La crisis energética, la guerra de Ucrania, la escasez del gas, de los chips, las grandes necesidades de baterías... todo parece conjurarse para hacernos más y más evidente que vivimos en un mundo finito en el que las materias primas se acabarán y se acabarán pronto. Día sí, día también, vemos en los medios una serie de economistas y tecnólogos que nos advierten de esta escasez envueltos en cifras concretas. El litio, imprescindible para la fabricación de las baterías para los coches eléctricos, se acabará antes del 2040; las reservas de uranio no durarán ni 200 años; el petróleo, en 2030, dicen algunos; el diésel mucho antes... Ante este panorama, no queda más remedio que un cambio radical en nuestro estilo de vida, será el fin del capitalismo, el fin del crecimiento "exponencial", y tenemos que apostar por un decrecimiento, dicen. Sin embargo, ¿es plausible todo eso? ¿No hay otra solución?

De hecho, todos estos augurios no son nuevos. El petróleo se tenía que acabar pronto, pero los altos precios resucitaron el fracking, desarrollado en los años treinta, que se aceleró en los setenta con la intención de reducir la dependencia americana de petróleo importado, haciendo de los Estados Unidos el primer productor de gas y petróleo del mundo en torno al 2018.

El problema detrás de todo esto es un hecho muy humano: la extrapolación al futuro del presente con la tecnología y los problemas actuales. ¡Viene de lejos! A principios del siglo XX, el coche de motor reemplazó al coche de caballos con el argumento de que era más limpio y más ecológico, de hecho, en ciudades como Londres y Nueva York ya había más caballos que coches y la caca de caballo llenaba sus calles. En aquel momento ya se hablaba de un futuro insostenible, ¡hasta que llegó el coche de motor!

Por cierto, los primeros eran eléctricos y la Electric Vehicle Company, que en 1899 era la mayor empresa de automoción de los EE.UU., ya soñaba con un sistema de "taxis eléctricos" que transportaría a los viajeros por todas partes. Un sueño que quizás algún día veremos hecho realidad, sin conductor, en todo caso.

Estos augurios fatalistas no se hacen realidad por tres razones. En primer lugar, porque se encuentran nuevas maneras de obtener las materias primas. Este es el caso del fracking para el petróleo y el gas o del litio obtenido como subproducto en plantas geotermales. O bien materiales sustitutivos que proporcionan un mejor rendimiento, como los nuevos desarrollos en baterías, como las de litio-metal. O bien incrementos de rendimiento como los que hemos visto y estamos viendo en la agricultura.

El problema detrás de los augurios del fin de las materias primas es un hecho muy humano: la extrapolación al futuro del presente con la tecnología y los problemas actuales

La segunda razón son los cambios demográficos, Malthus en 1798 en An essay on the principle of population preveía que el crecimiento de la población sería tan superior a la producción de alimentos que nos traería inexorablemente hambre y miseria. De hecho, sin embargo, a medida que crece el bienestar y la sanidad, decrece la natalidad ―China incluida―, porque las familias intentan asegurar el mejor futuro posible a sus hijos en un entorno muy competitivo, mientras los rendimientos agrícolas cambian radicalmente.

La tercera razón es, sin embargo, menos conocida y tiene que ver con cambios en el diseño de los mercados y los modelos de negocio. Es algo que está ya aquí, pero que justo ahora empieza; ahora bien, con unas implicaciones importantes para nuestro futuro.

Si miramos a nuestro alrededor, ya no tenemos ni CDs ni vinilos (bueno, algunos sí). ¿Hemos dejado de escuchar música? No, Spotify o Apple los sustituyen y disfrutamos de toda la música del mundo. Si tenéis una suscripción de Kindle, os pasará algo parecido con los libros.

Es la economía del sharing, pero observemos las implicaciones cuando se extrapola a otros ámbitos. De hecho, uno de los grandes culpables de la escasez de litio, cadmio y lo que se denominan tierras raras son los smartphones. Ahora ya hace un cierto tiempo que se habla que Apple podría cambiar su modelo de negocio a sharing. Es decir, en vez de comprar un iPhone o un Mac, lo alquilarías, como haces en Spotify. ¿Cuáles serían las implicaciones de este nuevo modelo de negocio?

En primer lugar, la empresa, Apple en este ejemplo, tendría asegurados unos ingresos continuados y estables; parece que eso podría interesarle. Los clientes podrían cambiar a un modelo más o menos potente según las necesidades, ¡claro! Eso también les podría interesar. ¿Pero qué pasaría con los componentes? Es evidente que Apple en este ejemplo tendría unos grandes incentivos para reciclar los componentes de los aparatos y reaprovecharlos. Dado que el avance tecnológico permite que sea necesaria menos energía a medida que los procesadores se hacen más modernos, ¡quizás incluso sobrarían baterías!

Un ámbito parecido con fuertes implicaciones para la sostenibilidad es la movilidad. Imaginemos por un momento que lo que está pasando en Phoenix y San Francisco, donde Waymo ya tiene funcionando taxis autoconducidos sin conductor de seguridad, y en otras ciudades, se convierta en la nueva "normalidad".

¿Harán falta tantos y tantos coches y otros vehículos? ¡Segurísimo que no! Con una fracción de los que tenemos en circulación habrá de sobras. ¿Habrá interés por parte de las empresas de reciclar al máximo los vehículos viejos? ¡Sin duda! ¿Estarán los ciudadanos contentos? Si la oferta en variedad y precio supera a la anterior, ¡claro!, como lo están con Spotify.

Si todo eso se convierte en realidad, ¿habrá cambiado la economía de mercado? ¡No! Simplemente habrán cambiado los modos de producción, distribución y consumo; cosa que, por cierto, pasa desde hace siglos.

De hecho, el sueño de la Electric Vehicle Company de 1899, se habrá hecho realidad. ¡Imaginar el futuro es muchas veces la mejor manera de predecirlo!