En noviembre pasado, después de la derrota del gobierno de Junts pel Sí, empecé a escribir un dietario. Ahora que estamos en los días fuertes del verano, quizás los lectores encontrarán tiempo y espacio mental para meditar sobre el carnaval que tenemos en marcha. He dividido cada entrada en dos partes iguales y aquí va la primera entrega de la serie.


I

Roger Mallola coge una servilleta y, después de palparse los bolsillos, se levanta a pedir un bolígrafo a la barra. Me quiere hacer uno de sus dibujitos de ingeniero. Hace días que los camareros nos miran con una mezcla de solidaridad y compasión. 

Cuando la independencia parecía inminente, llegábamos al Velódromo como unos héroes, sólo faltaba que los clientes nos aplaudieran. Ahora que la euforia se ha desvanecido, los camareros nos dispensan un trato enternecedor, como si se nos hubiera muerto algún familiar que conocieran. 

El otro día, un camarero bajito y redondito, que habla un castellano arisco y mesetario, me preguntó mientras pagaba el bocadillo: 

―¿Qué coño pasó?

―Pues que el bicho pulsó todos los botones. Pulsó el botón de la independencia, el botón de las elecciones autonómicas y también, por si acaso, el botón de la autodestrucción. 

―O sea, que se han cagao ―me dijo con esta crudeza que los castellanos gastan cuando hablan del poder―. En PDeCAT solo hay hijos de papá. No han tenido que luchar nunca por nada.

Roger termina el dibujo y me dice: “Mira”. Le contaba que quiero dejar de escribir en el periódico hasta después de las elecciones. No veo que pueda aportar nada al debate político. “También le he dicho a J. que lo dejáramos. Estoy saturado de equilibrios y teatros" ―he añadido soplando de angustia―.

Cuando publiqué Un estiu a les trinxeres alguien le dijo a Marisol, que entonces ya estaba en Madrid, que no entendía por qué mezclo la política con las cosas personales. No sé cómo podría explicar los problemas del país ―que son tan pequeños y de base― sin usar mi vida.

La estructura nacional es débil, la vida catalana ni siquiera aguanta una novela seria. Si no usara mis problemas para humanizar el discurso, tendría que escribir ficciones rurales o sucedáneos feministas. Las novelas sólo funcionan en culturas donde las obviedades se pueden dar por descontadas ―excepto si eres James Joyce o Mercè Rodoreda, o vives una guerra como Joan Sales―.

En los países consolidados la anécdota tiene una relación más fácil con la categoría. Las decisiones de los consejos de ministros se forjan en los dormitorios y en los círculos íntimos de la gente que manda. En Catalunya la política está muy lejos del poder, depende de las angustias y las obsesiones del panadero, del farmacéutico, del mecánico y de los escritores que sufren por el dinero. Así se escribió La calle estrecha y así se llegó al referéndum. 

En la servilleta, Roger ha dibujado un rectángulo visto en escorzo y una línea vertical que lo atraviesa por el medio. El rectángulo representa el plano de la Razón, que es el espacio donde descansan los conceptos abstractos que usamos para explicar el mundo desproveídos de prejuicios y de experiencias traumáticas. Este plano ―me dice― es el que todas las formas de poder pugnan para conquistar, porque representa la neutralidad más pura.

La línea vertical representa el eje emocional. Aunque cueste de reconocer, las emociones orientan la lógica de los conceptos que usamos para explicarnos. Estos conceptos, igual que el mar de fondo emocional que los orienta, vienen determinados por la experiencia individual y colectiva. Toda acción parte de una emoción, que se racionaliza para poder darle un sentido capaz de capturar su fuerza.

A pesar de que parezca obvio, la emoción puede ser negativa o puede ser positiva, me dice Roger muy concentrado, mientras añade un signo de sumar en la parte de arriba y un signo de restar en la parte de debajo. Es importante saber qué emociones mueven la lógica de tu pensamiento. Es importante saber si son emociones negativas o positivas. 

Esto no depende de si la retórica que usas se presenta con un barniz positivo o negativo, científico o subjetivo, esto depende de si coges los problemas desde arriba o desde bajo. 

tovallo enric vila

―Quieres decir que cuando Inés Arrimadas dice que es catalana no lo dice movida por el amor, ¿verdad?

