Quizás arrastrado por la nostalgia de las Navidades, he vuelto a hojear Reappraisals, un libro de Tony Judt sobre la Europa del siglo XX, que dedica una docena de ensayos a intelectuales y escritores de la posguerra. Lo leí ahora hace 10 años en la casa de mi bisabuelos del Masnou, cuando muchas cosas que han pasado ya se veían venir, pero otras parecía que se podrían evitar o incluso mejorar para siempre. 

La reforma de la casa había costado un ojo de la cara pero había quedado realmente bonita. Mi madre consiguió que el pasado y el futuro se encontraran con una naturalidad y una gracia que pronto volverá a ser un exotismo en este país. Fue leyendo el libro de Judt que comprendí del todo el alcance del esfuerzo que mis padres habían hecho para pagar las obras, cuando todo el mundo les recomendaba que se compraran un chalet nuevo en Camprodon.

Aquel libro cambió la idea que tenía del sentido de pertenencia, de las fronteras de mi país e incluso de mi papel en el mundo. Recuerdo el sol pálido de otoño que me erizaba la nuca mientras descubría los pilares del universo que daban voz a los muebles, a las baldosas, a los instrumentos de navegación marina del siglo XIX que mis padres se habían esforzado en conservar e integrar a la nueva decoración.

A pesar de que entonces no leía bien inglés, me quedé enganchado al libro mientras mis padres recogían las últimas hojas muertas del verano y, con más humor que esperanza, me llamaban desde puntos remotos de la casa para que les echara una mano. Supongo que he vuelto al libro para estar seguro de que la memoria no me engaña, y de que 50 páginas muy bien escritas pueden producir un impacto imborrable cuando tocan temas esenciales.

Del libro de Judt saqué la conclusión de que Catalunya no será libre hasta que no deje de mirarse en los espejos oscuros y retóricos que el siglo XX ha dejado esparcidos por el Principat. Me divertí, no lo negaré, viendo como Judt ponía el historiador Eric Hobsbawm en el cajón de los intelectuales que contribuyeron a socializar las taras de su época por una mezcla de pedantería y de carencia de sensibilidad. 

Pero las páginas que me marcaron son las que Judt dedica a interpretar la vida y la obra de Primo Levi y de Albert Camus. A través de la herencia piamontesa de Levi y de la madre menorquina de Camus, Judt explica como a los dos les acabó salvando la intuición de un pasado moribundo, que apenas habían vivido, pero que les protegía de las absurdidades de su época, desde las profundidades de la historia. 

Judt me ayudó a entender que la fidelidad a tus orígenes te limita, pero a la vez te humaniza porque te obliga a relacionarte con el presente de una manera inteligente y creativa, sin dejarte arrastrar por las modas del momento. Judt no le hacía falta hablar de Catalunya para que yo pudiera identificar las fronteras de mi mundo en la concepción del arte y del individuo que su ensayo atribuía a Camus y a Levi.

En el Levi que se lamentaba de no haber sabido plasmar en su prosa la vivacidad del piamontés o en el Camus obsesionado por el silencio de su madre menorquina, vi la Catalunya enterrada por los Borbones y por el franquismo. Levi y Camus me hicieron pensar en Joan Miró, Salvador Dalí, Josep Pla, Pere Calders, en todo el abanico de artistas del país que sortearon de una manera u otra la opresión española. 

Me pareció que el libro de Judt ofrecía en Catalunya una alternativa a la decadencia de la vida europea que le era natural, sobre todo a través de la lectura de estas dos figuras tan centrales y al mismo tiempo tan periféricas. Una década después, las posibilidades de volver a emerger en los debates del continente con una voz rica y genuina, que vaya más allá del Principat, no se han desvanecido, pero nadie parece interesado a aprovecharlas.

La carencia de una historia grandiosa, próxima o inmediata, da de manera casi espontánea a los catalanes una perspectiva libre y fresca, casi artística, sobre la realidad. Pero preferimos continuar empobreciendo la memoria y el carácter del país para poder ofrecer al mundo una mala copia de los estándares españoles y europeos. No fuera caso que de tanto mirarnos el ombligo llegara un día que lo tuviéramos todo pagado.