Se llama Hans-Dieter Flick y lo conocemos como Hansi. Es el segundo de nuestras vidas, después de Krankl. Y cuando a alguien que tiene apellido como todo el mundo se le conoce en can Barça con su nombre de pila —caso de Pep o Johan—, es que ya es uno de los nuestros, como diría Scorsese.
Que te guste el fútbol y seas del Barça, aparte de una profunda obviedad en Catalunya que molesta a los del autoodio, es una desgracia cuando las cosas van mal. Pero es una fuente más o menos gratuita de felicidad cuando las cosas van bien, quizá por lo del ejército desarmado de Catalunya de Vázquez Montalbán —Manolo—. Fuente que teníamos seca desde hacía varios años. Que el Barça gane sigue influyendo, en el año 25 del siglo XXI, en el estado de ánimo de un país carente de victorias y ciclotímico.
Hansi nos gusta porque el Barça gana y disfrutas viéndolo, no nos engañemos. Pero si a ello añadimos que parece tener una personalidad equilibrada, profesional y centrada, que es calmado y respetuoso, no grita, no hace dramas, es sereno, orientado al colectivo, tiene habilidad para crear unidad dentro del vestuario y es exigente, pero cercano, pues mira, todo esto que tenemos de ejemplo y modelo. Y, sobre todo, es un hombre que transmite calma.
Cuando a alguien que tiene apellido como todo el mundo se le conoce en el Barça con su nombre de pila, es que ya es uno de los nuestros
Hace unos días, contaban unos periodistas que ya no quiere entrenar a ningún equipo más después del Barça, y que lo que espera, a los 60 años, es jubilarse y ejercer de abuelo, que ya ha probado qué significa vivir sin entrenar y que le parece algo muy cercano a la felicidad y a la calma mental. Y, mira, en este mundo en el que tanta gente no sabe vivir sin los focos y en el que nadie se va por miedo a no ser nunca más nada, me ha parecido la cosa más cercana a la inteligencia emocional desde Daniel Goleman. Quizás porque nos imaginamos, como él, en Formentera disfrutando del dolce far niente.
En mayo del 2009, el Barça encadenó el 2-6 en el Bernabéu, el gol de Iniesta en Stamford Bridge y, vamos, Copa, Liga y Champions. Y eso cambió la historia del Barça y la historia del fútbol. Seguramente, ese momento seguirá siendo único e irrepetible, pero el Barça vuelve a estar en situación de encadenar estos tres títulos en poco más de un mes. Esta vez no cambiará la historia del fútbol, porque no siempre se impone una forma de jugar que copia el mundo entero. Pero puede servir para hacernos felices, que, al fin y al cabo, es el motivo por el que lo hacemos todo en la vida.
Ahora bien, acabe como acabe, ocurrirá algo que parecía imposible. Para mucha gente, Joan Laporta es el mejor presidente de la historia del Barça. No lo sé. Pero sí sé que algunos amigos le decían que no se volviera a presentar, que era imposible repetir los logros de su primer mandato. Y, mira, resultará que el segundo Laporta pasará a la historia como el presidente que hizo el nuevo estadio, pero es que dejará un equipo para una nueva era, con el nuevo Messi surgido de la misma cantera, el Harvard del fútbol. Te lo dicen en agosto de 2000, después de que el Bayern te hunda 8 a 2, y no es que no te lo creas —porque la esperanza nunca se pierde—, pero hombre, muy realista no lo parecía, y menos en plena pandemia. Ah, y por cierto, con los alemanes jugaba un tal Lewandowski y el entrenador se llamaba Hansi. La vida…