Tanto imputado, tanto detenido y tanto saqueo que el foco ha desaparecido prácticamente de las primarias del PSOE. Volverá más pronto que tarde. Los socialistas son únicos para que se hable de ellos. A veces, incluso, parecen sus propios enemigos. Ni PP, ni Podemos… Ya se bastan y se sobran ellos para desgastarse e imbuirse en eternas guerras fratricidas. Y la consulta entre la militancia para elegir nuevo secretario general es un suma y sigue, por más que Susana Díaz lleve un mes cantando al amor, la fraternidad y el buen rollo por las agrupaciones de España en compañía de los caballeros de su mesa redonda.

Si por algo se caracterizó la presidenta de Andalucía desde que el Ibex 35 y algunos grupos mediáticos decidieron catapultarla al estrellato de la política madrileña no fue por sus victorias electorales, ni por su altura intelectual, ni porque hiciera la vida fácil a las sucesivas direcciones federales de su partido. La fama de corrosiva e implacable en los procesos orgánicos hizo de ella un personaje tan temido como cuestionado en las filas del PSOE. Lo fue en el congreso de Sevilla, donde apoyó a Carme Chacón frente a Rubalcaba; en el de 2014 donde se dejó la piel para que ganara Pedro Sánchez y no Eduardo Madina, y en el que se libra ahora.

A la de Triana no le basta con el mínimo, quiere una nueva demostración de fuerza con la que intimidar a sus rivales

La batalla por los avales previa a la proclamación de candidatos es una muestra más del pavor que la secretaria general de los socialistas andaluces produce en un partido tan dado al clientelismo. No hay duda de que los tres aspirantes conseguirán el número de firmas necesarias, pero a la de Triana no le basta con el mínimo, quiere una nueva demostración de fuerza con la que intimidar a sus rivales. Sólo así se explica que no haya provincia donde no se denuncien presiones del ejército “susanil” no sólo para la recogida de apoyos, sino también para la asistencia a los actos de la candidata favorita del establishment y los “aparatos” territoriales. Nada, por otra parte, que no haya ocurrido antes en todos los procesos orgánicos vividos por el socialismo, pero que pone en entredicho el impostado discurso beatífico que la presidenta de Andalucía viene difundiendo desde que arrancó su campaña. Una expedición, por cierto, en la que nada hemos sabido de su modelo de país o de partido. Lo primero habrá tiempo de descubrirlo si es elegida secretaria general del PSOE. Lo segundo es insólito teniendo en cuenta que hablamos de una competición por el mando de unas siglas y que los otros dos aspirantes han hecho públicos sus respectivos proyectos. Las campañas de Sánchez (“no con la derecha”) y de López (“toca unidad”) tienen narrativa se esté o no de acuerdo con ellas. Susana Díaz carece de ella. La suya es una “no campaña” que se sostiene con el discurso de que le gusta ganar elecciones –como si a sus rivales les chiflara lo contrario–.

A la de Triana, dicen, le basta con tres golpes para ganar. El primero lo dio el 26 de marzo en su acto de proclamación rodeada de la mayor concentración de poder orgánico pasado y presente que se recuerda en el PSOE. El segundo pretende darlo, y lo dará, mañana mismo cuando se hagan públicos los datos de los avales con una nueva exhibición de fortaleza interna que apabulle a los otros dos candidatos. ¿El tercero? Pretende, que no quiere decir que lo consiga, darlo en el único debate que protagonizarán los tres candidatos.

Díaz es de los tres aspirantes la menos curtida en estas lides. Pedro Sánchez acumula la experiencia de los debates electorales librados en las dos últimas elecciones generales tanto con Rajoy como con Iglesias y Rivera. Y López no es un recién llegado a la política. En el haber de la presidenta de Andalucía sólo hay una experiencia televisada, el formato que le enfrentó con Juan Manuel Moreno en las últimos comicios andaluces, y lo perdió estrepitosamente precisamente por ir de “sobrada”, precisamente de lo que ayer dijo ante los micrófonos de RNE que nunca va. ¡Lo que hay que escuchar!