Y los fieles llegaron justo delante de las murallas de la ciudad. Inmensas. Imponentes. Levantaron la cabeza y allí arriba, justo en la parte superior de la torre más alta y abriéndose paso por entre la espesa niebla, apareció una figura fantasmagórica. Los miró (la figura a los fieles). Muy fijamente. Muy pausadamente. Con un gesto tan grave que los segundos se hicieron eternos. El espectro levantó su brazo derecho. Totalmente rígido. Pausadamente. Con el dedo índice extendido, de tal manera que cuando lo tuvo noventa grados en relación a su cuerpo, aquel dedo los señalaba. Fueron sólo unos instantes porque enseguida desplegó el resto de la mano. La inclinó ligeramente hacia arriba y les mostró la palma. Con los dedos bien separados. Vaya, como el saludo vulcaniano de Star Treck, pero con todos los apéndices.

El silencio era atronador. Hasta que uno de los fieles exclamó "El Procicat ha dicho!". Y, mirando a su alrededor, repitió la frase varias veces. El resto de presentes lo imitaron. "El Procicat ha dicho" repetía todo el mundo, con caras de éxtasis y ojos llorosos. Mientras la masa se abrazaba llena de gozo celebrando la revelación vivida, la figura misteriosa desapareció tan misteriosamente como había aparecido. Claro, por eso era misteriosa. Si no lo fuera, no habría aparecido ni desaparecido de aquella manera. No tendría sentido decir que una figura es misteriosa si hace cosas que no tienen ningún misterio, ¿no cree?

De repente, uno de los fieles paró su desbordada alegría. Cambió el gesto y expresó sorpresa. Fue entonces cuando exclamó: "¡Compañeros! ¿Pero quien narices es el Procicat y que narices ha dicho? Porque yo no he oído que dijera nada". El resto de presentes, como un solo hombre, una sola mujer y una sola persona de género no binario, exclamaron: "¡El Procicat son los padres!" y añadieron "ha dicho que nada de veguerías, pero por omisión".

Efectivamente, el Procicat ha hablado. Y la noticia es que no ha dicho una de las cosas que podría haber dicho, según habían pronosticado los profetas que interpretan la palabra revelada, también conocidos como Procicatólogos. "El Procicat podría..., "El Procicat valora...", "El Procicat estudia...". Y al final, no. Se ha desvanecido la esperanza que teníamos de poder dar saltitos alegremente por nuestra veguería como los gamos corretean despreocupados cuando perciben los olores de la primavera. Ooooh desilusión, el confinamiento no será por veguerías y nosotros, pobres mortales, seguiremos condenados a estar encarcelados dentro de nuestra comarca. Fíjese en la diferencia, ya sólo en el nombre... "Comarca" es una palabra brusca, oscura, cerrada y, en cambio "veguería" es musical, poética, lumínica. Qué oportunidad perdida de cambiar nuestra triste vida en blanco y negro comarcal por la esperanzadora luz deslumbrante y el color vivo de la veguería.

Adiós a la oportunidad de encontrarnos a nuestros vecinos en la cola de las legumbres cocidas, mirarles a los ojos y pensar: "Sí, somos de la misma veguería". Y, a continuación, darnos un abrazo. Virtual. Por supuesto. Porque nuestros vecinos tienen menos de 65 años y todavía no han podido vacunarse porque los llamaron anteayer a ver si tenían más de 78 años y podrían recibir la de Pfizzer, siempre que no tuvieran menos de 73 porque entonces podrían optar por la de Moderna, que no afecta a los de la primera dosis de AstraZeneca para mujeres mayores de 55 que hayan pasado por delante de un centro de vacunación que administra Johnson & Johnson's Janssen & The Wailers.

Una lástima porque, mire que me hacía gracia formar parte de una veguería.