Esta es tarde de elecciones, una tarde que va transcurriendo mientras el sol no acaba de esconderse. Las urnas bostezan entre unos restos de chacolí y un juego de mus sin sustos. El resultado de los colegios electorales al final del día tampoco llevan a creer que habrá ningún movimiento disruptivo ni ninguna sorpresa. Y esta tarde tampoco habrá ningún tablero hecho añicos por elementos inesperados. En estos tableros se suele combatir hasta el final, hasta que los que salen dispuestos a morir acaban aceptando un jaque mate ridículo sin ningún esplendor de estrellas Michelin, ni victoremmanuelles, ni guerrilleros garibaldinos bajo el puente de Vallekas.

No hará falta mucha cantidad de collares diferentes para hacer ver que tampoco en el País Vasco pasa nada demasiado nuevo en el hemiciclo. La política en el País Vasco está a la altura de la calidad de su oratoria, de sus rituales amadrinados y de sus secretos y mentiras. Recuerdo todavía el año 2017 que bastaba anunciar que llegaba al Parlament el primer rumor procedente de la Lehendakaritza para que todo el hemiciclo catalán viera correr por el gallinero al fantasma de Mariano Rajoy y al lehendakari Urkullu. La resonancia de la rumorología hacía que se aceptaran como mínimo pausas y condiciones que corrompían los tempos propios de Catalunya e, incluso, llegaban a hacer callar los txokos de los sanedrines.

El pueblo votará lo que quiera consciente de que hasta dentro de unos cuantos años (nadie sabe si decenas o quincenas) no conseguirá nada de lo que quiere ni de lo que quería en 2017

Creo que hoy (y el lector apreciará el riesgo) volverá a pasar lo que en el País Vasco pasa casi siempre: el pueblo votará lo que quiera consciente de que hasta dentro de unos cuantos años (nadie sabe si decenas o quincenas) no conseguirá nada de lo que quiere ni de lo que quería en el 2017. Pero son las consecuencias de hacer la política (por más que se sepa) en despachos cerrados, haciendo callar a la gente y escondiendo las agendas políticas.

Así empieza el desfile. Aquel posible desfile de repeticiones electorales que un tertuliano proscrito vaticinaba para el próximo octubre. Quizás sí que después del País Vasco y unas elecciones con propuesta de voto y minivoto, acabaremos todos juntos deseando que llegue un octubre sin fantasmadas en los hemiciclos, apagando todas las teles y encendiendo las luces del parque de la Ciutadella y Urquinaona. No debemos dejar que nos hagan callar.