La enrevesada complejidad aritmética del nuevo Parlament, donde políticamente solo es posible un gobierno alrededor del candidato que proponga Junts pel Sí y hoy no es otro que Artur Mas, está propiciando toda una serie de temores en cascada sobre una nueva convocatoria electoral a finales de febrero. Más allá de que esta situación se ha producido en numerosos países de larga trayectoria democrática, es bastante obvio que esto hoy no lo desean ninguno de los dos grupos  independentistas, JxSí y la CUP. De hecho, lo que ha sucedido esta semana es que ha habido una sobreexposición mediática de los nuevos diputados de la formación anticapitalista, que ellos mismos han zanjado con un período de reflexión interna y la cancelación de sus comparecencias públicas. Por lo demás, que en una semana las posiciones de cara a la investidura hayan variado poco no es una señal de nada. Sirva como ejemplo que la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, precisó de 81 días para lograr los apoyos suficientes y ser reelegida en el cargo.

O en 2003, los 64 días que transcurrieron entre las elecciones catalanas y la investidura de Pasqual Maragall.

Por tanto, lo mejor es prepararse para una negociación compleja entre JxSí y la CUP que no estará exenta de momentos de máxima tensión, sin descartar totalmente la entrada en escena de algún otro grupo político si se llega a una situación de bloqueo total. Lo cierto es que hoy por hoy en JxSí reina una cierta tranquilidad, más allá de las amenazas, de la CUP. Este estado de ánimo se asienta en la evidente mejora de las relaciones entre Artur Mas y Oriol Junqueras –con Raül Romeva ninguno de los dos ha tenido ningún problema estas semanas– que se ha hecho muy evidente en los últimos quince días. Aunque a medida que avanzaba la campaña las diferencias anteriores pasaban a un segundo plano, quizás el elemento más determinante fue el debate televisivo entre Junqueras y el ministro Margallo, que el republicano ganó ampliamente. Hurgar hoy en las diferencias entre Mas y Junqueras es perder el tiempo, ya que ambos comparten un análisis que acaba siendo determinante: sería transformar una victoria electoral en una derrota política.