Los padres de Canet de Mar que han llevado la escuela catalana a los tribunales españoles me han hecho pensar en un libro de Stella Ghervas que acaba de aparecer. Ghervas es una historiadora rumana, nacida en territorio soviético, que estudió en la Universidad de Leningrado y que ahora da clases en Harvard y en Newcastle. El libro se titula Conquering Peace y analiza el proceso de pacificación interna que Europa ha ido viviendo, con grandes catástrofes, en los últimos siglos.

Quizás porque ya se las conoce todas, y porque ha hecho vida en Suiza, Ghervas plantea la historia del continente como una serie de victorias truculentas e imperfectas contra las pulsiones imperialistas de sus grandes potencias. La semilla de la Europa de hoy sería la Guerra de Sucesión, que impidió que Luis XIV uniera las coronas de Francia y de España bajo una sola monarquía absolutista. Ghervas busca los orígenes de la Unión Europea en la paz de Utrecht, y recuerda que todos los intentos que el continente ha hecho de centralizar el poder, para uniformizarlo desde arriba, han acabado como el rosario de la aurora.

El libro me ha recordado a los padres de la escuela de Canet porque explica muy bien la diferencia que hay entre las instituciones políticas de cada momento, como por ejemplo el régimen de Franco, y las corrientes de fondo que han marcado la historia europea. Como dice Ghervas, cada vez que las instituciones que han intentado garantizar la paz en el continente han confundido la convivencia con el imperialismo, han sido derribadas y sustituidas por unas nuevas. La tesis es comprobable y no tiene nada de original, pero el ruido de la propaganda la podría hacer parecer contraintuitiva.

Como dice Ghervas, sería un error reducir el futuro de Europa a la Unión Europea, o confundir el nivel de integración de los ciudadanos del continente con los intereses de Bruselas. Europa se asemeja cada día más a una nación, pero sus élites viven más cerca de los intereses de la guerra fría que de los problemas y las inquietudes de los jóvenes que suben. Aunque los padres de la escuela de Canet sean una reminiscencia que da vértigo, el conflicto que plantean es inevitable, después de la birria que los partidos del Parlament hicieron con el procés.

Los padres del colegio de Canet tienen todo el derecho a defender las ideas que quieran, pero si usan los tribunales españoles, que solo hablan castellano, para imponer sus criterios, los catalanes tenemos todo el derecho a tratarlos de extranjeros

La Europa oficial se debate entre congelar la historia y intentar dar marcha atrás, pero el tiempo siempre quiere ir hacia adelante. En este sentido, no es ninguna novedad que una justicia que desprecia el catalán desde hace siglos se crea con el derecho de decir cómo se tiene que escolarizar a los niños en Catalunya. Tampoco es ninguna novedad que una pareja de españoles utilice los privilegios heredados de los antiguos derechos de conquista para imponer un modelo educativo que nunca ha tenido fuerza para cambiar en las urnas.

La novedad es que La Vanguardia haya caído hasta los 17.000 ejemplares, a pesar del apoyo que recibe de la monarquía. La novedad es que el PSOE necesite reformar la Constitución para quedar bien con Europa, y que los sicarios de Vichy le tengan que recordar, junto con el PP, que el plebiscito se puede convertir en un referéndum de independencia. La novedad es que Pablo Casado invite a Anne Applebaum para desmarcar España de Polonia, y después la deje en evidencia haciendo manitas con la ultraderecha.

La propaganda española habla como si ya hubiera ganado otra guerra, pero no estamos en 1940, ni la Europa de Macron es la Europa de Luis XIV o de Napoleón. Solo hay que ver los mítines de Zemmour para entender que Europa volverá a saltar por los aires otra vez por razones identitarias. El matiz que no comprende el viejo tertuliano francés es que esta vez la identidad no irá vinculada al imperialismo, como en tiempos de Hitler y de Franco, sino a la libertad y a democracia, como en tiempos de Lutero o de las revoluciones burguesas.

Los padres del colegio de Canet tienen todo el derecho a defender las ideas que quieran, pero si usan los tribunales españoles, que solo hablan castellano, para imponer sus criterios, los catalanes tenemos todo el derecho a tratarlos de extranjeros. Y esta vez disponemos de internet, de tribunales belgas, de bancos holandeses y de universidades americanas para defendernos de la ocupación española y su mafia. El catalán ya no es tan solo la medida de la paz en España, también empieza a ser la medida de la paz en Europa.

Al ejército de Castilla le queda mucho menos margen para asustar a la población, para esparcir la propaganda y para reprimir a los disidentes. Por eso La Vanguardia y El Periódico hacen aguas y por eso Salvador Sostres gasta todo su talento peloteando a Madrid y solo le quedan bien los artículos de ballenas cautivas y medio muertas.