En el capítulo de mujeres que han modelado la historia de Barcelona, Eulària Anzizu (1868-1916) es una de las indispensables, por su vehemente defensa del patrimonio del monasterio de Pedralbes.

La bautizaron como Maria de la Mercè, Francisca d’Assís y Ramona. Hoy se podría haber llamado Abril, Vanessa y Paula. Su madre, Josefa Vila i Bacigulpi, no llegó a ver el fulgor de su hija, ya que murió poco tiempo después de tenerla. Su padre también murió, y esta niña que sería una gran religiosa del monasterio de Pedralbes se quedó con los abuelos, que por ley de vida también mueren pronto. Ingresó en este histórico monasterio donde, menos el de abadesa, desempeñó todos los papeles: enfermera y secretaria, archivista y traductora, música, maestra de novicias y procuradora. Pero sor Eulària, conocida como monja contemplativa, fue una mujer de acción. Ella lo pidió, la comunidad compartió la idea de restaurar la iglesia, y se renovó con la obra de Joan Martorell. Los fieles siempre hacen aportaciones para garantizar la continuidad de las obras de arte y de las iglesias, pero sin el patrimonio de sor Eulària, la reforma no se habría realizado. Se requiere visión, patrimonio, generosidad y mecenazgo para obras colectivas que perdurarán.

Anna Castellano y Carme Aixalà conocen el legado de esta mujer, y tanto en las guías del monasterio como en monografías dedicadas a sor Eulària reivindican su legado: el Real Monasterio de Santa Maria de Pedralbes es uno de los mejores ejemplos del gótico catalán. Fue fundado en el año 1327 por la reina Elisenda de Montcada, la última mujer de Jaime II el Justo, para una comunidad de mujeres que seguían la regla de las clarisas, hermanas espirituales de los franciscanos. Y sor Eulària fue una de las más significativas.

Sor Eulària no solo mejoraba su entorno y el de sus compañeras, sino que además tenía tiempo para escribir poesías y artículos, y también volúmenes sobre historia y arte

Esta religiosa clarisa ordenó las colecciones del monasterio y supervisó las restauraciones arquitectónicas, que eran de una magnitud considerable. La vertiente de mecenas no fue fruto de la vida contemplativa: lo había visto hacer en casa. Su padre era de la familia Girona, banqueros que restauraron parte de la catedral de Barcelona. Su madre era de la familia de los Güell y del marqués de Comillas, los protectores de Antoni Gaudí. Sor Eulària no solo mejoraba su entorno y el de sus compañeras, sino que además tenía tiempo para escribir poesías y artículos, y también volúmenes sobre historia y arte. Era una mujer muy formada —autodidacta—, pero se la conoce poco. Jacint Verdaguer le reconoció su valía poética. Escribió mucho, aunque no vio nada publicado en vida. El volumen Poesies (1919) y Santa Clara d’Assís. Llegendari franciscà (1928) son póstumos. Nuestra monja pudo viajar; Italia la fascinó, especialmente la tierra de Asís de san Francisco y santa Clara, su patrona en la comunidad de las clarisas.

Tiene una calle (faltaría más), pero podría tener más visibilidad en una ciudad con nombre de mujer que todavía tiene trabajo de rescate de personalidades que han dejado mucho en ella, no solo el alma, sino el patrimonio.