Ha contado Pedro Sánchez alguna vez que cuando su gobierno distinguió a Mariano Rajoy con la Orden de Isabel la Católica y Carlos III, un ministro le telefoneó para preguntarle dónde quería que le hicieran llegar la condecoración. Durante la conversación, el expresidente pidió que trasladara a su sucesor un mensaje de su parte: “Dile que lo mejor está por venir y que lo verdaderamente gratificante llegará cuando por fin sea ex”.

Mariano Rajoy es de esos expresidentes que vivió 40 años de la política sin que le gustara la política ni hiciera demasiada política. Es quizá por ello por lo que es fácil imaginarle ajeno a la conspiración contra propios o extraños y disfrutando de sus paseos matutinos, la lectura del Marca y yendo unas pocas horas a su puesto de registrador para llegar pronto a casa y disfrutar ante el televisor de un partido de fútbol.

Si en España hubiera que buscar a un expresidente inspirado en la filosofía de Pepe Mujica sobre las despedidas en política (“uno no se va para morir sino para vivir”) ese sería Rajoy. La experiencia dice que todos los demás jamás se acostumbraron al silencio atronador de los teléfonos que dejan de sonar. Y eso que todos, desde González a Zapatero pasando por Aznar, prometieron que se marcharían en silencio, que no molestarían y que recuperarían el tiempo perdido con sus familias.

Los hechos acabaron desmintiendo sus palabras. Y el que no buscó influir en el rumbo de su partido, se entrometió en las decisiones de su sucesor o clamó contra las políticas de quienes ocuparon después sus puestos. Unos, entre bambalinas, y otros, a viva voz, todos reaparecen con la pretensión de que se les escuche, y aunque acaben convertidos en un castigo para los que se quedan.

El que no buscó influir en el rumbo de su partido, se entrometió en las decisiones de su sucesor o clamó contra las políticas de quienes ocuparon después sus puestos

Ha vuelto Aznar de la mano de Casado y el eco de su voz incomoda sobre todo a los suyos. No son pocos los damnificados del “marianismo” que se declaran perplejos por el ejercicio de amnesia del expresidente y de quienes celebran su palabra y su regreso. No en vano fue él quien ungió sucesor a Rajoy, quien alimentó el monstruo del independentismo, quien bendijo la guerra de Iraq y quien lideró el PP durante los años en los que la corrupción campó a sus anchas por las administraciones públicas donde gobernaron.

Pues igual que Aznar, ha vuelto también Alfonso Guerra con una novedad editorial en la que zarandea al “sanchismo”, carga contra la engañosa “moción de censura” y arremete contra Zapatero por su “inexplicable actitud” en Venezuela. Como suele, no deja títere con cabeza, si bien en La Moncloa son de aplicarse la máxima de que cuando el pasado llama a la puerta, lo mejor es ignorarle porque ya es sólo historia.

Aznar, Guerra… y ahora también Zapatero, que no quiere ser menos en este desfile de ex dispuestos a hablar de lo suyo y de lo que han de hacer los demás. Con otro estilo y otra flema porque siempre careció de afán revanchista, lo suyo sólo busca influjo. Al fin y a la postre, reconoce que cuando uno es expresidente tiene esa posición cómoda de no tener responsabilidades pero sí cierta influencia (sic). No está acreditado hoy su ascendiente en el socialismo, pero por si acaso ha dicho que no ve posible que el PSOE alcance pactos postelectorales con Ciudadanos tras el 26 de mayo, después de que Rivera haya quedado atrapado en el espectro de la derecha por el apoyo de Vox en Andalucía.

"Se puede tener flexibilidad, una ideología muy abierta, pero no me cabe en la cabeza", ha afirmado sobre posibles alianzas de los naranjas con los socialistas y antes de concluir que “si fuera así, la inconsistencia ideológica les hará decaer en un lento atardecer”. ¿Quién dijo que Ciudadanos tendrá que blanquear su bautismo institucional de la mano de Vox con su entrada en algunos gobiernos del PSOE después de mayo? Reflexiones como la de Zapatero sobre Rivera no allanan el camino por el que algunos barones socialistas empiezan a transitar en busca del apoyo de los naranjas y en vista del festival del humor y la división interna en que se han convertido los de Iglesias. Lo dicho: otro castigo para los que se quedan. Y añadan éste al del papel del expresidente socialista en Venezuela en favor del régimen de Maduro, convertido también en una incómoda condena para el Gobierno de Sánchez y todo socialista indignado por los intentos de legitimación de un sistema que en nombre del pueblo niega las libertades y los derechos más elementales.