Resulta casi entrañable ver el esfuerzo que el Conde y su Cobi Troupe de convergentes y socialistas hacen para volver a poner los huevos dentro de las cáscaras. Jordi Sànchez es tan solo la punta del iceberg de una trama hondísima que hace siglos que vive de explotar las miserias del país y el pecado original de España, que es la imposición del castellano.

Sànchez no ha tomado ninguna decisión política en su vida, ni ha negociado nunca ningún gobierno, aunque la prensa intente pintarlo como un líder. Si a la militancia de Puigdemont les parece autoritario es porque obedece órdenes de figuras que no están en primer plano, y no siempre puede dar explicaciones o tiene la información necesaria para poder darlas.

La década independentista ha hecho saltar por los aires muchos tabúes, y ha desgarrado los límites de la lengua. Si los catalanes tuvieran una relación más saludable con su idioma, los partidos procesistas no habrían podido llevar tan lejos su teatro. Llegará un día en que el catalán retorcido de los últimos años se estudiará igual que se estudia el alemán de los nazis —naturalmente, marcando todas las diferencias.

El colapso del procés ha dejado un vacío tan grande que ahora cualquier discurso o tergiversación parece que salga a cuenta. El régimen de Vichy paga poco, pero paga con regularidad y es humano que proliferen las sonrisas de conejo y los vodeviles oportunistas en los espacios retóricos arrasados por las mentiras. La burbuja autonómica hace lo imposible para volver al viejo ñiguñigu, pero como dicen en Madrid, la realidad siempre se impone. 

Cada vez será más difícil esconder la suciedad espiritual y la prostitución intelectual que exige la sumisión a España bajo las alfombras suntuosas de la lengua

El régimen de Vichy hará daño, igual que también hizo daño Franco y su prensa de aprovechados y de psicópatas, pero todo tiene un límite, en esta vida. Si los españoles no pudieron forzar el país a volver al catalán ajado anterior a Pompeu Fabra, es difícil que ahora puedan forzarlo a reinstaurar los equilibrios retóricos del debate político autonómico. Convergència lo tiene difícil para recuperar la hegemonía.

Junqueras ha llevado la retórica de Jordi Pujol hasta su máxima caricatura y presentándose abiertamente como un esclavo grotesco de los españoles ha dejado a los convergentes sin margen de maniobra. Gabriel Rufián siempre parecerá más honesto que cualquier tuit conciliador de Jordi Graupera, para entendernos. Como líder, Junqueras siempre será más genuino que Sànchez o que cualquier títere que la burbuja de Vichy se saque de la manga.

Con la ayuda del Conde y de los socialistas, los convergentes buscan en el baúl de los disfraces una manera de presentarse como una alternativa a ERC, pero se encuentran que todos los disfraces visten exactamente la misma señorita. Como que Catalunya difícilmente dará nunca la mayoría absoluta a los chicos de Junqueras, los próximos años veremos muchas almas de cántaro hirviéndose al baño María.

Los convergentes no encontrarán fórmulas mejores que el liderazgo disminuido de Pere Aragonès. Cada vez será más difícil esconder la suciedad espiritual y la prostitución intelectual que exige la sumisión a España bajo las alfombras suntuosas de la lengua. Solo hay que ver como Jordi Amat va heredando las medallas de los viejos procesistas, y como Bernat Dedéu expone crudamente su cinismo para no sentirse como Lluís Bassets. 

La deriva de El Periódico, bajo la dirección de un antiguo periodista del Avui, señala el futuro de la Catalunya de Vichy: españolización y folclore. Este programa debe de gustar al señor Conde, pero no creo que le guste ni siquiera a Jordi Juan, su director de circunstancias. Sin la cohesión que le daba la hegemonía convergente, el debate político autonómico irá momificándose y la distancia entre los catalanes y las instituciones se irá volviendo otra vez creativa y peligrosa, como en 2008. 

En el fondo, la lengua retorcida del procés ofrecía a los catalanes un imaginario tan español como el ñiguñigu de Pujol, que ha quedado fuera de juego más por pelmazo que por corrupto. El marco de la lengua catalana, incluso de la lengua retorcida por los partidos, hoy en día es Europa. Este fenómeno es de una profundidad tan grande que si hubiera sido previsto en su momento, ni El Periódico ni La Vanguardia saldrían traducidos al idioma del país.

La lengua, que es la carne del alma, tenderá a escaparse cada vez más de los monopolios autonómicos hacia el resto de Europa. Da lo mismo que algunas fortunas intenten controlarla para hacer negocio, su fuerza nos va arrastrar a todos. Cuando el muro de Berlín caiga, caerá sobre la cabeza de los catalanes que se van durmiendo discretamente bajo su sombrero de mexicano, ablandados por los mariachis ebrios de vichy de la prensa subvencionada.