Los proisraelíes sionistas suelen tachar de desinformada a cualquier persona que opina sobre el conflicto de Gaza desde un punto de vista propalestino. Un calificativo que suele ir engordado con dos otros atributos, el de antisemita y el de proyihadista, porque solo está cualificado para hablar del tema de Gaza aquel que apoya profusa o tímidamente al gobierno de Netanyahu. El resto tenemos que seguir callando, ya que la humanidad solamente tiene un pueblo mártir. Yo, que no dudo del profundo conocimiento que tienen los proisraelíes de la causa judía, no puedo dar lecciones de nada, excepto de lo que significa un hijo muerto. Detrás de cada niño desenterrado de bajo los escombros, veo el rostro de mi hijo. Detrás de cada niño desenterrado de bajo los escombros, veo el futuro truncado de mi hijo. Detrás de cada niño desenterrado de bajo los escombros, veo el largo y tortuoso camino del luto de una familia devastada.

No hay que ser muy ducho en la materia para saber que la publicación por parte de Hamás de la fotografía de los 47 cautivos —vivos o muertos— que todavía tienen en sus celdas tras el criminal acto del 7 de octubre de 2023, no ha ayudado a parar la voluntad anihiladora del gobierno de Netanyahu. Parece que Hamás necesita mártires involuntarios, como los palestinos desarmados, para justificar su fanatismo ante un sionismo desencadenado.

Si los sionistas consideran un insulto juzgar como genocidio lo que está sucediendo en Gaza es porque se creen los propietarios del vocablo. Razones no les faltan, pero, lamentablemente, después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo sigue siendo el escenario de episodios de horror que también se podrían calificar, con permiso de Israel, de genocidio. Y no digo holocausto para no irritar sensibilidades, pero si nos adscribimos a la definición del término que surgió del Convenio para la prevención y la sanción del delito de genocidio, aprobado el 9 de diciembre de 1949 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, David se ha convertido en Goliat. El genocidio es la destrucción intencionada, total o parcial, de un grupo nacional, étnico, racial o religioso, con cinco actos principales: matar a miembros del grupo, causarles daños corporales o psíquicos graves, imponer condiciones de vida destinadas a destruir al grupo, medidas para impedir nacimientos y, por último, traslado forzado de niños. Explicado así, reconozco que resulta difícil jugar al juego de las diferencias. Las palabras suelen perder la partida ante los hechos.

Siempre quedan supervivientes para contar un genocidio. Y el odio es tan difícil de borrar como el recuerdo de un hijo muerto

En otras circunstancias geopolíticas, Israel habría afrontado los hechos del 7 de octubre de una forma distinta. Palestinos habrían matado a miles, como han hecho regularmente desde la fundación de Israel, pero sin la prepotencia con la que ejercen ahora su control sobre un territorio anhelado durante decenios. Si Yahvé se lo ordenó, quiénes son ellos para contradecirle.

Las palabras estelares clamadas por el ministro de Finanzas israelí, el fanático Bezalel Smotrich, elucidaron el futuro que le espera a una Gaza sin palestinos: una cuadrícula sometida a un gran plan inmobiliario acordado con el gobierno de Donald Trump, porque, como justificó Smotrich, "hemos pagado mucho por la guerra, así que tendremos que obtener un porcentaje de la comercialización de los terrenos". Se agradece que Smotrich, aprovechando que todos los vientos ideológicos soplan a su favor, fuera tan claro. Sobre los escombros de Gaza, los sionistas quieren captar fondos de inversión que transformen los terrenos en un bosque de empresas, de hoteles y de pisos ecofriendly. Y en pocos años, cuando la sangre de los palestinos asesinados ya forme parte del magma del infierno, porque Yahvé así lo ordena, convertir algunas zonas en un gran resort para invitar a VIP planetarios. Si Beirut fue considerado la Suiza de Oriente, Gaza puede tomarle el relevo. En esta Gaza edificada sobre miles de vidas sepultadas, también habrá casinos, centros de convenciones, grandes restaurantes, una fashion week de primavera y de otoño y, con suerte, un Disney World o un teatro donde celebrar un Festival de Eurovisión. Y, por supuesto, un barrio exclusivo, del tipo Fisher Island de Miami, reservado a los prohombres del sionismo internacional. Los servicios prestados se pagarán con una casa, aunque sea adosada. Si una mierda como Marina d'Or fue designada como la ciudad de las vacaciones, la nueva Gaza puede ser el paraíso del turismo de la depauperada sociedad del bienestar. Si es por la pasta, la visión medievalista de Smotrich y los fanáticos del Partido Nacional Religioso lo podrán soportar.

Claro que uno puede pensar —yo tan naif— que el mundo volverá la espalda a una Gaza edificada sobre el asesinato de miles de niños. Como una pandemia, las redes sociales han envenenado las venas por donde fluye la razón teórica, vertiendo millones de mensajes irracionales. Y desde hace un tiempo, casi todo lo que parecía imposible se está haciendo posible.

¿Y de los muertos en vida, los gazatíes supervivientes, qué haremos? La nueva Ciudad de Gaza proyectada por Bezalel Smotrich necesitará de mano de obra barata, o quizás esclava, para contentar los deseos occidentalizados de una civilización corrupta. Como ya he dicho, todo lo que parecía imposible se está haciendo posible. La contrariedad para Smotrich y compañía es la memoria incorrupta de los esclavos y siervos de la gleba gazatíes que sobrevivirán, porque, como los sionistas conocen de primera mano, siempre quedan supervivientes para contar un genocidio. Y el odio es tan difícil de borrar como el recuerdo de un hijo muerto.