La neolengua es la lengua que inventa George Orwell en 1984. Al final de la novela, hay un apéndice donde se explican sus principios básicos, pero no es más que una versión simplificada del inglés y, sobre todo, uno de los pilares básicos del régimen totalitario. El objetivo del Partido era sustituir la vieja habla para así dominar el pensamiento de la sociedad. De modo que, por ejemplo, buensexo significa… castidad.

Hay quien ve en el lenguaje políticamente correcto un ejemplo de neolengua en el mundo real. Lula Da Silva propuso durante su primer mandato una lista de palabras prohibidas en política. Y en 2012, Paul Krugman escribió que "la gran amenaza para nuestro discurso es la corrección política de derecha", hacer que sea imposible hablar sobre las ideas que desafían el orden establecido.

Pero, vamos, que, como ven, eso lo hacen a derecha e izquierda. Siempre a base de eufemismos. Con la crisis, José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Solbes hablaban de "desaceleración transitoria" o de "crecimiento negativo" para evitar decir "crisis económica" y perder las elecciones. Lo superó la forma en la que Soraya Sáenz de Santamaría anunció la subida de impuestos una vez que el PP llegó al Gobierno: “recargo complementario temporal de solidaridad”. Y aún la superó Cristóbal Montoro: "No vamos a subir los impuestos; cambiaremos su ponderación".

El control del relato es siempre el control de las palabras

También la política catalana está llena de ejemplos: "soberanismo" por "independencia" o "derecho a decidir" por "referéndum". El control del relato es siempre el control de las palabras. Como cuando la junta electoral prohibió hablar de “presos políticos” en TV3. Claro, no es lo mismo que políticos presos.

Ahora es Trump quien está decidido a imponer su particular y orwelliana neolengua. Y no solo porque ahora se llame golfo de América en lugar de golfo de México. El hombre empezó ya inventando los “hechos alternativos” para hablar de las verdades como templos. El término lo usó por primera vez la consejera Kellyanne Conway, acusando a los medios de comunicación de subestimar deliberadamente a la multitud que (no) había en la ceremonia inaugural del primer mandato del hombre naranja.

Ahora bien, si en 1984, el Ministerio de Propaganda era el ministerio de la Verdad y el de Guerra el de la Paz, que Trump haya decidido renombrar su Ministerio de Defensa como Ministerio de la Guerra, hace que, sin saberlo, Trump haya terminado de repente con un eufemismo y por fin alguien llame a las cosas por su nombre. La paradoja será cuando reciba el premio Nobel de la Paz. Pero vamos, esta es otra historia.