"¿Tu verdad? No, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.

 Antonio Machado

No ha defraudado el magistrado presidente en el inicio de la vista oral contra tres miembros de la célula que llevó a cabo los atentados de Barcelona y Cambrils. Alfonso Guevara con el tiempo va perdiendo en entidad física, casi ya invisible, y ganando en tonos de agudos, pero sigue siendo el mismo magistrado histriónico que se enzarzaba con etarras y acusados, que fue multado por desearle un culatazo a un procesado y que ya despuntaba de bien joven cuando mantuvo unas cuantas horas a Pedro J. Ramírez en un calabozo de Plaza de Castilla, por el artículo de un colaborador.

En realidad, ayer el perpetuo cabreado que es Guevara llevaba razón procesal, es decir, que si en un juicio el magistrado no te da la venia, no puedes hablar y volver a hablar y volver a intentarlo. En un juicio si no te dan la venia, te fastidias y te callas. Tampoco los abogados se pueden ir de la sala cuando deseen. Probablemente este pequeño incidente no nos hubiera llamado la atención si otro colega, con voz pausada, hubiera dicho las mismas cosas, pero, así es el juez Guevara y así lo va a ser todo el juicio. Fíjense que conmigo se enfadó mucho por publicar en un libro que su momento más duro en el juicio del 11-M fue la declaración de las víctimas “porque algunas venían preparadas para hacer un discurso político que estaba fuera de lugar. Hablar del señor Aznar estaba fuera de lugar porque no se juzgaba al señor Aznar”. No sé por qué le enfadó tanto, porque yo sólo entrecomillaba unas declaraciones suyas a un diario y tampoco sé por qué le molestó que recordara que había condenado usando como prueba ilegítimas grabaciones realizadas por policías españoles en Guantánamo que otros tribunales rechazaron, si era verdad y estaba en una sentencia. No sé, se enfadó mucho y le escribió hasta una carta para contárselo al presidente de la Audiencia Nacional. Es de mucho enfadar Guevara, así que no será el último corte de vídeo que proporcione titulares.

La duda es si el juicio, además de su carácter, nos revelará otras cuestiones que, según leo, las víctimas están deseosas de conocer. Las víctimas de este atentado, las de todos los atentados, tienen una necesidad de verdad insaciable. Las víctimas siempre quieren saber, porque saber, conocer la totalidad de los hechos, produce una cierta paz y aleja de la arbitrariedad y del aparente absurdo la muerte del ser querido. Estas víctimas, como casi todas las víctimas, saldrán con una sensación agridulce del juicio, porque sabrán pero jamás sabrán todo lo que ellas ansían saber. Un juicio no es sino un procedimiento en el que buscamos probar racionalmente si se produjeron unos hechos, si esos hechos los llevaron a cabo las personas concretas que están en el banquillo y si encajan en un tipo penal y deben ser castigados. Ese es el objeto del juicio oral y eso es todo lo que las víctimas van a hallar en él. Ni más ni menos. No conviene, pues, crearles falsas expectativas sobre el alcance de la justicia penal.

La barbarie escapa a toda comprensión. No esperen del tribunal la revelación de una verdad global y absoluta, porque es seguro que no la obtendrán

La reparación moral y la verdad total no se obtienen en el transcurso de una vista, por mucho que el abogado se empeñe en hacerlo ver así. Los atentados islamistas, además, por sus propias características producen una mayor frustración a víctimas y familiares puesto que es difícil que los autores materiales de los hechos lleguen a sentarse en el banquillo. En unos casos bien conocidos, porque prefieren la inmolación a la detención —como sucedió en el piso de Leganés con los autores materiales del 11-M— y en otros más recientes en Europa, y en estos que nos ocupan, porque las policías estiman que el riesgo de intentar capturarlos, portando posibles explosivos en el cuerpo, es muy alto y terminan por abatirlos.

Hay otras muchas lagunas que quedarán sin esclarecer, sin que eso presuponga que sea debido a extrañas conjuras. No siempre se puede conocer toda la verdad y la muerte es un gran silenciador. No los llamen, por favor, agujeros negros. No lo son. Es el limitado alcance del proceso penal, que sirve para lo que sirve y no debe servir para nada más. Llevo meses leyendo las suspicacias que levanta la figura del imán de Ripoll y su relación con el CNI y, en mi modesta opinión, no deja de ser una característica común de estos atentados que los enlazan con otros muchos. En los atentados del 11-M había un número elevado de confidentes policiales, de la Guardia Civil y también de los servicios secretos. Entiéndase que para encontrar confidentes es preciso reclutarlos entre los que están dentro o cerca del peligro que te interese y que es ingenuo pensar que estas personas no pueden dársela con queso, como de hecho sucede, a sus controladores. Es más probable incluso que acepten ser tenidos por confidentes para sentirse más seguros en sus propios tejemanejes delincuenciales. Tampoco olvidemos que en los atentados de Madrid también fue núcleo central la mezquita de Alonso Cano y la finca de Morata.

Nos guste o no, los atentados islamistas de Barcelona siguieron un patrón conocido y no demasiado diferente a los de Madrid. Sí que resultan impresionantes, y novedosos por comparación, los vídeos exhibidos en la sala de vistas y grabados por los propios terroristas. La llegada del Daesh propició esa nueva vis exhibicionista propia de los tiempos de las redes sociales que se despliega en esas valiosas pruebas.

La barbarie escapa a toda comprensión. La reparación que precisan las víctimas va mas allá del castigo que pueda imponer el tribunal y que técnicamente será difícil que pueda condenar a los únicos supervivientes por los asesinatos, no siendo los autores materiales. Esa reparación se la debe dar la sociedad, no olvidando su sufrimiento. No esperen del tribunal la revelación de una verdad global y absoluta, porque es seguro que no la obtendrán. Ahora bien, la que obtengan será cierta. No demos pábulo a extrañas conspiraciones, porque no les hará bien a ellos ni a nosotros como sociedad.

Y suerte con Guevara, que no es la zarza ardiente, pero les dará que hablar.