Cada mañana, y muchas de las tardes, me toca pasear al perrito que tenemos. Es pequeño y cariñoso, parece un peluche, pero es un ser vivo con necesidades bien básicas. Como todo animal de compañía, aprende rápidamente a captar los patrones de nuestra rutina y solo viendo cómo nos movemos o lo que decimos, sabe que vamos a pasear. Nuestro perrito salta de contento, talmente parece que baile, y corre desde donde sabe que está su correa en la puerta de casa, indicándome qué tengo que coger y por dónde tenemos que salir. Cuando llega a la calle, se escurre como un gamo, oliendo y buscando. Y allí donde lo cree conveniente, hace su "meadita". Marca su territorio dejando el olor de la orina. Pero lo que quiero remarcar aquí es que el perrito no mea al azar, sino que controla donde y cuanto rato orina. Orina de forma voluntaria y, por eso, puede aguantarse cuando está en casa hasta que sale a la calle. Claro está que no nos extraña su acción, porque una de las cosas que nos parece más natural es orinar. Pero si lo pensamos un poco, veremos que no se trata de una acción tan fácil.

La micción, nombre que recibe el proceso de orinar, necesita un control muy fino. Por una parte, la producción de orina por los riñones es continua, pero nosotros no orinamos gota en gota, sino que acumulamos la orina en un depósito, la vejiga, que se va llenando y que, en determinado momento, da una señal al cerebro para indicar que se está llenando y se tiene que vaciar. El control de la micción tiene una parte de movimiento reflejo y otra, muy importante, de acto voluntario. Orinamos allí donde nos parece conveniente y es socialmente aceptable. Pero este control voluntario es costoso de adquirir y mantener. Todos sabemos que los bebés orinan de manera involuntaria (muchas veces coincidiendo con el momento de cambio de pañales y mojando, de paso, a los padres inexpertos). Los niños tienen que aprender a controlarla de forma voluntaria entre los tres y los cinco años. Este aprendizaje es más fácil durante el día, cuando nuestro cerebro puede estar atento a las señales que nos envía la vejiga a medida que se va llenando, pero el control es más difícil cuando nuestro cerebro consciente descansa, como por la noche, cuando dormimos. Hay niños que tienen enuresis nocturna (se orinan en la cama) hasta edades más adelantadas, que pueden llegar hasta la adolescencia. Además, este control sobre el esfínter y los músculos contractivos de la vejiga se puede perder momentáneamente con ciertas actividades como la risa, toser, estornudar o defecar (pensemos en la expresión coloquial "mearse de risa") y tenemos una pequeña (o gran) incontinencia urinaria. Por enfermedad, por medicación, por relajación de los esfínteres a causa de los partos, o por edad (en la gente adulta) la incontinencia puede llegar a ser un problema.

No solo los humanos controlamos la micción de forma voluntaria. Lo utilizan muchos organismos, como los mamíferos, que usan la orina como señal de comunicación sexual o de rango. Tal como hemos introducido el artículo de hoy, todos sabemos que los perros marcan territorio con la orina, pero otros animales, como los ciervos o los conejos, también tienen que controlar cuándo orinan para no estar indefensos cuando hay depredadores cerca. Entonces, sin embargo, ¿cómo sabemos cuándo toca ir al baño? Aunque se han hecho estudios en humanos mediante técnicas no invasivas (de resonancia magnética-fMRI y de tomografía de positrones-PET) para determinar qué zonas del cerebro dan la orden al músculo de la vejiga que se contraiga y se abra el esfínter con el fin de liberar el líquido retenido, todavía se desconocen muchos de los puestos de control de la micción. Pues bien, esta semana se ha publicado un artículo que justamente explica cómo se produce el control neurológico del proceso de micción.

En este artículo, los científicos han implantado electrodos en la cabeza de algunas ratas para registrar la excitación y actividad de ciertas zonas del cerebro mientras también medían la presión de la orina dentro de la vejiga. Este electroencefalograma continuado los ha permitido grabar todo el proceso entre dos sucesos de micción, es decir, qué es lo que pasa en el sistema nervioso entre "meadita" y "meadita". Se sabe que cuando la vejiga se va llenando, el sistema parasimpático hace que los músculos lisos de la vejiga y el esfínter se cierren, pero las células del epitelio del interior de la vejiga son sensores del volumen e indican cuando se sobrepasa un umbral. Esta señal se produce cuando todavía hay espacio para llenar y así dar tiempo para reaccionar, pero hace falta que el cerebro se active para decidir cuál es el mejor momento. Un primer centro de control, el involuntario, se encuentra en la médula espinal. Sin embargo, además, estos ganglios están conectados también con dos regiones del tronco del cerebro (donde se iniciará el control voluntario), una de las regiones hará de interruptor —la que dará la orden de orinar o no a la vejiga— mientras que la otra se estimula a partir de un umbral de cantidad de orina en la vejiga, activando entonces una región del córtex cerebral consciente, para "despertarnos" y hacernos dar cuenta de que hay que ir a orinar. Ahora el cerebro estará alerta y prestará más atención a la situación exterior, con el fin de buscar un lugar y un momento adecuados, antes de que la vejiga esté llena del todo. Es aquí cuando nosotros buscamos activamente un baño para liberarnos de la presión a la vejiga, y si no lo encontramos en un tiempo prudencial, lo podemos pasar muy mal.

Como podemos ver, también puede pasar que no podamos alcanzar tan fácilmente este control voluntario, o que la señal de aviso no sea lo bastante fuerte para que nuestro cerebro intervenga. Y entonces nos hacemos pipí encima. Aunque durante mucho tiempo se ha pensado que hay solo razones psicológicas, de hecho, hay factores genéticos que intervienen en el establecimiento del control de la micción, y ya hace años que se conoce que la enuresis nocturna puede ser hereditaria. Hay familias en que muchos de los miembros han tenido enuresis nocturna hasta los 14, 16 o, incluso, pasados los 18 años. Recuerdo que cuando empecé a dar clases de genética humana, había varios grupos buscando los genes que intervienen. Se han determinado hasta tres regiones del genoma humano (en los cromosomas 13q, 12q y 22q11) que están claramente relacionadas con el control de la enuresis. Sin embargo, en el control de la micción intervienen muchos factores, y a veces está muy relacionado con trastornos del sueño y con enfermedades que interfieren con una buena calidad del descanso nocturno, y sería muy conveniente distinguirlos para poder tratar tanto la enuresis nocturna (que afecta a niños y jóvenes de algunas familias), como la incontinencia urinaria en adultos (que afecta a muchísimas personas). Solo conociendo bien la fisiología, las neuronas y neurotransmisores que intervienen, y como se produce este control —tanto el reflejo como el voluntario—, podremos actuar eficientemente.

Así que la próxima vez que vayáis al baño, pensad en el montón de neuronas que están al acecho para que no "hagamos un río" donde no toca.