Dicen que mucha gente es sensible a la astenia primaveral, este sentimiento de cansancio que se extiendepor todo el cuerpo cuando llega el cambio de tiempo y los días se alargan. Una posible explicación serían los cambios de equilibrios hormonales, por ejemplo, entre la serotonina (se produce durante el día) y la melatonina (tiene un pico nocturno pronunciado). En los inviernos, con una menor durada del tiempo de insolación, se agotarían más rápidamente las reservas de serotonina y dominaría la melatonina, mientras que en primavera, cuando el día se alarga, volvería a predominar la producción de serotonina. Estos cambios en poco tiempo, y una mayor producción de otras hormonas determinarían que el cuerpo se sintiera temporalmente cansado hasta reencontrar un cierto equilibrio. En todo caso, hace tiempo que voy cansada y no creo que pueda darle la culpa a la primavera, creo que más bien el cansancio está relacionado con mi incapacidad de decir 'no'.

Parece una cuestión irrelevante, pero el hecho de decir 'no' a menudo evita que te caigan sobre la mesa un montón de marrones volantes que están esperando a algún incauto para que emplee horas en ellos sin fin. Estas tareas ingratas y poco productivas se añaden al trabajo diario que ya teníamos programado y, al final, la lista de cosas a hacer es cada vez más larga y la de cosas hechas, se mantiene siempre igual. Cuando hablas con la gente de tu entorno te dicen que hay que hacer cursillos para poder optimizar el uso del tiempo. Estoy convencida de que son útiles, todo el mundo dice maravillas de ellos. Pero yo ya tengo unas listas bien ordenadas en la cabeza y en mi agenda. De hecho, me gusta ordenar las tareas que tengo que hacer por cuestión de temporalidad y urgencia, pero el no saber decir 'no' implica que siempre añado más tareas, y la lista va engordándose, y solo cambian las prioridades del momento. Ya lo dicen que la urgencia no deja lugar a aquello que es prioritario.

Así que como muchas otras personas, he ido alargando la dedicación al trabajo. Primero, intentando compatibilizar el cuidado de los hijos con la docencia y la investigación universitarias. Salía corriendo de la universidad para ir a recoger a los niños a la escuela, llevarlos a actividades extraescolares y al parque, ayudarlos a hacer los deberes, cocinar, ducharlos, planchar... hasta que por la noche, podía reencontrar el ordenador y acabar algunas tareas que me quedaban por hacer. Pronto no tuve bastante con las noches, además acababa agotada, por lo cual, empecé a llenar los fines de semana. Así, cuando a media tarde encontraba un rato de cierta tranquilidad, aprovechaba para abrir el ordenador y acabar el montón de cosas que tenía que haber acabado el viernes y que no podían esperar al lunes. No os penséis que me divierta mucho llegar a las fechas límite, pero muchas cosas en ciencia y en docencia funcionan por fechas límite, como presentar proyectos para obtener financiación, o montar exámenes o preparar conferencias. Ahora que mis hijos ya son mayores, no han disminuido las tareas a desarrollar sino que se han añadido otras cuestiones: padres mayores, la gestión universitaria, etc. Ciertamente, ya no me queda tiempo para mucho más que ir corriendo todo el día y parte de la noche.

Tiempo, el más preciado de los tesoros. La pandemia y el teletrabajo no han ayudado. En mi caso, todo es más pesado de hacer a distancia y cada tarea ha multiplicado el tiempo que necesito para hacerla. Me siento como la Reina Roja del cuento de Alicia en el país de las maravillas. Tengo que correr tanto como pueda para seguir manteniéndome en el mismo sitio, porque el mundo en que vivo también corre igual de rápido.

Pero estoy segura de que no estoy sola, ¿quién no nota este cansancio que subrepticiamente todo lo ocupa? Yo no sé vosotros, pero en estos momentos, me afano por encontrar un cursillo que me ofrezca una buena dosis de resiliencia concentrada. He estado mirando si encontraba tutoriales en YouTube que, por lo que me dicen, es el sitio donde se puede encontrar de todo, pero lo que he encontrado son cursillos de meditación con posturas de yoga que no puedo ni siquiera intentar hacer. Por otra parte, yo estoy bien con mi yo interior, no me siento mal, solo sobreocupada. De hecho, hay muchas actividades que me gustan y disfruto, por ejemplo, cocinar o escribir. Pero tanto una actividad como la otra no tienen fin, acabas un día, y el siguiente hace falta volver a empezar, así que nunca tienes la sensación de trabajo hecho.

¿Qué me queda para ir llenándome de energía? Me queda la familia y los amigos. Parece un tópico, pero es verdad. Suerte de ellos que me arraigan, y me ponen en su sitio sin contemplaciones, sino sí que sería una reina Roja recurrente y sin salvación posible. Sin embargo, por desgracia, con la pandemia no hemos podido ver ni familia ni amigos. El confinamiento muy pronto acabó marchitando la gracia de ver a la gente a distancia por la pantalla del ordenador. Así que ahora, que podemos volver a una cierta normalidad, he decidido hacer mi "cursillo de resiliencia" totalmente personalizado. He quedado para cenar con las amigas del instituto. Todas tenemos nuestras historias de éxitos y de problemas. Todas nos conocemos desde hace tanto tiempo que no necesitamos disimular ni hacer ver ser lo que no somos. Entre bocado y copa, entre risas y canciones, entre recuerdos y la realidad diaria, dejamos las prisas por unos instantes y vamos poco a poco desovillando nuestras tensiones, reencontrándonos en el espejo enturbiado de quién éramos y queríamos ser, entretejiendo de nuevo el mimbre de nuestra vida, con colores más sobrios, pero reconocibles. Mi cursillo de resiliencia.