La noche del jueves conocimos el comunicado de los dos gobiernos, catalán y español, después de la cumbre de Pedralbes. Cumbre, sí; rendición, no, ni humillación, ni vasallaje, ni derrota.

Según mi opinión, la cumbre presenta rasgos de corte radical con el pasado. En primer lugar, su misma celebración con el formato que se utilizó. En segundo lugar, la emisión de un comunicado que, de común acuerdo, difundió, en castellano, la parte catalana. En tercer lugar, queda un contenido especialmente sólido y, al mismo tiempo, como es debido, ambiguo.

La previa de la celebración de la cumbre debería haber dado que pensar a sus protagonistas, a sus corifeos y a sus antagonistas que han hecho todos juntos un ridículo de padre y muy señor mío con una tensión ficticia, fabricada de cara a la propia clientela, poco favorecedora de sus contenidos: empezar un diálogo, entendemos que sincero y largo, pero sincero.

El formato de la reunión fue el que tenía que ser

La sobreactuación se convierte en impostura: es el recurso de los malos actores. Desorienta, y mucho, a la ciudadanía: lo que parecían anteayer posturas irreconciliables por naturaleza, casi por mandato divino, de sopetón y por ensalmo, se desvanecen y se abre un cielo que se avista prometedor. No hay que repetir este absurdo teatrillo. Por favor.

El formato de la reunión fue el que tenía que ser: ni un irrelevante encuentro de los dos plenarios gubernamentales, más versallesco que otra cosa, ni una reunión en solitario de los dos líderes. La presencia —paritaria, además— de dos miembros más de los respectivos ejecutivos ofrece un tono político serio acentuado, ya que da la sensación de que se ha bajado al terreno del concreto. Es mejor señal de lo que parece.

Por su parte, el comunicado (con el encabezamiento, ¡doce líneas!) al ser breve no es retórico. Cada frase tiene contenido sustancial. El primer párrafo hace mención, por primera vez, cuando menos en tiempos recientes, de tres ejes: conflicto, diálogo y aceptación amplia de la solución por la sociedad catalana. Ya no es un trágala, como dicen los castizos. Se reconoce el problema, se reconoce el diálogo como la única vía de solución y se reconoce que tiene que estar mayoritariamente aceptada por la sociedad afectada, la catalana. Es más largo el comentario que el párrafo, lo que habla muy a favor del párrafo.

Por una vez, las autoridades de la Generalitat no parecen haber metido la pata cuando han salido de las reuniones

Este diálogo, vía de solución conjuntamente pactada —otra novedad primordial— hace falta potenciarlo de forma democrática con el fin de responder a las necesidades de los catalanes. Otra vez, este es el sujeto político —novedad, tal reconocimiento— que tiene que recibir la solución —y participar en ella—. Este reconocimiento es mucho más relevante de lo que parece; es el otro hito que no ha sido, reitero, según mi opinión, bien resaltado.

Cómo tienen que ser este diálogo y esta solución se responde que sean los adecuados para la sociedad catalana. ¡Estamos ante una novedad total! Esta solución, además, tiene que ser en el marco de la seguridad jurídica. Como no puede ser de otra manera.

Pero ¿qué significa "seguridad jurídica"? Interpretaciones las hay para todas las posibilidades. Lo que claro está es que no dice ni Constitución ni ordenamiento jurídico vigente. Eso abre muchas puertas. No habrá lesión ilegítima de derecho de terceros; así tiene que ser, pero no se predetermina un orden normativo concreto. En todo caso, no se insiste, como martillo pilón, en la inútil apelación a la Constitución, porque parece que se ha tenido en cuenta que la idea dominante —irreal, por otra parte— de Constitución nos ha llevado donde estamos.

En efecto, no mencionar la Constitución es dar un paso de gigante. ¿Por qué? Pues porque, en el estado actual de cosas, estamos ante una Constitución anquilosada, petrificada, esclerótica... estéril. Eso ha sido posible gracias a un dócil Tribunal Constitucional, fruto del propio sistema, que, a la manera reaccionaria clásica, no quiere mover nunca nada.

