una nueva oleada en otoño, eso si el calor, durante el verano, realmente resulta un eficaz antídoto ambiental contra el virus. Poco habremos avanzado en cuatro o cinco meses. Entonces habrá que estar preparados para resistir un nuevo alud. Hará falta, primero de todo, seguramente, nuevos confinamientos, una actuación médica pública eficiente y no de cartón piedra como, por ejemplo, la del Ifema. Y aplicar los nuevos hallazgos médicos.

Eso es difícil de hacer entender a aquellos par quienes la libertad no va más allá de tomar una cervecita en la terreacita de costumbre o de ir al campo de golf palo en mano. Estos no son más una estulta mezcla de inconsciencia y egoísmo. Igualmente inconscientes y egoístas son los que claman por la reapertura de par en par de la economía. Sería fantástico.

Sólo hay que hacerles una pregunta: ¿cuántas vidas vale un punto del PIB? ¿Están dispuestos ellos a ser los primeros a sumarse? Me lo imaginaba.