La cacería de brujas contra Laura Borràs no tiene nada que ver con la corrupción. Tampoco creo que tenga que ver con los supuestos asuntos de faldas que le imputan las porteras del país. Los amores tienen un impacto en las alianzas personales, y por tanto en las relaciones políticas, pero la jungla catalana se ha vuelto tan cruda que las amenidades de siempre han perdido peso.

A Borràs la quieren apartar porque da valor político a la abstención. Su figura es un monumento a la frivolidad del partido que lideró el procés. Borràs trabajaba para Oriol Izquierdo e hizo el salto a la política con Artur Mas y Ferran Mascarell. La presidenta del Parlament es hija del antiguo régimen, es un fruto maduro de la sociovergencia. Es la más joven de todas las folclóricas que se pusieron al servicio de las mentiras del procés. 

En una época de olvido y fatalismo, Borràs resulta incómoda porque es un álbum de fotografías de todos los escarnios que los partidos perpetraron contra los votantes. Su figura politiza demasiado el país, da lo mismo que sea contra Oriol Junqueras o contra Pedro Sánchez. Borràs era útil cuando se trataba de desprestigiar las instituciones y de hacer pasar vergüenza a los catalanes. Ahora que nadie ya no espera nada de la política, de lo que se trata se de volver discretamente a los viejos negocios.

Borràs va demasiado a la suya. Al final siempre se entiende mejor con Madrid que con las jerarquías contrahechas de la malla catalana

Para entender por qué Borràs ha caído en desgracia va muy bien leer el Twitter de Jordi Graupera y recordar su trayectoria, sobre todo desde que Biden ganó las elecciones en Estados Unidos. Borràs va demasiado a la suya. Al final siempre se entiende mejor con Madrid que con las jerarquías contrahechas de la malla catalana. No es casualidad que entre los apoyos que ha recibido no haya nadie próximo a David Madí. Tampoco me extrañó que Salvador Sostres elogiara sus “virtudes filológicas” cuando acababa de ponerse la cuerda en el cuello votando contra la inmersión en la escuela.

Esta primavera, cuando la caída de Borràs ya era inminente, Sostres intentó seducirla y llamarla a la moderación, para poder salvarla. Ahora hace días que no escribe nada de ella, supongo que la da por perdida. Supongo que pronto volverá a escribir sobre nuestro amigo Graupera. Al final se ha producido el milagro y el camión de la basura que el Príncipe de Girona había pedido para poder recoger los despojos del exlíder de Primàries parece que está a punto de convertirse en una caravana de los Reyes Magos conducida por el mismo Isidre. 

Desde que era pequeño, y mi padre me explicaba el cuento de Cenicienta, que no asistía a una comedia tan bien hecha. Cuando vi que Bernat Dedéu animaba a Borràs a resistir con argumentos antimoralistas, tuve una intuición y corrí a repasar el Twitter de Graupera. Ahora me parece que la nueva comedia de Vichy contra la corrupción se podría titular tranquilamente El grauperismo es amor. Si elevando la figura de Quim Torra se desarmó el mundo de la cultura —y de aquí nace Casablanca, por ejemplo—, ahora parece que Graupera hace números y se ofrece para desarmar los últimos reductos de la política.

La cuestión es sacar valor a la abstención y que los catalanes no se puedan dividir nunca entre los que votan y los que no votan. Aunque dé risa y parezca una broma, la cuestión es pacificar el país a base de escarnecer Primàries e invertir los papeles que aguantaban la comedia autonómica. Ahora se trata de que sean los convergentes los que imiten a los chicos de ERC y hagan una oposición moralista y folclórica. Ahora se trata de volver al oasis catalán con políticos que sean empáticos y buenas personas, pero sobre todo que sean jesuíticos y sumisos como Junqueras. 

Borràs tiene demasiada personalidad y gasta demasiados metros de tela para encajar en el nuevo panorama. Los buenos convergentes tienen que ir con alpargatas o chanclas, cuando menos durante los primeros años de purga. Cuando puedan volver a aspirar a mandar sin hacer follón, ya hablaremos. La prioridad es que esta idea que vivimos en un régimen de Vichy quede reducida a un chiste adolescente, como el que hizo el mismo Graupera no hace mucho en Twitter. Y que TV3 vuelva a ser lo que era, como en tiempos de Marta Ferrussola.