Los humanos, como lo hacen todos los mamíferos, prestamos mucha atención y sabemos interpretar los movimientos de otros animales en nuestro entorno con el fin de actuar de una manera u otra. Es importante saber si un animal nos atacará, con el fin de empezar a correr o defendernos, por ejemplo. También sabemos, sin que nadie nos lo diga de forma específica, que si un perro levanta las orejas, es señal de alerta y atención. Pero el humano ha ido más allá de este nivel de interpretación básica, y la comunicación entre humanos, con la transmisión de emociones y acciones, sea con gestos o con palabras, ha sido instrumental en la evolución de nuestra especie y ha modelado nuestra sociedad. Una de las obras de Darwin, "La expresión de las emociones en animales y humanos", ya exploraba esta idea y aportaba datos de sus observaciones, de forma que propuso que todas las culturas del mundo, de forma intrínseca, compartiríamos y reconoceríamos en los otros un mínimo de 6 emociones básicas: felicidad, tristeza, miedo, ira, sorpresa y disgusto.

Durante el siglo XX, esta idea fue cuajando y después de la Segunda Guerra Mundial, se realizaron una serie de pruebas con gente de grupos culturales muy diferentes, a los cuales se les enseñaba fotos de personas con expresiones faciales que reflejaban alguna de estas emociones y se les pedía que las clasificaran. La conclusión fue que los humanos interpretaríamos las expresiones faciales de forma universal. Algunos científicos pusieron en duda la metodología utilizada, ya que las personas participantes en las pruebas venían de ambientes relativamente grandes, urbanos y cosmopolitas, así que recientemente se repitió la prueba, pero yendo a visitar poblaciones de culturas alejadas del mundo occidental, aisladas geográfica y poblacionalmente. En esta nueva investigación, se demuestra que aunque hay gestualidades faciales universales (por ejemplo, todas las personas asocian la sonrisa a la felicidad o contento), quizás esta universalidad no es tan categórica en otros gestos humanos. Por ejemplo, los ojos y la boca abiertos que mayoritariamente todos interpretamos como signo de sorpresa o miedo, a esos isleños lo interpretaron como señal de ira o amenaza. En realidad, no sé si la diferencia es tan grande, ya que muchas veces las señales faciales pueden ser confusas, particularmente si las vemos en una foto. Tenemos que recordar que los humanos también nos guiamos por el contexto, y que cuando intentamos interpretar las intenciones o las emociones de las personas, a veces nos hace falta más de una señal única. Eso también nos pasa con los sonidos guturales; por ejemplo, un mismo sonido inicial sin contexto, puede tanto tratarse del inicio de un llanto como señal de echarse a reír.

Pero como ya hemos comentado, los humanos hemos perfeccionado la comunicación entre nosotros. Nuestro cerebro nos ha permitido crear un lenguaje complejo para poder transmitir con precisión tanto la realidad que nos rodea, conceptos abstractos y pensamientos, como emociones. Todas las culturas humanas utilizan el lenguaje para comunicarse y como los humanos estamos relacionados entre nosotros, muchas de las lenguas presentan un origen común, a partir del cual han evolucionado, perdiendo palabras, modificándolas, o incorporando nuevas palabras. No sólo los fonemas (la pronunciación) de las palabras evoluciona y cambia, sino que hay palabras para realidades diferentes, hay términos para acciones o calificaciones que existen en una lengua pero no en otra. Es obvio que cada lengua tiene un número de palabras diferentes. Hay lenguas extensas y prolijas, de otras más reducidas. Las diferentes lenguas que se hablan en el mundo son un gran tesoro cultural que tendríamos que intentar proteger, porque no dejan de ser una ventana a nuestra historia como especie, pero también un reflejo de la complejidad biológica de nuestra mente. Está claro que las palabras de cada lengua se han creado para nombrar a una realidad, y que una parte de esta realidad son las emociones, emociones que compartimos con los otros humanos. En cada lengua hay palabras que son polisémicas, es decir, que tienen significados múltiples (por eso hay palabras que tienen diferentes acepciones cuando las buscamos en el diccionario). A veces, el significado de una acepción es muy diferente del de la otra y no tienen ninguna relación (por ejemplo, la palabra banco, puede tratarse de un banco para sentarse, un banco de peces o un banco donde dejamos el dinero), pero muchas veces, las acepciones se pueden relacionar de manera metafórica (por ejemplo, un ratón animal o un ratón del ordenador). Los humanos comprendemos cuál es el significado dependiendo del contexto de la frase.

