Gracias a su actitud servil con Esperanza Aguirre, Federico Jiménez Losantos dispone de una licencia de radio, la de la emisora Es Radio, desde la que adoctrina cada mañana a una buena parte de España en el odio a los catalanes y a Catalunya. El fenómeno hace muchos años que dura y no tendría más importancia si la FAES —FAlange ESpañola— de José María Aznar, el partido Ciudadanos de Albert Rivera y el segmento más reaccionario del PP, incapaces de elaborar un discurso político españolista masivo, no le estuvieran siguiendo en todo y en todas partes. O si en nuestra casa El País, El Periódico y hasta La Vanguardia no le hicieran amplio eco propagandístico. O si hoy no se hubiera convertido en el principal guía espiritual de la represión y de la difamación contra sus adversarios independentistas y catalanes en general a los que considera enemigos mortales. El agitador Jiménez Losantos ha establecido un principio fundamental, siguiendo el viejo modelo de los propagandistas soviéticos —maestros también de Joseph Goebbels—, que para cometer una atrocidad contra un colectivo humano, primero hay que acusar a ese colectivo de la injusticia que se le quiere administrar. Con la dirección efectiva de la propaganda nacionalista española en sus manos, repitiéndola y haciéndola repetir hasta la náusea, Jiménez Losantos culpabiliza al independentismo catalán de hacer exactamente lo que él hace cada día desde el micro: adoctrinar, falsear la realidad, propagar el odio y justificar el uso de la violencia. Da igual que sea mentira, la inquisición no se detiene aunque ya no hayan brujas. Aunque sus argumentaciones no tengan ningún fundamento ni tampoco sean muy creíbles, su estrategia no varía, la repetición obsesiva y la creación de falsedades para uso de mayorías poco informadas. Gracias a este temerario charlatán hoy el anticatalanismo es, en buena medida, como en aquel documento justificativo del Alzamiento militar de 1936, uno de los principales contenidos del nacionalismo español, incluso podríamos decir que constituye lo más importante y popular.

Como vieja víctima del infame terrorismo de Terra Lliure, Jiménez Losantos se sitúa exactamente en el otro lado de la cultura política del catalanismo independentista, pacifista y dialogante que aprendió de sus errores. Por eso lo desprecia y lo combate, ya sea ridiculizándolo o difamándolo. Su planteamiento ideológico, si es que sus filípicas merecen ese nombre, no es otro que la venganza más negra, la venganza personal ciega contra los catalanes y contra todos aquellos que, en el pasado, no le dieron la razón. Ante el micro, desde las seis de la mañana y hasta mediodía cada día divide el mundo, literalmente, entre “los buenos” y “los malos”, pidiendo por ejemplo el cierre de TVE, la Cuatro, La Sexta y Tevetrès al considerar que estos canales son independentistas, o reclamando la ilegalización del partido de Pablo Iglesias, exigiendo castigos ejemplares y expeditivos ya que, según proclama, la justicia debe tener algo de venganza. Curiosamente este personaje es quien hoy está elaborando el relato, construyendo el agrio discurso según el cual el 1 de octubre la violencia la ejercieron los votantes contra la policía española. Es quien afirma que en la Escuela Catalana se fomenta el odio a España y que los castellanohablantes están perseguidos en nuestro país. “Viven en un régimen de terror”, sostiene. Que todos los catalanes independentistas están adoctrinados, engañados, manipulados, porque si vieran las cosas tan claras como él las ve, si vieran el mundo como él, se convertirían leales y buenos españoles como su enamorado Albert Rivera. Cuando una víctima del terrorismo como Jiménez Losantos, enfermo de odio y de resentimiento, ocupa el lugar mediático que hoy ocupa no es de extrañar que el Gobierno de Rajoy se haya atrevido a amenazarnos con sangre y muertos en las calles. No es de extrañar nada de lo ocurrido hasta ahora ni de nada de lo que pueda pasar, por salvaje y gordo que parezca. A diferencia de algunos catalanes inocentes, la justicia española no le ha investigado por adoctrinamiento ni incitación al odio, a pesar de que fue expulsado de la COPE exactamente por eso. La verdad es que, con este panorama y con este personal, me dan muchas ganas de quedarme en España, más ganas que nunca. ¿No es maravilloso?