Poco después de saber que no había que ir con guantes y que desinfectar los bricks de leche que comprábamos en la tienda no servía para nada, empezamos a descubrir que la COVID tenía "cepas". Es decir, que el virus mutaba. Y así fue como empezamos a hacer al cuñado (y la cuñada) afirmando, con cara de saber de qué hablábamos, que la cepa brasileña era más fuerte que la británica, contagiaba más y bla, bla, bla. Pues bien, esto se ha acabado.

Los que deciden las cosas, que nunca acabamos de saber exactamente quiénes son y que llamaremos "el procicat mundial", dicen que ponerle a cada variante el nombre del sitio donde el virus muta "estigmatiza y criminaliza" aquel lugar. Y el ejemplo son los casos de odio que la comunidad china de los Estados Unidos sufrió en la época en que Donald Trump iba por el mundo llamándole a la COVID "el virus chino". Por cierto, Trump, aquel personaje tan extraño como omnipresente que ha desaparecido de nuestras vidas de la noche a la mañana y que todavía debe estar a punto de presentar las pruebas que demuestran el pucherazo electoral. Pero volvamos a la cosa.

Por lo tanto, a partir de ahora a las cepas les irán adjudicando, no necesariamente por orden de aparición a nuestras vidas, una letra del abecedario griego. Las cuatro "variantes preocupantes", llamadas así por su virulencia y capacidad de contagio, ahora son: Alfa la británica con nombre científico B.1.1.7 y que fue detectada en septiembre del 2020, Beta la sudafricana B.1.351 de mayo del 2020, Gamma la brasileña P.1 de noviembre del 2020 y la India B.1.617.2 de octubre del 2020 ahora es Delta. Y las conocidas como "variantes de interés" ahora son: Épsilon las B.1.427 y B.1.429 de los EE.UU. de marzo del 2020, Zeta la P.2 de abril del 20 en el Brasil, Eta la B.1.525 detectada a diferentes países y de diciembre del 20, Theta la P.3 de Filipinas de enero del 21, Iota la B.1.526 detectada en los EE.UU. en noviembre del 20 y Kappa la B.1.617.1 de octubre del 20 en la India. Todo muy bien, muy arreglado, muy aséptico y tal y cual pero usted, igual que un servidor, ha visto que aquí continúa la discriminación, ¿verdad?.

¿Por qué unas variantes son preocupantes y las otras interesantes? ¿Qué pasa, las preocupantes no son interesantes? ¿Las interesantes no preocupan? ¿Y por qué unas tienen muchos números y las otras sólo uno? ¿Por qué todas tienen la letra B y sólo dos la P? ¿Estamos discriminando a la P en relación a la B y a la B en relación a las otras letras? Porque, claro, ahora la B podría salir diciendo: "oigan, pónganle una W a los nombres técnicos y a mí déjenme en paz". Y sucede igual con los números. Hay mucho uno pero poco cero. ¿Por qué? ¿El cero cae mejor? Bien, y después tenemos el problema del suministro. ¿Qué pasará cuando se acaben las letras del alfabeto griego? ¿Haremos como con las matrículas de los coches? "Las chapas" que decía Miguel Ángel Rodríguez, actual ideólogo de Díaz Ayuso cuando lo era de Aznar. ¿Tendremos la variante alfa-beta-gamma-omega?

Ahora bien, la gran discriminación no es esta sino dar cifras de muertos y de infectados por países. Eso sí que estigmatiza y discrimina. Cuando dicen "en el Brasil ha habido no-se-cuántos millones de muertos porque aquello ha sido el despiporre". Pues no. Debería ser: "En el país Ómicron X.3.402 ha habido B.43.28 muertos, por lo tanto es recomendable no viajar". O bien: "Si usted vive en Gamma-tau-ro-pi M.3456.901.4 y quiere ir a Mi-psi-fi-ksi U-69-69-69, recuerde que le pedirán pasaporte COVID, PCR, partida de nacimiento y un teletac insertado por vía rectal a manera de chip". ¡Así sí!

Qué suerte tenían los virólogos clásicos que, para aclararse y situarlos en el mapa, podían bautizar los virus con el nombre del lugar donde eran aislados por primera vez. Y nunca pasó nada.