Hace días que arrastramos el caso Djokovic. Tantos que eso ya se está haciendo largo como la suma de las obras de la Seu y de la Sagrada Familia. Resumen de lo publicado hasta ahora: este personaje que no se ha querido vacunar de COVID tenía que ir a jugar un importante torneo de tenis a Australia, un país donde si no estás vacunado no puedes entrar. Él se presentó a las autoridades aduaneras con un justificante especial que le hizo la organización de la competición. A partir de aquí la negativa del gobierno a dejarlo pasar, tal como dice la ley y la campaña del jugador, su familia, el gobierno serbio y los negacionistas a favor de su entrada.

La polémica, que ya dura hace cinco días, no tiene ni pies ni cabeza. ¿Qué dice la ley? Que quien no está vacunado no entra al país. ¿Está vacunado Djokovic? No. Pues adiós, buenos días, Feliz Navidad y ya lo abrazaremos cuando se vacune. El problema es que el torneo juega a la puta y la ramoneta, porque si participa este jugador, que es el número 1, quiere decir más audiencia, más expectación y más dinero. Y a partir de aquí, el tenista no para de ofrecer excusas y mentiras que se desmontan solas: 1/ No, es que no se ha vacunado porque dio positivo el 16 diciembre... ¿Muy bien, y antes del 16, por qué no lo hizo, sabiendo que a principios de enero tenía que ir a Australia y hay estas reglas? 2/ Cuando llega al país falsifica el papel oficial donde tiene que decir de dónde viene. Él dice que de Belgrado y hay imágenes y fotos que demuestran que estaba en Cádiz. Lo argumenta diciendo que se equivocó al llenar la casilla, 3/ Dice que se contagia el 16 de diciembre y aparecen fotos de los días 17 y 18 haciendo vida normal y asistiendo a un partido de baloncesto del Barça jugado en su país. ¿Excusa? Estaba esperando los resultados, 4/ El 18 concede una entrevista al diario L'Equipe... "para no dejar tirado al periodista". ¿Qué detalle más bonito, verdad? Después reflexionó y vio que había cometido "un error de juicio" y 5/ Der Spiegel publica hoy que el test positivo que presentó estaría manipulado y la fecha no sería cierta. Una nueva mentira contra la cual todavía no ha inventado ninguna excusa.

Y mientras comemos Djokovic a todas horas por una cuestión que no es cuestión y que aguanta porque un torneo de tenis privado no piensa renunciar al negocio que tenía previsto, Arabia Saudí acoge la final de la Supercopa de España masculina de fútbol. Otro tema de dinero y negocio con el deporte. Como el Dakar, un rally que lleva el nombre de una ciudad que hace 15 años que los participantes ni pisan y que estos días coincide allí, también por dinero y negocio, en esta dictadura teocrática donde los derechos humanos no se respetan ni por error.

¿Qué sucedería si este Djokovic no vacunado fuera a jugar un torneo a la Arabia Saudí? Pues que podría entrar tranquilamente porque las leyes se lo permiten. Sólo faltaría. Para blanquear esta monarquía, puertas abiertas y una única pregunta: ¿Cuánto vale?, seguida de una frase: "Pues póngame tres". Allí, pero, el problema de Djokovic sería si fuera crítico con el gobierno del país. Porque si le ocurriera protestar podría ser condenado a muerte y ejecutado. Eso sí, con un poquito de suerte sólo lo condenarían en mil azotes y a 10 años de prisión. Y si fuera mujer, ahora podría vivir "de forma independiente", es decir sin ningún hombre en su casa, porque desde julio ya no es delito. Lo que no está claro si para hacerlo todavía le haría falta el permiso de su tutor que, por supuesto, siempre es un hombre. Y si fuera homosexual, a parte que estaría cometiendo una ilegalidad, podría ser castigado con prisión o flagelación.

Y es que con dinero se puede comprar todo. Desde una exención para poder burlar las leyes de salud de un país democrático hasta el certificado de legitimidad de una dictadura. La diferencia, muy importante, es que si un estado democrático quiere, puede parar el poder del dinero. Veremos si Australia está dispuesta a jugar el pulso. En lo de los saudíes la cosa se reduce a "toma el dinero y corre".