Aman a España, pero no tanto a su marco común. Se llaman constitucionalistas, pero algunas de sus propuestas no caben en la Constitución. Se declaran garantes del orden y la ley, pero debe ser la del embudo (lo estrecho para otros; lo ancho para uno). La nueva derecha, la derecha que viene, la derecha que ya está aquí, la ultraderecha ―o sea, Vox― quiere prohibir los partidos políticos que no creen en la unidad de España. Ahí es nada. No hay mayor patada a la democracia y al texto constitucional y lo que dice sobre la libertad ideológica y el pluralismo político.

Claro que si lo de suprimir las comunidades autónomas y regresar a un estado centralista es también amor a España, tendrán que explicar cómo se puede querer lo que desean destruir, que es un modelo blindado también en la Constitución. Sus iguales o parecidos ―aquellos con los que han sumado siglas en Navarra o dado su apoyo para el gobierno andaluz― tienen difícil retirar el carné de constitucionalista al PSOE y al mismo tiempo conferírselo a Vox y a los nostálgicos del franquismo que llevarán en sus listas al Congreso. El próximo Parlamento va a ser una fiesta comparado con el que salió de las urnas en 2015. ¡Y algunos se llevaron entonces las manos a la cabeza por ver a un bebé pasando de escaño a escaño! Nos queda mucho por ver.

En democracia tan responsable es el que hace como el que calla. Y el PP y Ciudadanos están dispuestos a silenciar los disparatados mensajes de Vox para evitar que se sigan fugando votos

Y eso que la formación de Santiago Abascal no ha irrumpido aún en la campaña. Demasiada exposición para un partido que tiene tanto que ocultar. De entrevistas o ruedas de prensa, mejor no hablar. Tendrían que desarrollar su esperpéntica propuesta de país, dar detalles sobre su financiación y explicar los demoledores testimonios en los que algunos ex altos cargos del partido explican cómo recibieron orden de consignar ingresos a nombre de testaferros para ocultar su origen y evitar superar el máximo legal.

Y esto, para las otras derechas, no es una amenaza para la España constitucional ni para nuestro modelo de sociedad. Así que, como de momento Vox no tienen la más mínima posibilidad de gobernar, el peligro no es Abascal, sino quien lo ha convertido en aliado político, en unos casos haciéndose valer de sus votos para gobernar y en otros para ir en coalición electoral. En democracia tan responsable es el que hace como el que calla. Y el PP y Ciudadanos están dispuestos a silenciar los disparatados mensajes de Vox para evitar que se sigan fugando votos por el flanco derecho y para que no parezca tan ignominioso un posible acuerdo final tras el 28-A. Solo consiguen hacer más grande a quien, de momento, no lo es y ocultar su verdadera intención, que no es otra más que amar mucho a España y llevarla siempre en el corazón, pero dinamitar la Constitución y destruir un modelo de sociedad. De esto también tendrá que ir la próxima campaña. Que se retraten.