Es normal que la mayoría de independentistas aprovecharan la última Diada para lanzar toda su frustración a la barriga de Esquerra. Ayudó un discurso institucional en que la máxima instancia del país se disfrazó de Artur Mas para viajar al pasado y recordarnos que "Catalunya será aquello que la ciudadanía decida" y en el que los asesores del president le recomendaron repetir a gritos que volveríamos a votar para hacerse más creíble (a pesar de contar con una espléndida asesora de moda, el Molt Honorable todavía escasea de pantalones y sus advisors televisivos consiguieron algo tan difícil como que el Foro Romano de Empúries pareciera un fondo de pantalla de periodista deportivo). También ayudó la salmodia macarra de la cara más visible de ERC, Marta Vilalta, que aprovechó la ofrenda en el Fossar para enfrentarse a los ciudadanos que la enmendaban, al más puro estilo Arrimadas.

Todo eso es comprensible, insisto, y es el resultado lógico del ansia de los republicanos por zamparse las migajas del mundo convergente. Pero lo más importante de este último 11-S no fue ni el clima de división política ni la buena asistencia a la manifa (conscientes de la inutilidad manifiesta de las últimas y masivas convocatorias, cualquier persona sensata prefiere quedarse en casa que salir a pasear entre una angustiante multitud), sino la última ocurrencia de Convergència para aprovecharse del resentimiento contra Esquerra. Hablo de la lista cívica, la enésima engañifa de la ANC y su presidenta masista para recoger a los desengañados del procés en un nuevo cuento de intenciones aparentemente osado pero de orígenes funestos. Como pasó con Junts pel Sí y la famosa hoja de ruta de los 18 meses, este es, simplemente, un nuevo artefacto para mantener la llama y no hacer nada.

Una de las pocas buenas noticias de la política catalana en la última década es que a la mayoría de independentistas ya no les harán pasar las tomaduras de pelo como muestras de astucia ni una lista trufada con hombres y mujeres independientes de prestigio para blanquear la Convergència de siempre. La historia se repite hasta que el hombre decide poner un punto de ruptura. Ayer mismo sabíamos, para corroborar todo lo que os digo, que la ANC propuso a Aragonès hacer efectiva la DUI la segunda mitad de 2023. Esta idea de bombero no es solo un brindis al sol, ideada para que el Molt Honorable se niegue y así acusarlo de tibiez; es la vetusta táctica del trilero que quiere posponer cualquier crítica efectiva al Govern y a los partidos indepes (no hay que ser un genio para ver cómo la fecha supera las elecciones municipales, con lo cual ayudaría a la esquerrovergencia a mantener concejales y a seguir mamando de la teta).

Por fortuna, el paso del tiempo provoca que todos estos trucos sean cada vez más horteras y que la masa independentista vaya certificando la incapacidad supina de sus representantes para prometer cualquier cosa que no sea mentira. De la misma manera que la lista cívica es una repetición del chute adelante del masismo con Junts pel Sou, la idea de Marta Rovira y del mismo Aragonès según la cual se puede mejorar la vida de los ciudadanos y luchar por la independencia en el marco de la autonomía se ha demostrado ilusoria. Lo certifica una clase política que, desde 2006, solo ha luchado egoístamente por su supervivencia y unos iluminados como Rovira, que todavía tiene los santos ovarios de aleccionarnos sobre la mejor forma de alcanzar la independencia mientras negocia su retorno a Catalunya con los amigos de Pedro Sánchez. Los Erasmus en Suiza están a punto de acabarse.

Lisa y llanamente. La historia nos demuestra que las listas cívicas son aquelarres de convergentes. No volváis a caer en la trampa, que eso de perder tiempo clarifica las cosas, pero tampoco hay que abusar, que poco a poco nos hacemos viejos e impacientes.