El Reino de España tiene la Constitución menos dinámica del mundo occidental, ajena a todos los cambios políticos y sociales de los últimos treinta años. Refugiados los autodenominados constitucionalistas en la ciudadela de la sacrosanta Transición, el texto constitucional, en contra de algunos de sus verdaderos padres, como el profesor Rubio Llorente, se agita ante cualquier intento de alteración del régimen actual. Por esta razón juzgo inteligente obviar la Magna Carta y centrarse en la imprescindible seguridad jurídica.

Todo eso dota el comunicado de Pedralbes de una ambivalencia entre solidez y ambigüedad. Normal en este tipo de documentos. Sin embargo, el inicio de un nuevo relato —¡maldito sea quien inventó este término tan cursi!— supone un corte epistemológico hasta ahora nunca visto.

El gobierno Sánchez ha tenido en sus decisiones del consejo en la Llotja de Mar errores no forzados de principiante

No se tomen las líneas precedentes como si fueran fruto de un optimismo que no sería de este mundo. El comunicado de Pedralbes no es más que un paso, parece, hoy por hoy, a dar en una dirección hasta ahora nunca iniciada. Esta novedad me parece la mejor noticia.

Noticia que viene empañada por una serie de hechos torpes, gratuitamente torpes. Por una vez, las autoridades de la Generalitat no parecen haber metido la pata al salir de las reuniones: no han hablado más de la cuenta ni han hecho castillos en el aire. Cuando menos, en el momento de escribir estas líneas —el sábado—.

Sin embargo, el gobierno Sánchez, seguramente por prepotencia infantil sazonada con las incapacidades de los brujos habituales —los que proclamaron a bombo y platillo semanas antes la ciudad y la fecha del segundo Consejo de Ministros extramonclovita—, ha tenido en sus decisiones del consejo en la Llotja de Mar errores no forzados de principiante.

No hay otra manera de ver lo de dar el nombre de Tarradellas al aeropuerto del Prat sin que conste ningún tipo de consulta con nadie más que el propio ombligo o lo de no anular por ley el asesinato de Companys y ordenar la plena y total rehabilitación del president, la económica incluida, o, también, lo de repartir calderilla, mil golpes prometida, para poner parches a unas vías catalanas que necesitan algo más que remontas aquí y allá. Sin contar la elección altamente inconveniente del lugar. Una vez más, en el mejor de los casos, Andreotti tenía razón: Falta finezza.

Al fin y al cabo, si se ha empezado el buen camino, lo sabremos relativamente pronto. Sin embargo, cuidado, ya que Sánchez tiene más enemigos, infinitamente más, en su casa que afuera: la reacción no duerme nunca. Esta es la razón de que gane tantas veces.

De todas formas, esta relajación inicial del clima político no es más que un pequeño, aunque significativo, primer paso de muchos otros que se deben dar. En primer lugar, parar la represión y revertirla; que el gobierno de Sánchez no se esconda bajo las togas de los jueces. Mecanismos haylos; que haya valor para aplicarlos es lo que está por ver. Quizás no podrá ser de inmediato, pero las medidas de prisión preventiva, como ve cualquier persona con dos dedos de frente y una pátina de sensibilidad humana, deben terminarse cuanto antes. Igual que se ha pensado en torcer las leyes para llevar el conflicto catalán a este callejón sin salida, que las mentes pensantes ideen vías de salida.

En segundo lugar, hay que restituir plenamente, sin tutelas, el autogobierno de la Generalitat, empezando por restablecer la financiación. Sin dinero, dinero que Catalunya produce sobradamente, no se puede avanzar.

Estos dos paquetes de problemas, de serios problemas, no son fáciles de solucionar rápidamente, hay que ser conscientes de ello. Deben fijarse plazos próximos y razonables. Nada de plazos medios y largos. Como dijo un economista, a largo plazo estaremos todos muertos.

El punto de luz al final de un largo túnel, si es verdad el comunicado de Pedralbes, debe ir creciendo progresivamente. No quiero pensar lo contrario.