Ayer empezaron las PAU, con las cuales se ha acabado el curso escolar del coronavirus para los alumnos catalanes. Pero la polémica en torno a la escuela y la educación sigue abierta. Hace pocos días en este digital aparecía un artículo de título significativo: "Educación: ¿aprendemos bien en la escuela?", en el que se exponía la opinión de dos autoridades en la materia: Xavier Aragay de Reimagine Education Lab y Héctor Ruiz Martín de la International Science Teaching Foundation. Si miramos qué hay detrás de estas organizaciones que promueven la innovación —con nombres tan impactantes—, encontramos que el primero es una consultoría pedagógica que a través del programa Horizonte 2020 asesora al conjunto de las escuelas de los jesuitas, mientras que el segundo premia en materia de enseñanza de la ciencia a escuelas privadas de Madrid como el Arcángel Rafael y a alguna del Opus tan conocida como la Viaró Global School (parece que el inglés enmascara mejor los aromas de sacristía). Mirándolo bien, es muy significativo que sean las instituciones eclesiásticas y empresas privadas las que lideren la renovación pedagógica en nuestro país, a las cuales añadiríamos la Fundación Bofill o la Escola Nova XXI (con La Caixa detrás), que han marcado las directrices en un Departament d'Educació huérfano de dirección política y pedagógica propias desde hace años.

Y las directrices que promueven para la escuela del futuro tienen una fachada científica, como cualquier hipótesis (verificada o no) que hoy quiera tener prestigio social. Desde la neurociencia, la psicología del aprendizaje de modelo constructivista, la psicopedagogía y la inteligencia emocional, hace años que dirigen el trabajo de educar en los centros escolares. Aprender a aprender; aprendizaje significativo, por competencias y a través de los proyectos; entender y acompañar las emociones, resolución de problemas... Estos son algunos de los "mantras" que se difunden curso tras curso sin crítica por parte de nadie y sin que se haya hecho ninguna evaluación "científica" de su eficiencia. En el artículo mencionado hay tres aspectos destacables dentro de este paradigma. El primero pasa por dar privilegio a los procedimientos (al cómo se aprende) por encima de los contenidos (qué se aprende) considerados como irrelevantes, porque en un mundo como el nuestro son cambiantes y fácilmente accesibles a través de internet. Héctor Ruiz los banaliza cuando sostiene que la escuela enseña "a hacer un análisis sintáctico, una ecuación de segundo grado o las capas de la Tierra" (¿quizás le faltaría añadir la famosa lista de los reyes godos?), pero no "nos ha enseñado a aprender". Una valoración más que discutible, porque la escuela desde hace años que ha dejado de enseñar "sólo" eso y sabe que los procedimientos, las estrategias y las famosas competencias no se adquieren en el vacío sino que se aprenden aprendiendo al mismo tiempo contenidos, y que estos son necesarios para saber, saber hacer y ser más críticos con todo lo que se aprende.

Si educar ya no significa que el profesorado enseñe contenidos efímeros, quizás tampoco hace falta la presencialidad en el aula

Consecuentes con eso, este paradigma sostiene también que lo importante del hecho de educar no es enseñar, sino aprender (el titular del artículo lo deja bien claro), porque el centro lo ocupa el alumno y no el maestro; es más, esta figura es hasta cierto punto prescindible porque ya no tiene que transmitir contenidos sino guiar al alumno en su propio proceso autónomo de aprendizaje. El profesor como "facilitador" —y coach al mismo tiempo— para que el alumno se construya su propio conocimiento, a partir de lo que ya sabe, de sus intereses y siempre de nuevo informándose a través de internet (la nueva enciclopedia del saber universal). Obviamente, esta teoría constructivista no da ningún margen a la tesis aristotélica según la cual la mente humana al nacer es tabula rasa, y por lo tanto, en este "papel en blanco" que sería el alumno todavía no hay nada escrito de auténtico conocimiento (que no es lo mismo que disponer de información). Pero si este modelo se considera obsoleto (?), quizás podríamos recordar los elogios que hasta hace poco merecía otro griego, la "clase socrática", como modelo pedagógico del maestro que sabe qué enseñar y cómo lo hace para que al alumno "se lo haga suyo" (como pide Aragay) gracias a la interacción que se establece dentro del aula.

Y, en efecto, esta es la última consecuencia de todo lo anterior: si educar ya no significa que el profesorado enseñe contenidos efímeros, quizás tampoco hace falta la presencialidad en el aula. Y aquí es donde aparece el último y más importante "mantra": las excelencias de la digitalización a través de las tecnologías de y en el aprendizaje. Ambas autoridades reconocen que "la escuela no puede ser sustituida, pero la tecnología permite tener un mayor vínculo con el aprendizaje"; vínculo que consiste en aprender con más autonomía, alcanzar hábitos y estrategias de trabajo, pautas de organización... por parte del alumnado. Y la prueba de todas estas bondades han sido los magníficos resultados del confinamiento y del final de curso online que ha seguido todo el alumnado del país: algunos niños "han sacado buenas notas y han hecho trabajos increíbles", sostienen. ¡Santa inocencia! Porque ciertamente muchos maestros y profesores darán fe de la veracidad de esta afirmación, sin embargo, salvando algunas excepciones, atribuyen la causa de esta mejora no a la digitalización en sí misma, sino al hecho de que ha favorecido las estrategias del alumnado para aprender a "copiar y pegar", o bien les ha permitido un acompañamiento personalizado de alguien más con más criterio en casa (?). En cualquier caso, es cierto que los resultados han sido inmejorables: hay un 12,58% más de alumnos que el curso pasado que han aprobado 2.º de bachillerato y que desde ayer están haciendo las PAU. Las excelencias de los cursos online que tanto promueven las empresas (sobre todo las del sector tecnológico) y el Departament d'Educació (en previsión de nuevos confinamientos a partir de septiembre) parecen cuantitativamente innegables. Sin maestros, con alumnos cada vez más autónomos y dotados de una herramienta informática donde encuentran el saber universal. ¡Pasémonos, pues, a la escuela digital!, este es el último "mantra" de la innovación pedagógica que en septiembre nos hará hablar de una escuela mucho más eficiente y sobre todo más económica.