Ser mujer, abrir las menciones en Twitter y encontrar amenazas, insultos, injurias y todo tipo de improperios es el pan nuestro de cada día. Si además de mujer eres periodista con cierta exposición pública, las ofensas traspasan el límite de lo delictivo. No es nuevo.

Unas veces son simples haters de individuos o grupos que se esconden tras el anonimato y otras, verdaderos ejércitos de troles que buscan acallar los contenidos o las opiniones que molestan. Ha habido ocasiones en que las invectivas fueron incluso orquestadas por los equipos de redes sociales que trabajan para los partidos políticos. Los mismos, por cierto, que se quejan de que internet sea un lugar temible y tóxico, pero a la vez jalean a sus “cachorros” para que se tiren a la yugular de la primera que vierta la más mínima crítica contra su líder.

Así es como una puede ser “facha”, “roja de mierda”, “sociata” y “podemita” en el mismo día que le pueden acusar de estar a sueldo de la derecha, de la izquierda radical y del independentismo que quiere romper España. Todo depende de la empanada mental del tuitero de turno o de su capacidad de concentración para procesar lo que escucha o lee.

El feminismo, además de por la igualdad de derechos y contra la violencia machista, la precariedad laboral, el techo de cristal o la brecha salarial, hoy también lucha contra eso, con que nos acosen, insulten y difamen por ser mujeres

Que la misoginia y los abusos prosperan en las plataformas de redes sociales cada día con más virulencia no es ningún secreto, y tampoco que las mujeres periodistas sufren un acoso mayor al de sus colegas hombres. Hay estudios al respecto. Insultos por el físico, amenazas de violencia sexual, menosprecio a la trayectoria profesional y hasta insinuaciones sobre favores sexuales están al cabo de la calle en ese patio tóxico y miserable que llamamos red, y en el que es raro encontrar a un hater que se meta con el físico de un periodista hombre o insinúe que ha pasado por la alcoba de una ministra.

Frente a esa ola de violencia es muy comprensible que haya habido colegas que han preferido cerrar sus cuentas o autocensurarse para no ser pasto de los ataques de potenciales delincuentes. Otras, aguantan estoicamente el impacto emocional de la amenaza diaria y directa. Y unas pocas pretenden hacernos creer que esto solo pasa con las que no se declaran feministas y “sí femeninas” como si las primeras fueran todas de aspecto varonil y estén obligadas a llevar mocasines. Ahora resulta que, con el 8-M, algunas han descubierto que en las redes nos insultan, nos acosan y nos difaman mucho más que a ellos.

El colmo de la ignorancia es desconocer que el feminismo, además de por la igualdad de derechos y contra la violencia machista, la precariedad laboral, el techo de cristal o la brecha salarial, hoy también lucha contra eso, con que nos acosen, insulten y difamen por ser mujeres. Con tanto barullo interesado, es fundamental, por obvio que resulte, aclarar conceptos.

P.D.: Según datos de la Federación Internacional de Periodistas (FIP), el 66 por ciento de las mujeres que se dedican al periodismo y que han sido víctimas de acoso en redes sociales lo han sido por motivo de género.