Pero, cuando hablamos de nuestras emociones, ¿también usamos palabras que tienen diferentes significados? A priori quizás nos parecería que no, que las emociones se tendrían que nombrar de una única manera y que tendrían que implicar sentimientos similares en todas las culturas, pero no es así. Por ejemplo, el amor o el hecho de amar no utiliza los mismos conceptos ni connotaciones en todas las lenguas. Incluso en dos lenguas tan próximas geográficamente y lingüística, como el catalán y el castellano, utilizamos verbos diferentes para expresar nuestro amor. En catalán, utilizamos mayoritariamente el verbo "estimar", mientras que en castellano se utiliza a menudo el verbo "querer". Las connotaciones de un verbo y otro son diferentes, como podéis detectar fácilmente si pensáis qué pasaría si los cambiarais, y decís "et vull" en catalán o "te estimo" en castellano. El significado es bastante diferente. Eso los traductores lo tienen bien presente, particularmente entre lenguas que son lejanas, ya que puede dar lugar a malentendidos.

Pues bien, ahora imaginad que se hace este tipo de estudio con muchísimas lenguas, muy diferentes y de familias lingüísticas muy alejadas. Os hablo de un estudio muy completo en que se han analizado 2.474 lenguas (de hasta 20 familias diferentes), buscando las relaciones semánticas de 2.439 conceptos, entre los cuales destacan 24 emociones que los humanos podemos sentir. Para el análisis se han centrado en el fenómeno de "colexificación", es decir, en aquellas palabras que en un lenguaje tienen dos significados diferentes, aunque próximos, en particular, en las palabras usadas para nombrar o transmitir emociones. Por ejemplo, una misma palabra persa, oenduh, significa tanto "pena" como "remordimiento", mientras que en un dialecto del sirkhi, "dardo" tanto quiere decir "pena", como "angustia". O la palabra "querer" en castellano, que tanto significa "amar" como "desear". Y así, en este trabajo se han analizado y establecido las redes de relaciones de las palabras que reflejan los sentimientos en más de dos millares de lenguas humanas, y se identifican comunidades de palabras (es decir, emociones) más próximas a unas que en otros. La conclusión es que no siempre queremos implicar lo mismo cuando queremos hacer referencia a un mismo sentimiento. De nuevo, los matices y connotaciones son diferentes. Cuanto más cerca geográficamente y de familia lingüística son las lenguas que comparamos, menos diferencias encontramos, lo cual es bastante lógico, pues hay una base cultural común que homogeneíza las interpretaciones.

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Comparación de las relaciones de "colexificació" de las emociones entre grandes grupos lingüísticos (extracto de Jackson, et al. Science 366, 1517–1522, 2019)

Curiosamente, en las lenguas indoeuropeas (entre las cuales encontramos las lenguas latinas), conectamos lo que es malo con la tristeza y el orgullo mientras que en el lenguaje común universal lo que es malo se conecta más con la ira, el odio y la envidia. Las lenguas indoeuropeas consideramos que el sentimiento por sorpresa es positivo, mientras que en el lenguaje universal la sorpresa sería negativa... Podéis ir mirando estas redes. Me atrevería a decir que los sentimientos son universales, pero las connotaciones culturales son diferentes. Universalidad y diversidad del lenguaje, al mismo tiempo. ¿Qué queremos decir realmente cuando decimos te quiero?