Cuando escuché Jump por primera vez llevaba el pelo largo y un walkman negro de la Sony metido en la mochila del colegio. A pesar de que tenía una sensibilidad primaria, educada por la Coca-Cola, no sabía ni una pizca de inglés. Escuchar Jump por la calle o poner la canción en las fiestas fue la primera gamberrada realmente sincera que hice en mi vida. No fumada ni bebía vodka para impresionar a las chicas, sino, más bien, para no parecer aburrido a mis amigos.

De la canción me gustaba el ritmo, el azucaramiento de la armonía, la magia de la guitarra y la manera tan particular y estrafalaria de cantarla que tiene David Lee Roth. Nunca me hizo falta entender qué decía la letra. Me bastaba con captar el tono de la conversación, igual que hacen los perros con los hombres. Cuando Roth dice aquello de "might as well Jump", yo cantaba "Maxwell Jump" con todo el entusiasmo, porque era la marca de la cinta de casete donde grabé la canción por primera vez, en un trastito de dos platinas.

El vídeo de la MTV presentaba a Roth saltando y bailando con unos maillots de colorines. Eddie Van Halen tocaba la guitarra roja que lo hizo famoso, con las rayas de la Commonwealth australiana. No sabía que la canción enseñaba con una gracia tan expeditiva cuál es la mejor manera de ligar con las chicas que te hacen tilín en el bar. A ligar, me enseñó Jordi Graupera, una noche en el Mediterráneo, cuando todavía no se había marchado a Nueva York a hacerse un hombre, ni estaba preparado para ser alcalde de la ciudad.

De todo hace ya unos cuantos años y, entre medio, han pasado un montón de cosas. La primera vez que escuché Jump ni siquiera tocaba la guitarra eléctrica. Durante el tiempo que pasé estudiando los cursos del Taller de Músics los grupos que me habían gustado se me hicieron difíciles de escuchar. Algunos acabaron volviendo; la mayoría quedaron descoloridos o enterrados por siempre jamás. Jump, con su solo quijotesco, de dibujos animados, y su órgano de iglesia saturado de compresión, ha sido una golosina recurrente.

La canción ha sabido irrumpir de manera inesperada en todos los momentos importantes de mi vida. Como pasa con algunos platos y, sobre todo, como pasa con muchísimos postres, Jump es una canción que te desvela el entusiasmo y la memoria pero que también te empalaga, si abusas de ella. Yo diría que, si vuelve una y otra vez con tanto éxito, es porque consigue conectarme con una idea de la libertad y del humor que he encontrado poco a mi alrededor y que me ha costado practicar, a pesar de llevarla dentro.

Falto de nada más serio y vertebrado, yo he aprendido a querer Catalunya con el sentido del cachondeo atlético y sarcástico con que Roth y Eddie Van Halen admiraban California. Ahora que preparo una web nueva algunos amigos critican que haga el indio en las fotografías. Es posible que, en algún rincón de mi alma, lleve a una vedette, incluso una putita tan viciosa y tan ingenua como aquellas jovencitas destruidas por el champán y por la absenta que Ramon Casas pintaba con la ternura puritana y sibilina del mejor Eixample.

Soy consciente de que ya empiezo a tener una edad. Pero qué ha sido mi vida, y seguramente la de todo el mundo, si no una lucha por saltar en el último instante de todos los barcos agujereados por las tormentas. Tenemos los recursos que tenemos y se tienen que aprovechar y llevar hasta el límite para probar sus esencias. Seguramente llegará un tiempo para ser convencional, cuando la convención se parezca más a mí y pueda llevar corbata y jugar dentro de los límites sin perder nada importante. Espero no acabar pareciendo un crupier de casino como el pobre Roth en su retorno con Van Halen, aunque tampoco me sabría demasiado mal.

No hay nada que cueste más, porque nunca sale gratis, como tratar de dar forma a una emoción genuina, sobre todo en este país selvático, de manzanas podridas y de referentes carcomidos. En pocas cosas soy tan remirado como a la hora de escoger qué me tomo seriamente y más de una vez eso ha hecho que mis intenciones no se leyeran demasiado bien. Por eso me fascina que ahora vengas tú con tu bicicleta y tu danza del tiburón a devolverme esta pieza de museo que tanto quiero y que, como otras veces, ya la creía muerta.

Ya lo ves, darling: cuando me levanto no hay nada que se me pueda abatir.  You got to roll with the punches and get what’s real. Y si quieres también podría hacer unos cuantos saltitos, aunque empiezo a tener una edad y, puestos a ser sincero, nunca he conseguido levantar la pierna tan arriba y recta como el genio de David Lee Roth.