En el siglo XXI, los periodistas se pasan una cuarta parte del día intentando saber qué sucede, otra intentando entenderlo, la tercera hablando con gente que sabe mucho para que les expliquen cosas y la última intentando saber, de todo lo que han visto y oído, qué es verdad y qué no. Y ya sabe que cuando sale la palabra "verdad" mis dos preguntas siempre son: 1/ Defíname verdad y 2/ ¿Quién decide qué es verdad y qué mentira?

Por eso no me gusta que se censuren medios de comunicación rusos, por mucho que mientan. Porque es imposible saber si todo lo que dicen "ellos" es mentira y si todo lo que dicen los "nuestros" es cierto. Sea de una manera consciente o no. Por ejemplo, ¿estamos seguros de que es cierta toda la información publicada en los medios "occidentales" sobre el ataque a "la mayor central nuclear de Europa"? Se dijo que se había atacado el reactor y que estuvo a punto de explotar. Al final, el bombardeo fue en un edificio próximo y los expertos nos explicaron que las centrales nucleares no explotan. ¿Fue un error o una información sesgada para tensionar a la opinión pública? Y como esta, decenas de noticias que se han descubierto totalmente falsas. En la guerra de la información, ¿no estaría bien poder saber qué dice la propaganda de las dos partes? ¿Problema? Sí, que los medios oficiales rusos han sido capados en Occidente y que en Rusia si no publicas lo que la dictadura putinista dice que tienes que decir, te pueden caer entre tres y quince años de prisión. Por eso varios medios de todo el mundo están clausurando las delegaciones que tenían en Rusia o hacen volver a los enviados especiales y muchos de los medios locales cierran y los periodistas que pueden huyen del país.

Por lo tanto, desconocemos qué información está recibiendo la población rusa sobre la evolución de la invasión. Porque los periodistas "libres" ya no están en el terreno (la verdad molesta mucho a los regímenes autoritarios) y porque a nosotros no nos llegan sus medios oficiales. Y eso quiere decir no saber cómo empieza a afectar en la opinión pública el boicot de centenares de empresas de todo tipo, el cierre de muchas tiendas internacionales con productos de consumo ―y la pérdida consecuente de miles de puestos de trabajo de la población local―, o la desaparición del deporte ruso y de sus sponsors del panorama mundial. Ni sabemos qué piensa la gente ni, sobre todo, cómo se lo están explicando. Desconocemos cómo empieza a afectar esta nueva arma de guerra que no usa bombas sino una crisis económica diseñada para ahogar Rusia y, por lo tanto, el régimen autocrático de Putin.

A la población civil ya no se la mata físicamente, sino que se la arruina. Porque los muertos no hacen revoluciones, pero los vivos con problemas para comer tres veces al día, sí. Y cuando no puedes llenar el carro de la compra, existe la probabilidad de que gires la cabeza, mires hacia el palacio de invierno y decidas hacer una visita con unas intenciones no muy amables. Y si a los oligarcas amigos de Putin les haces la vida un poquito más complicada, pues quizás deciden hacer un Brutus.

(Por cierto, pequeño inciso-pregunta: de dónde debe venir eso de llamar oligarcas a los rusos que se han hecho muy multimillonarios a base de controlar empresas que de ser soviéticas pasaron a ser privadas, en un movimiento que ―a menor escala y por volumen e importancia― recuerda las privatizaciones de Aznar en España. ¿Por qué los amos del Ibex no son oligarcas?)

Lo que sí parece es que la táctica de los "nuestros" es hacer colapsar la economía rusa para intentar provocar desde dentro de la caída de Putin. Ahora falta saber si 1/ se conseguirá, 2/ si esto sucediera, si lo hará la gente o sus actuales amigos, 3/ y si una vez conseguido, Putin acabará en el exilio como el socialista Bettino Craxi o con la poca cara de salud de Ceaucescu o Gadafi.