Uno de los trabajos que ocupa más tiempo en esta era que nos ha tocado vivir es repasar las declaraciones de los políticos y descubrir cuál de las cosas que han dicho son ciertas. Si es que hay alguna. Y, sí, antes de que se me lo diga usted, ya se lo digo yo. Y otra de las ocupaciones de nuestra era es recoger todo lo que han publicado los medios e ir escogiendo lo que es cierto y lo que no lo es.

La mentira impune, descarada y desvergonzada triunfa. Y queda instalada. Y con la mentira pasa como con la pasta de dientes, que una vez fuera del tubo es imposible recuperar la situación inicial. A algunos de los más genuinos representantes de esta corriente les llaman populistas. Sí, lo son, pero por encima de todo son mentirosos y manipuladores de la realidad. Y cuanto más mienten y más manipulan, más votos reciben. O sea, mienten porque eso les da votos. ¿Y por qué sucede eso? Pues porque dicen lo que la gente quiere oír. Por lo tanto, a ver si la culpa no será solo suya sino de quién los vota. A ver si son los votantes los que crean monstruos.

El máximo ejemplo de político instalado en la mentira descarada, cosa que lo ha llevado a ser presidente del país más poderoso del mundo, es Donald Trump. Anteayer hubo un momento demoledor. En su despacho, y rodeado de hooligans, permitió la presencia de periodistas y, oh qué generosidad, admitió preguntas. Sobre la famosa caravana de gente desesperada que, proveniente de varios países de Centroamérica, va subiendo hasta la frontera de los EE.UU. con México con intención de entrar en el país. Gente que ha estado calificada por Trump de terroristas y delincuentes. Y se produce esta conversación:

―Señor Trump, usted dijo que hay gente del Oriente Medio en la caravana. ¿Puede explicarlo? ¿Está diciendo que hay terroristas?

―Sí, podría ser perfectamente.

―¿Lo sabe seguro?

―Tengo muy buena información. Déjeme decirle una cosa. Han interceptado a mucha gente del Oriente Medio, han interceptado gente del grupo Estado Islámico, han interceptado todo tipo de gente.

―¿En la caravana?

―Podría ser perfectamente.

―Pero no hay pruebas.

―No hay pruebas de nada. No hay pruebas de nada, pero podría ser perfectamente.

¿Qué, ES-PEC-TA-CU-LAR, no cree?

Pero Trump sólo es el ejemplo extremo y más conocido de esta manera de funcionar que ahora mismo triunfa entre los consumidores de la fast política o palomita neuronal. En España compiten muy fuerte para ser alumnos suyos los Dupond y Dupont locales, Casado y Rivera. O Rivera y Casado. O Hernández y Fernández.

Rivera lleva ventaja porque hace más tiempo que se dedica a ello con encomiable esfuerzo. Y con gloriosos momentos como aquel en el Congreso de los Diputados donde quedó absolutamente acreditado que mentía y que manipuló a propósito una cosa de 15 años atrás.

Rivera

Pero la demagogia es como una olla de caldo que siempre está allí en el fuego esperando un trozo de alguna cosa, algún huesesillo o una verdurita para que le mantenga el saborcito al agua. Y Rivera cada día tiene que servir chicha a la bestia. Hoy ha despachado una de sensacional: "Conozco la situación en mi tierra, en Catalunya. Hay jueces amenazados y hay fiscales que también están sufriendo".

Y no he podido evitar recordar la conversación con Trump:

―¿Hay jueces y fiscales amenazados, así en plural?

―Sí, podría ser perfectamente.

―¿Lo sabe seguro?

―Tengo muy buena información. Déjeme decirle una cosa. Han interceptado a muchos catalanes...

―¿Amenazando jueces y fiscales?

―Podría ser perfectamente.

―Pero no hay pruebas.

―No hay pruebas de nada. No hay pruebas de nada, pero podría ser perfectamente.

Pues eso.