En la explicación historiográfica española de la historia de la península Ibérica destacan axiomas (que no tesis ni hipótesis) que inciden en la supuesta multisecularidad de la españolidad, intentando conectarla con realidades tan lejanas como la Hispania romana o la monarquía visigoda y la total subalternización de la historia de Galicia, Euskal Herria y Catalunya.

Son axiomas de este relato i) la total negación de la existencia de períodos de independencia política de gallegos, vascos y catalanes; ii) el ocultamiento de la existencia de un reino suevo de Gallaecia, primer regnum de la Europa posterior al derribamiento del Imperio romano de Occidente; iii) el ocultamiento del reino de Pamplona (Iruña) y después de Nafarroa como reino euskaldún y la unión de Araba, Gipuzkoa y Bizkaia como territorios autónomos en ese espacio; iv) la intervención de un supuesto reino, primero astur y después leonés (siglos VIII-X), totalmente desconocido de la historiografía árabe, franca y germánica, que solo reconocían el reino de Galicia; v) el ocultamiento del Condado de Barcelona desde el siglo XI como referente político del conjunto del Principado de Catalunya; iv) la supremacía catalana en la unión personal catalanoaragonesa posterior al 1162, evidenciada en la conquista de las Illes y del País Valencià y en su expansión política (Sicilia, Sardinia, Grecia…) y comercial mediterránea.

Vamos de oeste a este. Los suevos y los galaicoromanos, mediante un pacto o foedum, construyeron en el siglo V el primer regnum de Europa, pronto conocido como Gallaecia suevorum regnum, que pervivió casi 200 años. Desde pocos años después de la invasión árabe-bereber de la península Ibérica (711-715), se organizó en esa misma Gallaecia (más o menos coincidente en la altura con los territorios actuales de Asturies, Galicia, León y el norte de Portugal, pese a que hasta el siglo XII no existía una realidad leonesa, asturiana o portuguesa distinta de la matriz gallega) un espacio político que pronto fue conocido en el Imperio franco del padre de Europa, Carlomagno, como reino de Galicia y por los eruditos de al-Ándalus como Yllíkiya o Galísiya. Nunca como reino de Asturies o de León (sí como reino de Galicia y de León desde mediados del XII). Este reino fue independiente hasta la anexión castellana de 1230, pese a que, hasta la represión de los Reyes Católicos, a finales del XV, fueron continuos los esfuerzos del país y de sus élites por recuperar su independencia. Su edad de oro, con los reyes Fernando II y Alfonso VIII (1158-1230), señaló el apogeo de Compostela, con la construcción del Pórtico de la Gloria y la fundación de una basta red de ciudades marítimas (A Coruña, 1208) que comerciaban con Bretaña, Flandes, Holanda y las Islas Británicas.

El Reino de Galicia existirá como división administrativa manteniendo una muy limitada autonomía hasta 1814 y hasta recuperó una muy corta independencia (1808-1810) en las guerras napoleónicas.

Eneko Aritza fundó en 824 alrededor de la ciudad entonces vascona (fundada en el I a.C. por los romanos) de Pompaelo (hoy Iruña-Pamplona) el Pampilonensium Regnum (Navarrae Regnum desde 1162), vertebrando políticamente el espacio euskaldún entre el Garona y el Ebro con los Pirineos como eje central. El reino alcanzó su máxima extensión con el rey Sancho el Grande (1000-1035) y vertebró también como señoríos autónomos los territorios de Bizkaia, Araba y Gipuzkoa, vinculados al reino navarro hasta más allá del 1200. En el 1180 el rey euskaldún de Nafarroa fundaría Donostia-San Sebastián. Después, tres territorios históricos de la hoy C.A. de Euskadi se integrarían en Castilla como entidades políticas casi independientes hasta después de la guerra carlista (1840). Las guerras carlistas (1833-1840 y 1873-1876) son en Euskal Herria, señaladamente, guerras por las libertades reconocidas en el reino de Nafarroa, en el señorío de Bizkaia y en los territorios de Araba y Gipuzkoa.

La historiografía española siempre fue a lo suyo para ocultar la historia real de las naciones catalana, vasca y gallega

Los condados catalanes de la Marca fundada por Carlomagno fueron consiguiendo su independencia de hecho e integrándose como espacio político propio alrededor del conde de Barcelona desde mediados del siglo IX. Cuando cae la dinastía merovingia (997), los condes catalanes ya no reconocen la autoridad del rey franco. A mediados del siglo XI el conde de Barcelona es reconocido ya como señor de toda la Catalunya Vella, en los dos lados de los Pirineos, y en él se basó la gran tarea de dirigir la repoblación del Camp de Tarragona y de otros territorios de la recientemente incorporada Catalunya Nova. En el 1162, el reino de Aragón y los condados catalanes regidos por el conde de Barcelona constituyen una unión personal con clara ventaja económica, poblacional y militar de Catalunya. En el siglo XIII Jaume I conquistó el País Valencià y las Illes y fundó los reinos de Valencia y Mallorca, en el primer caso, con un claro predominio catalán sobre el aragonés y, en el segundo, con exclusiva participación catalana. La resultante confederación respetó rigurosamente las libertades y la autonomía de los tres reinos (Aragón, Valencia y Mallorca) y del Principado catalán, pero es Catalunya la que lidera la expansión comercial y política de la Corona incorporando a la confederación los reinos de Sicilia, Sardinia y Nápoles.

La autonomía política, judicial y legislativa y las libertades catalanas existieron hasta los decretos de Nueva Planta, promulgados por el primer Borbón en el ejercicio de un cruel derecho de conquista después del sitio de Barcelona, en 1714.

Pero la historiografía española siempre fue a lo suyo para ocultar la historia real de las naciones catalana, vasca y gallega, pese a que para eso haya que inventar supuestos reinos de Asturias, inexistentes predominios aragoneses o un reino de Navarra ajeno a su esencia y sustancia euskaldunas. Y llevan así más de ciento setenta años de adoctrinamiento.