―Exacto. Y que la revolución de las sonrisas ha fracasado porque intentaba esconder un discurso plagado de miedos. Ya lo hemos hablado muchas veces.

La eficiencia pide un entusiasmo genuino. El hombre negativo trae en cada una de sus acciones el germen de la destrucción, aunque sonría o se haga pasar por escéptico. Por eso Catalunya y España se colapsan de forma periódica. Fingir un poco es necesario, pero fingir demasiado destruye el pensamiento y, a la larga, destruye la vida.

―O sea, cuanto más profunda es la libertad que tienes que defender, más resistencia tienes que ser capaz de oponer a la desmoralización y a las emociones negativas.

―Eso es. Mantenerte en la zona alta del eje emocional de una manera genuina, es decir no quijotesca o banalizadora, pide fuerza y creatividad. ¿No te has dado cuenta de que cuando lloras el pensamiento se eleva?

―Yo no lloro. 

―Ya me entiendes. Cuando lloras, el pensamiento se eleva porque el llanto nace del dolor que te produce romper las relaciones emocionales negativas que, por las razones que sea, has establecido con algunos conceptos.

―¿Me estás diciendo que llore?

―Te estoy diciendo que eres humano, y que estás cansado. ¿No tenías ganas de escribir sobre guitarristas y vaginas? ¿Por qué no te vas unos días?

Tiene razón. Es mejor apartarse de las situaciones que no te permiten dar lo mejor de ti mismo. Esta idea vale tanto para la vida personal como para la vida colectiva. Tiene gracia porque lo escribí en El nostre heroi y ahora veo que Josep Pla lo explica en un libro inédito que dejó en un cajón por miedo a la censura. 

Curiosamente, se publica ahora, coincidiendo con la fuga ridícula de Puigdemont, casi cuarenta años después de la muerte del escritor. Lleva un título folclórico, que parece pensado por Valentí Puig: Fer-se totes les il·lusions possibles.

“No he hablado nunca de política ―escribe Pla―. Es decir: no hablando de política he hecho oposición constantemente. En los tiempos que he vivido no se podía hacer nada más. No he sido nunca un héroe ―que quede muy claro―. Pero qué pena.” 

Retirarse cuando no hay posibilidad de arreglar nada es la mejor política posible. Hay que mantener una base de optimismo a resguardo de los contratiempos. La política se puede hacer desde todo por todas partes, porque todo es política. 

Esto mismo le he dicho a una lectora que me escribe sorprendida porque en los vídeos de Instagram los ojos me sonríen: “Por eso los cuelgo”, le he dicho, “para hacerte dudar de la propaganda de los partidos”. No sé si me ha entendido, pero en un país frustrado, la obsesión por estar contento a cualquier precio, por no aparecer como un derrotado, va de miedo para obligar a todo el mundo a fingir una falsa satisfacción, reducir la experiencia de las cosas y al final convertir la gente en corderos.

Es imposible ganar si no sabes perder, ni puedes estar realmente contento si tienes demasiado miedo de que te hagan daño. Me esperaré a hablar de vaginas y de guitarristas. Todavía tengo margen para abrir libretas y divertirme reescribiendo frases como esta: “Hasta que los herederos de Convergència no entiendan que nada de lo que tenían era suyo, sino que era de los españoles, el país no irá bien.” (Enero de 2016)

O como esta (marzo de 2015): “Aquí todo el mundo asegura que estamos en guerra, pero enseguida que aflora un elemento bélico todo el mundo despista o se pone la vena antes de la herida”.

O esta otra (septiembre de 2015): “Los articulistas jóvenes de Madrid escriben como si fueran viejos, mientras que los articulistas viejos de Barcelona escriben como si fueran jóvenes. Unos cobran para destruir el futuro y los otros cobran para destruir el pasado. Así España puede ir viviendo en el eterno presente continuo de las monarquías absolutas.”

El mapa de Roger sobre las emociones me ha hecho pensar en el papel que he intentado jugar como escritor. Me parece que he escrito para no tener que asumir como mías interpretaciones del mundo y del país que me parecían destructivas...

(Mañana continúa)