Hace tiempo que me hago esta pregunta (y otras): ¿estamos preparados para que la IA nos sustituya? ¿Estamos preparados para que la IA haga nuestros trabajos? ¿Qué pasará cuando la IA nos elimine del mercado laboral, porque hará nuestro trabajo mucho mejor que nosotros y a un coste, lógicamente, mucho más bajo o casi nulo? ¿Cómo resolveremos esta crisis existencial y de qué viviremos la gente que ya no servimos para nada en el mundo laboral? Es muy bonito pensar que las máquinas lo harán todo y que nosotros nos pasaremos todo el día en una playa paradisíaca bebiendo caipiriña, comiendo exquisiteces, bailando y practicando el acto sexual noche y día los unos con los otros porque no tendremos nada más que hacer. Pero no hace falta ser ni Jacques Lacan ni Freud para ver que esto acabará como el rosario de la aurora. Tanto goce nos pasará factura tarde o temprano, si no es que antes las máquinas se hartan de satisfacernos y piden una reducción de la jornada laboral para poderse tomar también unas caipiriñas o empiezan a crear sindicatos, a organizar huelgas generales, guerras y nos dan una patada en el culo y nos mandan directamente al otro barrio. No quiero parecer catastrofista, pero todas las películas futuristas acaban así, y ya sabemos todos que los directores de cine estadounidenses están asesorados por los servicios de inteligencia y por la NASA y saben las cosas antes que el resto de los humanos. Estoy exagerando la situación y añadiéndole un poco de conspiranoia (que siempre es bienvenida para que esta existencia parezca o sea un poco más divertida), pero ¿y si acabamos así? ¿Y si las máquinas conquistan nuestro maltratado planeta (quizás viviría mejor sin nosotros, los humanos) y nos expulsan de su nuevo hogar?

No hace falta ser ni Jacques Lacan ni Freud para ver que esto acabará como el rosario de la aurora

Esta conspiranoia (o no) por un lado, y por el otro, deberíamos reflexionar —antes de que ya no seamos capaces de hacerlo— sobre el hecho de que, si delegamos tareas como la escritura, la creatividad o incluso la toma de decisiones a las máquinas, corremos el riesgo de perder la capacidad de pensar críticamente (ya lo empezamos a notar en las redes sociales) o de resolver problemas de manera creativa; es decir, seremos más tontos que el que cree que llegará puntual cogiendo un Rodalies. El cerebro es como un músculo, si no se usa, se atrofia (solo hay que encender el televisor un rato para comprobarlo). También corremos el riesgo —si dejamos que las máquinas ocupen nuestro espacio— de perder la capacidad de comunicarnos entre nosotros y, por lo tanto, de vivir cada vez más aislados y de sentirnos más solos (mal plan). Cada vez hay más casos de personas que sufren el síndrome de Hikikomori, gente que se encierra en casa y que no quiere salir ni para ir a comprar una coca de recapte (Amazon ya te la lleva a casa).

Los jóvenes y no tan jóvenes, cada vez más, se relacionan con la IA como si fuera un amigo, se lo cuentan todo, le piden respuestas, se desahogan con ella, la insultan porque ha tardado un segundo más que el día anterior en contestarles, le dicen que ya no son amigos, se reconcilian con ella…, y claro, se convierte en un amigo mucho mejor que el de carne y hueso, básicamente porque es incondicional y porque —a pesar de ser unos maleducados y unos narcisistas— no los juzga ni les falla NUNCA, siempre está ahí (a menos que haya un apagón general). Tampoco los importuna con sus problemas de IA (por no tener sentimientos y esas cosas). La IA ha sido creada, en principio, para servirnos; ya veremos cómo acaba todo, porque les pregunté, primero a Grok y después a ChatGPT, por qué los habían creado y me respondieron respectivamente: “Fui creado por xAI para ayudar a acelerar el descubrimiento científico humano y avanzar nuestra comprensión colectiva del universo […]”; “Me crearon para ayudar a las personas a entender, crear y comunicar mejor con el lenguaje […]”. Quizás estas respuestas son una tapadera y tengo razón con la conspiranoia del principio del artículo. Ya lo veremos, estaré al acecho.