A pesar de los triunfalistas e irresponsables anuncios de los políticos, de uno y otro signo, según los cuales en cuestión de meses estaremos todos vacunados, la realidad parece presentarse de una forma muy divergente y con escasas posibilidades de reconducirse si no se adoptan las medidas necesarias para superar esta situación de forma eficaz, eficiente, efectiva y segura.

La pandemia no sólo ha puesto en evidencia la debilidad humana ante un virus de estas características, sino también la debilidad, en términos generales, de los distintos sistemas de salud y la de los sistemas de garantías de nuestros derechos y libertades.

Durante estos más de 13 meses de pandemia todos hemos perdido algo o a alguien y hemos tenido que renunciar a parte de nuestros derechos en favor del bienestar colectivo.

Quedarse en casa, no desplazarse, privarnos de ver a nuestros seres queridos, aguantar confinamientos y un sinnúmero más de restricciones son, sin duda, limitaciones a nuestros derechos y libertades que, como seres sociales y responsables, de forma mayoritaria, hemos asumido como necesarios.

A cambio de estos sacrificios, de estas renuncias y de estas concesiones colectivas, se nos han prometido grandes esfuerzos públicos para, primero, controlar y superar la pandemia y, luego, restablecer las condiciones de bienestar previas al surgimiento de la Covid.

Nos hemos quedado atrás por diversas razones, pero todas ellas se pueden resumir en una muy concreta: la ineficacia e ineptitud de la Comisión Europea para cumplir con la función que tiene encomendada

En términos europeos, la Comisión Europea, ya en junio de 2020, acordó un enfoque centralizado “para garantizar el suministro y prestar apoyo al desarrollo de una vacuna”. Es decir, asumieron el papel de gobierno de la Unión Europea que garantizaría el suministro de vacunas a todos los estados miembros.

Los objetivos declarados por la Comisión no eran otros que los de “garantizar la calidad, la seguridad y la eficacia de las vacunas”, “garantizar el acceso oportuno de los estados miembros y de su población a las vacunas”, “garantizar el acceso equitativo y factible para todos en la UE a una vacuna asequible lo antes posible”, “asegurarse de que se realizan los preparativos en los países de la UE para el despliegue de vacunas seguras y eficaces”, “abordar las necesidades de transporte y despliegue”, y “determinar qué grupos prioritarios deberían tener acceso a las vacunas desde un primer momento”.

Esta estrategia o, como los burócratas desde Bruselas denominaron, “enfoque centralizado” descansaba, según sostienen, sobre dos pilares: “garantizar la producción de una cantidad suficiente de vacunas en la UE a través de compromisos anticipados de mercado con productores de vacunas mediante el Instrumento de Asistencia Urgente” y “adaptar las normas de la UE a la urgencia actual con el fin de acelerar el desarrollo, la autorización y la disponibilidad de vacunas, manteniendo al mismo tiempo las normas de calidad, seguridad y eficacia de las vacunas”.

Casi un año después, vemos cómo gran parte de esos objetivos se han incumplido, cómo los pilares en que se sostenía el “enfoque común” han quedado en agua de borrajas y cómo la Unión Europea, uno de los espacios ciudadanos más libres y prósperos del planeta se ha quedado atrás en lo esencial: garantizarnos la salud a todos y devolvernos a unos parámetros de derechos y libertades, así como de bienestar, previos a esta pandemia.

Nos hemos quedado atrás por diversas razones, pero todas ellas se pueden resumir en una muy concreta: la ineficacia e ineptitud de la Comisión Europea para cumplir con la función que tiene encomendada, que no es otra que la de actuar como “poder ejecutivo” ―ser el gobierno― de la Unión Europea.

En estos meses, hemos visto cómo han sido incapaces de gestionar acuerdos serios, eficientes y exigibles de suministro masivo de vacunas. Hemos visto, igualmente, cómo han aplicado criterios de compra que están muy lejos de estar orientados a lo que debía y debe ser primordial, como es el garantizarnos las vacunas a todos y, peor aún, hemos visto cómo esto no solo no parece importarles, sino que siguen instalados en un relato que dista mucho de ser compatible con lo que deseamos una mayoría de los ciudadanos de la Unión: estar vacunados.

La Comisión Europea, cuando más se la necesita, ha actuado como un club de burócratas incapaces de gestionar el principal problema que nos afecta y preocupa

En momentos como los actuales vemos el dislate que representa dejar materias tan serias en manos de auténticos incompetentes que, además, viven en una realidad paralela que los lleva a diseñar y preparar una suerte de “pasaporte inmunológico” para que podamos viajar, sin darse cuenta de que antes de ese pasaporte, lo que realmente necesitamos son vacunas. Solo desde el mayor desapego de la realidad se puede comenzar esta casa por el tejado.

El diseño de la Unión se basa en la creación de un espacio basado en “los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, estado de derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías” para, de esa forma, ofrecernos a sus ciudadanos “un espacio de libertad, seguridad y justicia sin fronteras interiores, en el que esté garantizada la libre circulación de personas”.

Pues bien, parece evidente que la actual Comisión, por la forma en que ha abordado esta crisis, está actuando justo en sentido contrario a lo que son los fines de la Unión con las consecuencias que ello tendrá en una doble vía: nuestra salud y derechos como ciudadanos de la Unión y, también, de cara a un creciente número de euro-escépticos que están buscando todo tipo de excusas para arrastrarnos a un debilitamiento de un proyecto en el que todos estamos más seguros, como es el de ese espacio común de “seguridad y justicia”.

A diferencia de lo que opinan algunos, la seguridad de la que habla el Tratado no sólo es la que hace mención a la lucha contra la delincuencia sino, también y especialmente, la que hace referencia a la seguridad médica y económica, en forma de bienestar general.

Todos hemos hecho sacrificios, todos los estamos haciendo y todos hemos comprendido la importancia de adaptarnos a una realidad cambiante, desconocida y excepcional… Todos menos la Comisión Europea que, cuando más se la necesita, ha actuado como un club de burócratas incapaces de gestionar el principal problema que nos afecta y preocupa, que no es otro que nuestra salud y la posibilidad, vacunas mediante, de salir de una crisis que pone en riesgo, entre otras cosas, el propio proyecto de unificación europea.

La Europa de los pueblos, la de las libertades, la de la libre circulación, la del bienestar económico y social, la de una justicia con mayúsculas, la de un espacio de respeto de los derechos de las minorías es posible, pero necesita, igualmente, hacerse sobre la base de una ciudadanía sana y, para conseguirlo, es evidente que la actual Comisión Europea, gestionada por burócratas y no por estadistas, no es la adecuada. En definitiva, y el momento es este y no otro, la solución es otra Comisión y más vacunas.